Mentira verdadera

Capítulo 6

Tomo la cesta de frutas del asiento del pasajero y salgo a la calle. En ese momento, Olya se acerca con un rubio y, al verme, su expresión cambia abruptamente. Ya no sonríe. Sin embargo, su amigo siente la competencia y me observa con desagrado.

– ¿Qué haces aquí? – pregunta Olya, deteniéndose frente a mí.

– Maks me dijo que no te sentías bien, así que vine – digo con tranquilidad. – Por cierto, soy Timur.

Le extiendo la mano al rubio, pero él no se apresura a estrecharla. La mira como si fuera algo terrible, y a mí toda esta situación me divierte. Me siento como un ganador.

– Nazar – responde finalmente a mi saludo.

– Olya, esto es para ti – le entrego la cesta.

– ¿Para qué? – pregunta fríamente.

– Las vitaminas nunca le han hecho daño a nadie – sonrio. – Puedo llevarlo a tu apartamento.

– Nazar, gracias por tu ayuda. A partir de aquí, me ocupo yo – le dice, tomando la bolsa con el logo del supermercado del rubio y dándole a entender que se marche.

– ¿Estás segura? – el rubio no quiere dejarnos. Esto se pone interesante.

– Sí – asiente ella.

Nazar se va, entrando precisamente al edificio donde vive Olya. Espero fervientemente que no vivan en el mismo apartamento.

Cuando el chico desaparece tras las puertas desgastadas, Olya me mira con desdén. Sus ojos arden de ira, y esa furia me llena de energía. No quiero detenerme.

– ¿No entendiste lo que te dije? – pregunta furiosa.

– Lo entendí todo. Y hasta lo sentí – señalo hacia mi entrepierna, y ella se sonroja. ¡Oh, esto es nuevo! ¿De verdad se siente avergonzada?

– Entonces, ¿por qué viniste?

– A pedir disculpas – respondo sin dudar. – Aquí tienes, incluso compré una cesta de frutas. Estaba preocupado.

Olya exhala resignada. Probablemente se da cuenta de que no será fácil deshacerse de mi compañía. Quiere decir algo, quizás mandarme al diablo, pero no tiene tiempo. Alguien la llama por teléfono, y ella responde de inmediato:

– Nastya, ¿qué pasa? – grita asustada al teléfono. – ¡Estoy justo afuera! ¡Ya subo!

Olya termina la llamada y, sin dar ninguna explicación, corre hacia el edificio. Entiendo que algo ha ocurrido, al verla tan alterada, y decido aprovechar la situación.

Corro tras ella y contengo la respiración en el pasillo sofocante y maloliente. Saltando escalones, llegamos al segundo piso, y Olya abre con una llave una vieja puerta de madera que se podría abatir con una patada. Simplemente terrible.

– ¡Nastya! – grita y lanza la bolsa a una silla en el estrecho pasillo.

– ¡Aquí estoy! – se oye otra voz femenina desde una habitación. Olya va hacia allí, abre la puerta, y me encuentro con una escena completamente inesperada.

Primero veo a una chica en una silla de ruedas, y luego veo el grifo del que brota agua por todas partes.

– No sé qué hacer – casi llora la rubia empapada, y en mi cabeza surge una idea genial: ayudar.

– Damas, ¿me permiten salvar su baño? – pregunto, y Olya se vuelve hacia mí. Parece que apenas ahora recuerda que corrí tras ella. Me mira con desagrado, pero no me echa.

– ¡Ayuda! – suplica la rubia empapada mientras se retira, dejándome espacio para maniobrar.

Toda esta situación es extremadamente cómica, pero no me causa gracia... especialmente cuando, al minuto, mi ropa está pegada a mi cuerpo y el agua chorrea de mi cabeza a mis ojos. Olya me muestra dónde cerrar el agua y lo hago. La inundación se detiene, pero no tengo ni un milímetro seco.

Me seco la cara con la mano mojada y miro a la desconcertada Olya. En sus ojos ya no hay irritación, más bien confusión.

– Toma – me ofrece una toalla seca, y me seco la cara. – Gracias por ayudar. Pero tú te lo buscaste. No te pedí que corrieras tras de mí.

– Con tu "gracias" basta – doy un paso hacia Olya, y ella retrocede. De repente, su pie resbala en el suelo mojado y casi se cae, pero en el último momento logro sujetarla de la mano y atraerla hacia mí.

Así, nos quedamos quietos. La abrazo y Olya apenas respira...

– Qué romántico – comenta la misma chica de la silla de ruedas espiándonos en el baño y sonriendo. Olya parece despertar de un sueño y se aleja de nuevo. Veo su rostro arder y comprendo que no es tan fría como aparenta ser.

– Situación resuelta – digo y le guiño.

– ¡Eres nuestro salvador! – resopla la chica. – Entiendo que tú eres el pretendiente de Olya, ¿no es así?

– ¡Nastya! – regaña Olya, y yo sonrío.

– Adivinaste – digo. – Me gusta mucho Olya, pero ella no acepta mis sentimientos.

– ¿Olya, estás loca?! – frunce el ceño la misma Nastya. – ¡Él es un bombón!

– ¡Nastya! – vuelve a gritar Olya y rápidamente sale del baño.

La rubia, mientras tanto, me observa con interés y, de repente, me extiende la mano.

– Soy Nastya, la hermana de Olya. ¿Y tú?

– Timur – estrecho su mano y me doy cuenta de que la hermana de Olya es mucho más razonable. Esto puede jugar a mi favor. Una aliada definitivamente no me vendría mal, y más si es la hermana de Olya.

Olga

Aún no entiendo por qué Timur vino aquí. ¿Acaso no tiene nada que hacer?

Voy a la cocina para ganar unos segundos, poder tomar aire y pensar en qué hacer a continuación. Aunque Timur ha ayudado mucho, ¡no quiero agradecerle! ¡Él vino por su cuenta! ¡Yo no lo llamé!

– Olga, Timur está empapado –grita Nastia–. ¿Le puedes dar algo para cambiarse?

– ¡No tengo ropa de hombre! –respondo gritando.

– ¿Y qué hago? –aparece Timur en el umbral. Realmente está todo mojado, y por alguna razón, me siento incómoda observándolo. Solo recuerdo cuando me abrazó, y mi corazón empieza a latir más rápido.

– En el armario debería haber ropa de papá –añade Nastia desde el pasillo–. Son casi de la misma talla.

Me parece que mi hermana habla demasiado. Entiendo que le guste Timur, pero ella no tiene idea de cómo es realmente él.

Timur no me quita la vista de encima y noto una sonrisa satisfecha en su rostro. Sin aguantarme, resoplo y, esquivándolo, voy a mi habitación. En el armario todavía quedan algunas cosas de mamá y papá. No las tiro porque son recuerdos. A veces, me pongo una camiseta de papá para dormir.




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