Capítulo 3: La novia de Campbell
Desc091: Podría.
Megan se mordió la uña del dedo pulgar, todavía indecisa. Giro en la cama hasta estar de espaldas.
Desc091: Lo imagino cada noche.
De pronto sentía mucho calor y no tenía nada que ver con el clima (que si estaba caluroso). Extendió la pierna derecha y mantuvo la izquierda elevada, estaba a punto de tomar una foto cuando la puerta se abrió. Fue lo suficientemente rápida como para sentarse y lo bastante torpe como para que su teléfono cayera al suelo. Su padre le devolvió la mirada, curioso.
—¿Todo en orden, florcita?
—Si —su voz salió en un chillido. Se aclaró la garganta antes de volver a hablar. —Sí. ¿Pasa algo papi?
—Ah. Está bien. Venía a avisarte que vino una persona a ayudarnos con el jardín, sé que no te gustan los extraños en casa.
Su padre la miró una última vez antes de retirarse. Megan soltó el aliento que no sabía que estaba conteniendo antes de tener que volver a hacerlo cuando se abrió la puerta.
—Ah, Florcita, olvide decirte que tu mamá quería que te encargaras de cambiar las sábanas y cortinas, hoy. No se ha estado sintiendo muy bien, ¿puedes hacerlo?
No sabía cómo negarse cuando su padre la miraba de esa forma. Oh, vamos, que no era una de esas madrastras malvadas en versión hija. Claro que ayudada en las tareas del hogar, cuando no eran desagradables o podrían arruinar su manicura o simplemente sabía que su madre las haría mejor. Su padre le sonrió brillantemente al afirmar que lo haría.
Recogió su teléfono con la cámara todavía abierta, no le contestaría hasta la noche, de todas maneras seguía un poco enojada con él. Además desde que Bianca le había contado acerca de su amigo en ese sitio de citas que resultó ser un hombre de cincuenta años, la duda estaba ahí. No sabía cómo era físicamente, en la empresa trabajan empleados de todas las edades. Las fotos que solían compartir acordaron no mostrar su rostro. Ya era hora de que empezara a buscarlo si no quería decirle su identidad. Tenía una fila de pretendientes, si él resulta ser una decepción no la afectaría. Claro que no. Solo eran mensajes.
Megan sacó las sábanas de las habitaciones y luego las llevó a la lavadora.
En la cocina, tuvo que subirse sobre el fregadero cuidando de no tirar las tazas que estaban olvidadas ahí. Estaba luchando para no quedar aplastada por el marco que sostenía las cortinas, en el momento en que escuchó pasos detenerse. Bien, su padre se había compadecido de ella y venía a decirle que él se encargaría de la tarea. Ella no se haría de rogar.
Al girarse se encontró con Campbell. Su hombro apoyado contra el marco de la puerta, los tobillos cruzados, mirándola con una sonrisa. La sorpresa al verlo fue tan grande que estuvo a punto de dejar caer la madera.
—¿Qué haces en mi casa? ¡Eres un acosador!
Él levantó la barbilla. —¿Necesitas ayuda con eso?
Megan consideró sus opciones, podía gritar, en ese caso sus padres la escucharían y llamarían a la policía. También podía engatusarlo para que hiciera todo el trabajo y luego llamar a la policía. La falla de la última idea era que el indeseable no se lo permitiría olvidar. El peso extra y el dolor en sus rodillas la ayudó a decidir.
Se tragó su orgullo. —Gracias.
Campbell miró hacia atrás como si buscara a una persona. —No veo a nadie.
Estaba por gritarle una grosería, en ese instante perdió el equilibrio, las cortinas se deslizaron hasta caerse sobre su cabeza. Con la vista cubierta dejo caer el palo, el peso la hizo caer sentada con su trasero dentro del fregadero y sus piernas fuera de la mesada. La falda de su vestido se subió hasta su cadera, sus bragas de encaje blancas a la vista. Megan lucho para salir, pero su trasero se atascó, agitó sus piernas logrando obtener impulso.
—Quién diría que cambiar unas simples cortinas sería tan peligroso.
Se levantó y arreglo su falda. Sentía su cara caliente, verlo contener la risa no ayudaba a que se calmara. Maldito bastardo.
—Llamaré a la policía —acusó.
—Buen trabajo —dijo con la vista fija en las cortinas esparcidas por el piso.
—Mis padres están afuera y tengo un arma escondida en mi cajón. Mi padre fue militar, sabe muchas técnicas para torturar —agregó. Lo hubiera sido si a la edad de veinte años no habría descubierto su amor por la cocina.
—No sabía que vivías con tus padres. Es inesperado, no concuerda con la imagen que das.
—Eso no es de su incumbencia. Pronto me voy a mudar —algún día. Le gustaba tener comida casera lista cada que regresaba a casa.
—Es bueno saberlo.
Odiaba como ese tipo la hacía sentir.
—¿No tienes que ir a una convención de ropa fea?
—Es el próximo mes.
—Como sea, no te quiero en mi casa. Vete antes de que comience a gritar.
Campbell se quitó su gafas de pasta negra y la limpió con su camiseta, esta tenía un montón de números en espiral. En esta ocasión llevaba unos jeans un talle más grande (todo lo que usaba parecía ser un talla más y de otra época).
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Editado: 14.11.2025