Mensajes

Capítulo 18

Para algunas personas sus vidas eran un mar malas decisiones, no para Megan. No, Megan pensaba bien antes de tomar una decisión, (contrario de lo que pensaban de ella) no era impulsiva. Tenía por costumbre analizar bien las oportunidades antes de elegir una, fue de esa forma que llego a HQ Cosmetics.

Lo que acababa de pasar no tenía precedentes. Sí, tenía citas que se salían de control, pero todo dentro de lo previsto. Su materia favorita en la universidad era estadística, le gustaba averiguar las probabilidades de las cosas o sucesos.

Seguía sin tener explicación a lo sucedido. ¿Cuántas probabilidades tenía de besarse con él, sobre todas las personas? ¿De qué le gustara? Detuvo el carril de sus pensamientos. ¿Le gusto? Era un rotundo no. Para que le gustara eso tenía que gustarle él, una cosa no iba sin la otra. Estaba pensando demasiado las cosas, solo fue el calor del momento. Sí, eso era todo. No volvería a pensar en ello de nuevo. Para nada.

Aunque se prometió eso se pasó la noche del sábado en vela, dando vueltas en la cama. Intento aparentar que no sucedió nada cuando salió del baño, fingir que todavía estaba en el juego. Puede que al final ganaran los de marketing o los de finanzas, no podía asegurarlo. Incluso no pudo disfrutar de su deporte favorito (béisbol), porque su cabeza se empeñó en repasar los hechos con tal de encontrar una respuesta.

A la mañana siguiente no solo tenía mala cara sino que estaba de un pésimo humor. Elias rodeo la barra fingiendo ser un ninja silencioso, conocía a su hija y por eso intentaba salir rápido de la cocina. No tuvo tanta suerte. Megan apoyo la frente contra el mármol, el sonido aunque leve era difícil de ignorar en la silenciosa cocina. Con resignación tomo su taza de café y se sentó frente a Megan.

—Buenos días florcita —dijo con cuidado.

Megan lo miro alarmada. —¡No me gusto! ¿Quién dijo que me gusto? Miente. Es obvio que lo está inventando. ¿Por qué me gustaría? ¡Te dije que no fue así! ¿Por qué no quieres creerme?

Elias asintió. —Disfruta tu desayuno —y casi sale corriendo. Mejor tomar su café en el patio como su adorada esposa tuvo la inteligencia de hacer.

Aun estando afuera fue capaz de escuchar lo último que grito.

—¡No me gusto! Lo digo en serio.

***

—Tal vez lo botaron —susurro Elliot, estaba apoyada en el marco de la puerta que conectaba al patio con los brazos cruzados.

Esther soltó un fuerte resoplido, encontrando la idea simplemente ridícula.

—¿Quién rechazaría a mi bebé? Debe de andar mal del estómago, le hare un té.

Pronto escucharon como ponía la tetera y sacaba las tasas, lo más seguro era que también hiciera un postre solo para Edward.

—Habla con él —Elliot le hizo un gesto a su marido, quien tenía la cabeza metida en la heladera—, ¿no es lo que los hombres hacen?

Bean bebió su cerveza directamente de la botella. —Nosotros no hablamos de sentimentalismo. Compartimos una cerveza y nos damos una palmada en la espalda, eso es todo.

—Pues ve a hacerlo.

Los hombros de Edward subieron y cayeron en un profundo suspiro, llevaba sentado en los escalones más de una hora. Lily jugaba con la cabra cerca de los rosales de su madre. En un inicio pensaron que los estaba mirando, pero luego de que Lily dejara que la cabra mordisqueara la correa de su bolso quedo claro que no lo hacía.

—Hay un momento y lugar para eso, cariño. No puedes ir y simplemente hacerlo.

—¿Cómo secreto en la montaña?

Bean escupió la cerveza. Eran momentos como esos donde recordaba que la sangre de los Campbell corría por las venas de su esposa. Había una historia acerca de cómo heredaron su apellido y la sangre escocesa que con el tiempo (con las siguientes generaciones) fue desapareciendo. Todas demasiado locas como para ser cierto.

Elliot señalo con la cabeza a su hermano, Bean comprendió al instante las implicaciones de no ir. Dormiría en el sofá si no le daba una respuesta, a veces ella amenazaba con mandarlo a dormir con el perro, solo que no tenían uno. Resignado salió al patio y se sentó en las escaleras, dio una mirada a su esposa, entonces le propino una fuerte palmada en la espalda a su cuñado. Edward no estaba preparado para el ataque y casi se fue de bruces al suelo de no haber sido por Bean.

Acomodo sus gafas que se habían resbalado hasta la punta de su nariz.

—¿Por qué fue eso?

Bean busco ayuda en las mujeres de la casa, pero ellas inmediatamente le dieron la espalda como si no estuvieran atentas a cada palabra.

—¿Estas bien?

Edward lo miro con sospecha. —¿Por qué no lo estaría?

Volvió a echar una mirada por sobre su hombro, esta vez las dos mujeres le mostraron el pulgar arriba.

—Llevas sentado un buen rato.

—¿Y…? —presiono.

—Me obligaron a venir —confeso—. Las mujeres de esta casa creen que te rechazaron.

Edward dejo escapar un bufido, lo que hizo que Bean lo mirara con los ojos abiertos.

—¿Es cierto? No sabíamos que estabas viendo a alguien. ¿Es una de las cita que te organizo Esther? Tu madre es una buena mujer y sus intenciones son buenas, pero no tiene el mejor ojo a la hora de elegir. Todavía recuerdo cuando tuvimos que llevar tu cita de nuevo al asilo o la vez en la que intentaron hacerte un exorcismo.




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