ARTEMIA
Al despertar temprano, me quedo acostada en silencio en los brazos de Damir, porque aún duerme. Todavía me cuesta creer que ya soy la prometida de este hombre. Levanto mi mano derecha y admiro el anillo en mi dedo anular. Qué hermoso es sentir esta felicidad que me hace flotar. Hace apenas dos semanas solo soñaba con ser feliz, pero ni siquiera me atrevía a imaginarlo. Y ahora, en un solo instante, lo he encontrado. ¿Y dónde? ¿En un basurero? Si se lo contara a alguien, no lo creería…
Me imagino la reacción de Marta cuando sepa que me he comprometido con este mendigo. Me giro con cuidado hacia mi prometido, y una leve sonrisa asoma en mis labios. Es simplemente un Apolo de carne y hueso. Observo sus rasgos masculinos y, sin poder evitarlo, me acurruco aún más contra él, porque lo amo con locura. Damir, aún dormido, me abraza instintivamente, y yo disfruto del calor de sus brazos, del aroma de su piel, y sin pensarlo, beso suavemente su hombro.
—Pequeña, ¿por qué no duermes? —pregunta con voz soñolienta mientras abre los ojos.
—Contigo es imposible dormir —respondo mirándolo a los ojos.
Ayer volvimos tarde, porque después de una larga noche de charlas y bailes, salimos a pasear por la ciudad iluminada. Y cuando regresamos a casa, nos amamos como locos. Mis pensamientos se interrumpen abruptamente cuando, en cuestión de segundos, me encuentro sobre Damir. Sus ojos me miran con intensidad mientras me susurra con voz entrecortada:
—Te amo con locura, mi dulce niña. Antes de ti, no sabía lo que era la felicidad ni lo que significaba ser amado…
Sus labios se funden con los míos en un beso ardiente, y una vez más nos dejamos llevar por la pasión de nuestro amor.
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Después de hora y media, ya arreglados, bajamos al comedor, donde la doncella nos informa que Clementina y Alexéi han salido de compras. Damir y yo, sin prisa, tomamos nuestro desayuno tardío. Lo observo con atención y, con algo de timidez, le planteo mi idea.
—Damir, ¿qué te parecería si fuéramos a visitar a Arsén?
Él sonríe, deja el tenedor a un lado y, tras limpiarse la boca con la servilleta, me mira con franqueza.
—También quería proponértelo, solo que no sabía cómo hacerlo.
—Pero hagámoslo de manera oficial —sugiero con seriedad.
—Pequeña, no es tan sencillo. Los niños no son juguetes, y no nos permitirán ver al niño así como así. Solo pueden visitar a los niños las parejas que están interesadas en adoptar.
Permanezco en silencio unos instantes, meditando cada palabra. Sé lo que es no ser deseada por nadie. Por eso, tras echarle un vistazo a Damir, le propongo con total determinación:
—Entonces, adoptemos a Arsén.
—¿Hablas en serio, Artemia? ¡Tú puedes tener hijos propios!
—Supongo que sí —me encojo de hombros y entrecierro los ojos antes de añadir—: Pero eso no nos impide adoptar a Arsén… ¿O acaso estás en contra?
—No estoy en contra. De hecho, tenía planeado hacerlo en cuanto resolviera todo con mi exesposa —admite Damir con seriedad, mirándome a los ojos—. Me hace feliz saber que también lo deseas.
Me toma la mano, la acerca a sus labios y la besa con ternura. Siento en mi corazón que seremos buenos padres para ese niño… Si nos lo permiten.
Con el alma llena de emoción, miro a mi amado con una mezcla de ilusión y determinación.
—¿Entonces, vamos?
—Vamos —responde él con una sonrisa y, poniéndose de pie, me ayuda a levantarme.
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Media hora después, ya estamos frente a las puertas del orfanato. Una mujer sale a recibirnos y, al escuchar nuestra petición, nos observa con seriedad.
—¿Por qué precisamente Arsén? Es un niño muy complicado. Ahí está, junto a la cerca, esperando a su madre. Pero ella firmó su renuncia, se fue al extranjero y… la trajeron de vuelta sin vida. Y el niño sigue esperándola —suspira la mujer de cabello castaño—. Dudo mucho que quiera hablar con ustedes. Tenemos muchos niños de su edad, incluso más pequeños. Pueden conocer a otros.
—Pero nosotros queremos específicamente a él —aseguro con firmeza.
—Ya hemos hablado con él a través de la reja… —añade Damir.
La mujer suspira de nuevo y nos mira fijamente.
—¿Están seguros? Porque si se lo llevan y luego lo devuelven, lo lastimarán profundamente. No es un gatito…
—Lo entendemos perfectamente. Y además, tendremos tiempo para que él se acostumbre a nosotros, ¿verdad?
—Sí, es cierto… —asiente la directora.
—Entonces, Irina Rudolfovna, por favor, llame a Arsén —le pide Damir.
Con un suspiro, la mujer nos hace seguir a su oficina. Nos explica detalladamente la responsabilidad que implica la adopción y los documentos que debemos presentar. Finalmente, da la orden de traer al niño.
Esperamos con el corazón acelerado. Pasan varios minutos antes de que Arsén entre a la habitación con cautela. Nos observa fijamente y, al reconocerme, baja la mirada.
—¿Dónde está Damir? —pregunta en voz baja.
—Aquí estoy —responde mi amado, y añade—: Solo que me afeité la barba.
El niño lo mira con desconfianza y, tras unos minutos de escrutinio, dice con incertidumbre:
—Pero aquella vez vestías diferente…
—En ese entonces estaba pasando por un mal momento, pero ahora todo está bien.
—¿Viniste a despedirte? —pregunta Arsén con ojos llenos de tristeza.
—No, pequeño. Vine a visitarte oficialmente. Y si tú quieres, Artemia y yo te llevaremos con nosotros.
—¿Hoy? —su carita se ilumina con esperanza.
—Lamentablemente, no hoy. Primero debemos hacer los trámites… Pero desde ahora, vendremos a verte todos los días. ¿Te parece bien?
El niño asiente en silencio, con los ojos llenos de lágrimas.
—Ven aquí —lo llama Damir con ternura.
Arsén se queda inmóvil por un instante y, de repente, corre hacia él y se lanza en sus brazos, rompiendo en llanto.
Mi amado lo consuela con suavidad, mientras yo misma contengo las lágrimas. Incluso la directora se seca los ojos y nos dice: