«Cuenta la historia que alguna vez Luther King dijo lo siguiente: “si no descubrimos un motivo por el cual vale la pena morir, no somos dignos de vivir.»
¿Es verdad? Analicemos lo siguiente: según recientes estudios se calculó un aproximado de 155520 personas muertas en un día común. Sacando cálculos con mi celular pude identificar que en una hora mueren 6,480 personas; en un minuto, 108 y en un segundo casi dos personas.
Es un milagro seguir respirando, es más, impresiona saber que un corazón, en condiciones normales, da cien latidos por minuto y no se detiene.
Estamos vivos, debemos celebrar por estarlo. Sin embargo, resulta todo un martirio cuando nos ponemos a pensar por primera vez el porqué seguimos vivos.
¿Por qué nosotros y no otros?
A lo corto de mi vida he conocido a decenas de personas que recorrieron estos pasillos con el fin de curar sus enfermedades. Algunos lo lograron, otros ya no están para brindar conmigo.
¿Acaso esas personas no encontraron aquel motivo y los que sobrevivieron, sí? ¿No merecían seguir viviendo?
Algunos sobrevivientes siguen cayendo en las mismas piedras, ¿ellos en serio encontraron el sentido de su vida? No lo creo, pero por qué siguen aquí. Gracias a lo anterior, he aprendido que la vida puede llegar a ser injusta. El mundo da vueltas, pero no significa que lo que hagas se te devuelva.
Yo trato de luchar cada día con lo que llevo dentro, ¿ese es mi motivo? Espero que no, ya que sigo sintiéndome incompleto...»
—¡Déjame en paz! —Escuché tu voz cansada, gritando, de la rutina nuestra cuando nos vemos luego de una operación o chequeo médico.
—Solo déjame terminar, faltaba poco. —Fruncí el ceño.
—No es necesario que termines, ya sé lo que sigue. —Resoplaste en señal de aburrimiento—. Oye, necesito descansar, la quimio me dejó muerta, bueno, aunque el objetivo principal de eso es lo contrario. —Reíste como si todo estuviera bien para no preocuparme.
Cuando te conocí, a primera vista, parecías una persona alegre, extrovertida y con un gran optimismo por la vida. Me río ahora, ya que sé que solo es una máscara.
Detrás de toda sonrisa en ti, se esconde un gran temor por irte en cualquier momento.
—¿En serio no me dejarás terminar? —Arrugué la nariz demostrando indignación—. Mira que tienes el privilegio de escuchar a este ególatra con aires de prodigio.
Levantaste una ceja y reíste, pero está vez fue verdadera.
—Uy, sí, es un honor. —Capté la ironía.
Aclaré mi garganta, cerré los ojos y empecé con el resto.
—¿En dónde me quedé? —Golpeaste tu frente con la mano.
—No sé porque esto me sigue sorprendiendo. —Bajaste la mirada, aún con mano en cara, empezando a reflexionar de mi incalculable torpeza y mi doctorado en joder cualquier situación seria—. La parte donde te sientes incompleto.
—Ah, gracias. No te pongas cómoda, porque esto será rápido. —Sonreí, más al notar como mordías tus labios para no soltar varias carcajadas aguantadas en tu boca—. Me siento incompleto y no sé porque. No es un objeto material o por el estilo lo que me falta, estoy seguro, más bien pienso que se trata de algo mucho más profundo: del sentido de mi vida. Ya sabes, quiero encontrar aquello que me hace único, el factor sorpresa que diga a gritos «Eliot está acá, no lo ignores, míralo». —Realicé varios saltos en frente tuyo—. Más diez años buscando y perdiendolo to...
Paré mi palabrería, te vi cabeceando mientras tenías los ojos cerrados. Seguías sentada sobre cama, otra vez tuve la tarea de acomodar, a pesar de tu enfermedad, tu no tan frágil cuerpo para que estés cómoda.
Te miré arropada en la cama, al mismo tiempo que me derrumbaba por dentro. Es injusto lo que te está pasando, tú nunca hiciste nada para ser merecedora de tal castigo.
Mientras reflexionaba con los ojos cerrados, tu voz de nuevo resaltó en mi cabeza, todavía no te dormías.
—¿Sabes qué me queda poco tiempo? —Sonaste apagada.
—No importa, solo significa que debemos aprovecharlo al máximo. —Ahora yo traté de ser la pared donde puedas apoyarte.
—No quiero dejarte. —Tus ojos abiertos a la fuerza hicieron notar sufrimiento—. Todavía no.
—Lo sé.
Acaricié tu cabellera y con mis dedos cerré tus párpados, empezaba a murmurar cierta canción que cantabas al haber tempestad en mi corazón y mente.
Los papeles de los dos hace poco se habían invertido y yo, más que nadie, por fin había entendido porque no deseaste irte de este mundo cuando tuviste la oportunidad. Sé el porque luchaste por pararte de nuevo desde ese 'ataque'.
No quieres dejarme, porque sabes que si te vas y yo me quedo, no podré seguir avanzando.
—Descansa.
Además, yo no quiero soltarte.
Editado: 10.06.2020