Merly

regolaje

No caigas en su juego. Recuerda lo planeado.

Estaba recordando el plan que planteé para descubrir el motivo de la visita de mi padre y la relación que existe entre mi familia y ella.

Pasó más de una semana donde me abrí, si puedo llamarlo así, a Merly. Después de aquella conversación se volvió rutinario de que vaya a su habitación y use cualquier recurso para sacarle información. Al principio, pensé que sería fácil si tomaba la iniciativa, sin esperar que ella hablara, pero la realidad golpeó mi cara, restregando la verdad de que Merly resultó ser más inteligente de lo que pensaba.

Eso o soy muy tonto... No, imposible.

No es que subestime a Merly, pero debo ser sincero conmigo mismo: hace que mis planes infalibles tengan varias fallas, incluso, fallas en las fallas. Hasta hace poco no tenía idea si lo hacía a sabiendas de lo que planeaba o si la suerte estaba de su lado como su mayor aliado en estas situaciones. Al día de hoy, estoy seguro que es lo primero combinado con lo segundo, ya que ella me lo dijo sin tapujos y con un gran orgullo en su rostro, como si ganarme en mi propio juego fuera la proeza más espectacular que haya hecho.

—Aún te faltan diez años para igualar la grandeza de mi mente prodigiosa. —Infló el pecho, ya que me ganó de nuevo—. Coróname.

Otra vez había perdido. Lo más doloroso fue que perdí en el único deporte que puedo practicar debido a mi condición física, además de que me gusta: ajedrez. No soy un genio en el juego, pero pensaba que sería mejor que ella.

—Es jaque mate. —Estaba irritado, ¿cómo rayos he perdido?—. No estamos jugando damas.

—Da igual. —Le resta importancia.

—Estás de suerte. Si mi mano estuviera en la mejor de sus condiciones, los resultados serían diferentes. —Intento excusarme, aunque el argumento caiga en lo ridículo.

—Aún no me dices como llegó tu mano a estar tan hinchada en menos de un día. —Intenta obtener una respuesta.

—Quise golpear la cara de una niña, pero mi puño se desvió hacia la pared.

—Oh, ya veo, así que estabas coqueteando con tu amiga.

—¿Acaso no oíste la parte de que quería destrozar su rostro?

—Eliot. —Empezó a negar con la cabeza—. Así nunca la conquistarás... Pero, si hablamos de ti, resulta lindo que no hayas acertado el golpe.

—¿Qué clase de persona me consideras?

—No importa. Todavía debes cumplir mi pedido. —Era muy obvio, ella no se olvidaría de la apuesta—. A menos que...

—¡Doble o nada! —Apresuro a decir.

Merly miró el tablero pensativa, como si fuera lo más interesante del cuarto, ignorando mi presencia por un buen rato. Justo cuando decidí romper el silencio, alzó el rostro con su típica sonrisa radiante, mientras que guardaba las fichas del ajedrez.

—Está bien, pero decido yo que vamos a jugar. —Lanzó el empaque del juego hacia debajo de su camilla—. Te va a encantar mi tesoro.

Se arrastró hacia su mesa de noche, abrió un cajón de este y mi mente no procesaba ni creía lo que mis ojos veían con tanto recelo y admiración.

—¡Un PlayStation 2! —Grité, sintiendo una mezcla de emoción e incredulidad—. ¡Cómo puedes tener eso en este hospital lleno de pacientes amargados, guardias aburridos y doctores resentidos!

De pronto, Merly posicionó su mano en mi boca, haciendo que calle mis gritos llenos de sorpresa.

—Cállate. —Acercó su rostro al mío, con el objetivo de advertirme. Estoy seguro que no fue su intención, pero podía sentir su calor y respiración, provocando que por un momento mis mejillas se tornaran rosadas y que mi corazón latiera a velocidades que solo mi arritmia podría generar.

—Oye, aléjate. —Desvié la mirada a un costado.

—Está bien, pero no grites. —Me hizo caso—. Voy a prenderlo.

—¿Cómo rayos, de todas las personas, puedes tener una consola? —Pregunto, a lo cual, recibo la respuesta que menos quiero.

—¿Acaso estás celoso? —Volvió a burlarse.

—Solo prende el bendito televisor. —Aunque estuviera burlándose de mí, estaba más centrado en tocar el mando y jugar de una vez.

Un momento, ¿desde cuando tiene ese televisor?

¿Y por qué nunca lo vi?

Otras veces lo pensaría con mucho detenimiento, pero no podía dejar la oportunidad de volver a jugarlo.

—¿Cómo lo conseguiste?

—Ya sabes, tengo mis secretos y algunos contactos. —Su actitud presumida hizo que se notara una vena en mi cien—. Una mujer joven como yo, debe mantenerse en la moda de estos tiempos.

¿Cómo le digo que pronto saldrá la quinta entrega de esta consola sin que se ofenda o deprima? Mejor es estar callado, estoy seguro que si hablo, me botará de su habitación.

—¿Qué juegos tienes?

—Un juego de fútbol y otro de pistolas.

—Ni siquiera sabes el nombre de ellos.

—¿Acaso eso importa? —Le resta importancia al hecho—. Lo importante es que jugaremos, así que, ¿quieres elegir?

—Por supuesto.

Cogí los discos para ver que juegos eran. Fue fácil reconocerlos, ya que aún recuerdo las veces que me juntaba con mis antiguos amigos con el fin de trasnochar hasta ver quien era el último que se dormía.

—Cada segundo me sorprendes más. —Mis ojos se iluminaron—. Tienes el GTA: San Andreas y el PES...

—¿Qué tienen que ver la gata de Andrés y su pez? —Choco la palma de mi mano contra mi cara—. ¿Y quién es Andrés? —Tuve que haberlo previsto, algo andaba mal con respecto a que Merly tuviera una consola para ella sola y nunca, supongo yo, haberla usado hasta ahora.

Estoy seguro que lo tenía planeado al ver que los juegos de mesa empezaban a ser inútiles contra mí.

—Nada. —Suspiro, mientras que coloco el disco en la consola—. Elijo el juego de fútbol.

—Genial. —Estira los brazos y truena los dedos en señal de estar preparada—. Te voy a destrozar.

No, juré que por el poco honor que me queda, yo te destruiré.

—Da igual, elige a cualquiera. —Seleccioné a mi equipo favorito—. Te ganaré al fin y al cabo.



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En el texto hay: humor, secretos, amistad

Editado: 10.06.2020

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