Mestiza

XIII

El sonido de los grillos se puede escuchar en cada pequeño rincón de la habitación,y el sentimiento de ansiedad, que como si de un globo de aire se tratase, va inflándose poco a poco esperando pacientemente  una aguja afilada para estallar.La habitación carece de cualquier luz y la adrenalina se ha drenado por completo de mi cuerpo. El cansancio hace de las suyas y mis párpados comienzan a ceder. No tengo control del tiempo, es una situación exasperante.

La puerta se abre lentamente, provocando un ruido aterrador, y la cara que en estos momentos más odio aparece tras ella.

Mi mirada se posa en sus ojos tratando de trasmitir toda la rabia que me quema. Quiero gritar, pero me resulta imposible, ya que mis labios están aún presos del plástico.

—  No estás muy conversadora hoy.

Comienzo a revolverme en la cama tratando de soltar las sogas, pero estas se encuentran amarradas fuertemente, restringiendo cualquier intento de soltarme y sólo consigo hacerme daño en las muñecas.

Da un paso hacia mí. Me obligo a mantener la mirada fija, como si de un juego se tratase, donde el primero que ceda… pierde y no, no puedo permitirme ceder ante él.

Avanza lentamente, y yo lucho con mi propio peso pararetroceder, pero un mal cálculo y me encuentro cayendo al suelo, donde mi espalda amortigua la caída,provocando un dolor que se extiende desde mi espalda hasta mis piernas

— ¿Eres estúpida? — Su mirada fija en mí provoca escalofríos. Un rastro de molestia cruza por sus ojos, y no se escapa de los míos.

—Bueno considerando que no soy de los que rompen promesas, te responderé dos preguntas.

De una sola vez la cinta que cubría mi boca es retirada, y solo queda la sensación de ardor en mis labios. Se da vuelta y se sienta en una silla de barras de metal color negro, el cual dudo que haya sido su color estando  nueva, y no puedo evitar desear que caiga de ella.

— Adelante, tienes dos oportunidades—. Sus dedos crean un dos, y su boca dibuja una sonrisa burlona.

Trato de calmarme, de pensar con claridad, necesito respuestas y no estoy dispuestoa  no oírlas. Un torrente de sucesos llega a mi cuando intento limpiar mi mente. Todo lo que ha ocurrido luego de que sonara la alarma aquel lunes en la mañana, y aunque solo seis días trascurrieron desde aquello, se siente como una eternidad.

— Tic-tac Tic-tac. ¿No creerás que tengo todo el día libre? ¿O sí?

— ¿Y qué piensas hacer? ¿Secuestrar personas o solo mentirles? —. La ansiedad que siento, combinada con la rabia son explotadas por esta “aguja “que tengo delante de mí —. Si es así, no me importaría mantenerte aquí todo el día.

— Pues que buena niña, pero no, no voy por ahí salvando fieras como tú.

— ¿Salvando? Creo que no conoces la definición de la palabra. Un diccionario no te vendría mal.

Estoy segura que soy la única tonta que se pone a discutir con su secuestrador estando aun atada, pero no me importa, desde hace mucho tiempo no bajo la cabeza ante nadie, excepto mi madre.

— Me caes mejor cuando no hablas, ahora ¿Vas a preguntar o me voy? y tú, te quedas como parte de la decoración de este cuarto.

— ¿Quién? Y ¿Por qué? —. Sus ojos me observan inquisitivamente.

— Vaya, si sabes hacer otra cosa que no sea  insultar.

— ¡Deja ya de darle vueltas al asunto y contéstame de una vez!

Antes que pueda seguir gritando, Daniel se levanta bruscamente y susurra una maldición. Sus manos se dirigen a las mías. Trato de alejarlas, pero me doy cuenta que está desatándome.

— ¿¡Qué haces!? —. Grito al ver lo alterado que esta.

— Baja la voz o nos encontraran más rápido.

— ¿Quién?

— ¡Cállate!

Intento seguir reprochando, pero mi sangre se hiela al sentir un estruendo proveniente de la pequeña sala.

— Derribaron la puerta—. Me informa Daniel, ante mi expresión de desconcierto.

Se acerca a la puerta y saca una ¿Roca? Si, una roca de su bolsillo trasero y la coloca frente a la puerta.

— No creo que eso les impida a entrar, a quien sabe Dios está allá fuera.

— Silencio.

Se queda de pie frente a la puerta, y musita palabras que no logro escuchar.

— No durara mucho, tenemos que salir de aquí.

— No moveré un pie de aquí sin mi madre, que por cierto no sé dónde está.

— Escucha bien que no lo repetiré, tu madre está segura en tu casa, pero nosotros aquí no.

Lo miro fijamente y aunque quiera desconfiar de él, me resulta imposible, pensé que podía leer las emociones de la personas fácilmente, pero con él es verdaderamente complicado, es como si algo saboteara mi capacidad de distinguir la verdad, de la mentira. Así que elijo la opción más arriesgada, pero la única que tengo en estos momentos, ya que no se si las personas afuera tienen algo que ver con los hombres de aquel callejón, donde el tipo que tengo enfrente fue quien me salvo.

— ¿Que vamos hacer? — .Mis palabras llevan un toque de desconfianza, ya que  si bien estoy con él, no me confió del todo.




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