R de recuerdos
Mirada al frente, que no note el miedo en mis ojos.
—Es hora de que confieses. —Mantuve una postura seria—. ¿Quién eres?
—Eliot, ya te dije, no puedo decirte. —Suspiró—. Esto se acabaría si lo hiciera.
—¡Pero no podemos seguir así! —Levanto la voz—. Debes decirme la verdad, ¿quién eres en realidad?
—Todavía eres muy pequeño para saber mi verdadera identidad. —Con un aire de madurez y superioridad, habló—. Además, todo se terminará y estoy segura que los dos no queremos que esto acabe.
—Ja. —Sonreí y ella se indignó—Dilo por ti, yo quiero largarme.
—¡Eliot! —Gritó, levantando sus brazos en modo de protesta—. No quiero quedarme sola.
—Y yo quiero estar solo. —Tengo algo en mente para hacer que confiese—. Nuestras ideas difieren, así que terminemos este estúpido juego.
Sí, estamos jugando un juego de mesa. Al rededor de las cuatro de la tarde, me encuentro sentado frente a Merly en el suelo de su habitación. La observo, aunque quiera hacerse pasar por una persona vigorosa, siento que está más pálida que de costumbre, como si estuviera agotada, producto de las quimioterapias. Aun así, finge que todo está bien y me sonríe.
El tiempo pasa, antes ese gesto me quitaba la respiración por lo hermosa que era. Ahora, solo me causa preocupación, ya que, no es sincera.
Es gracioso, hasta hace poco pensé que era una copia exacta de Nadia.
Merly no es lo que aparenta.
—¿Qué te dije sobre las malas palabras?
—Soy el detective, tengo derecho.
—¿Acaso me oyes hablar esas palabrotas?
—Podrías hacerlo. —Dije, poniendo mis manos en la nuca.
—¡Me niego! —Cruzó los brazos—. Podré ser cualquier cosa, menos una persona con malos hábitos en el lenguaje.
—¿Incluso, la asesina?
—Sí, lo soy, pero nunca seré una vulgar. —Fue fácil... Más que las otras veces—. ¡Y tú tampoco debes de decirlas, menos cuando me estás rogando! Lo cortés no quita lo Holmes.
—Elemental, mi querida Gunness.
—¿Por qué soy la viuda negra? —Arrugó la frente ante mi comparación inesperada para ella.
—Porque ambas son asesinas.
—Eso no es... —Cierra la boca. Parece analizar mis palabras, aunque no le toma mucho tiempo, ya que un segundo después infla las mejillas y vuelve a cruzar los brazos—. ¿Qué te dije de jugar con mi mente? Es trampa.
—Lo dice quien cambiaba las cartas de los demás sospechosos para despistarme. —Su expresión cambia a una de sorpresa—. Sí, me di cuenta.
—¡No es cierto! —Negó—. Además, el juego no acaba hasta que digas que personaje...
—Señorita Scarlatta.
—Mejor... Cambiemos de juego.
Qué descarada.
¿Cómo llegamos a esta ridícula situación?
Bueno, ha pasado más de una semana desde que mi padre, aparentemente, vino a chequear el estado de salud en el que me encuentro. Digo aparente, ya que parece que Merly se llevó toda la atención que yo, como su hijo, debería de tener. ¿Es normal que me sienta celoso?
Dejé de ir por un par de días a verla, producto de la excesiva guardia que había en el piso de su habitación. No sé porque de repente el hospital optó por estas medidas, aunque tengo leves sospechas que mi padre, el doc o la mismísima Merly así lo quisieron. Pero soy agradecido, así había tiempo para calmar la tormenta de preguntas que revoloteaba mi mente. El toque de queda pasó, así que no quedó de otra que ir por ella. De alguna manera, me sentí obligado a buscarla, si esperaba un día más, estaba seguro que Merly pensaría que el encuentro entre ella y mi padre me afectó más de lo que cree.
Para ser sincero, no estaba en mis planes estar en esta situación, más bien, vine para hallar respuestas. Pero, otra vez, justo cuando quiero iniciar a hablar sobre aquello, se forma un ambiente asfixiante entre nosotros y que mejor idea, según ella, para aligerar el 'clima' de la habitación que con un juego de mesa.
Esto me lleva a otra pregunta: ¿Cómo fue posible jugar Cluedo con dos personas y mantener el misterio de quien es el culpable, a pesar de la que respuesta era más que obvia?
Me lo pregunté en primera instancia, luego recordé que la lógica de Merly está un escalón más arriba en comparación a las personas normales.
Sí, personas normales.
—Tengo Monopolio y Ludo. —Levanta las cajas. Aún no sé de donde las sacó—. ¿Cuál prefieres?
—La verdad antes que la mentira. —Respondo.
—Entiendo, lástima que no tengo ese juego. —Pasa de mí olímpicamente—. Entonces, ¿será Ludo?
Suspiro. Merly no va a cooperar, estoy seguro. Desde que nos volvimos a ver, pasaba de dialogar sobre lo que aconteció aquel día. Ignoraba las referencias que hacía y cambiaba de tema al instante.
—¿Cómo conoces a mis padres? —Fui directo con la pregunta.
—¿Sandías que al Cluedo en latinoamerica lo llaman Clue? —No hace falta decir que remarcó la palabra sandías.
—¿Qué sabes de mí?
—¿Y qué la ludopatía no son patos jugando Ludo? —Respondió un poco nerviosa. Su voz hizo notar el desagrado hacia la idea de contarme la verdad.
—¿Dónde quedó eso de ser amigos? —Intento llegar a su corazón con su gran anhelo desde que nos conocimos—. Los amigos se cuentan todo, ¿no?
Siendo sincero, no sé si lo que dije sea verdad. Los últimos amigos que tuve dejaron de serlo cuando ocurrió lo de Nadia, me dejaron a mi merced y se unieron a los rumores que tenían en la mira a este humilde servidor.
Ante esto, no sé realmente cómo tratar llevar una relación de amistad verdadera, sin caer en la hipocresía o conveniencia.
—¿Desde cuando lo somos? —Fijé mis ojos sobre los suyos, notando el pequeño brillo que salía de ellos. Unos segundos después, volvió a estar enfocada en los juegos que estaban guardados en su armario—. Jum. Eso es trampa.
Era obvio, se dio cuenta de mis verdaderas intenciones.
—Oh, vamos, después yo soy la persona fría y el malo entre los dos.
Editado: 10.06.2020