Mestiza

XVI

Mi voz se esfumó y la preguntas igual, excepto una ¿Que acaba de decir?

— Te refieres...— Mi voz inestable se hace presente.

— Si, eres una heredera — Su rostro se vuelve inexpresivo y sus palabras se tiñen de sarcasmo.

—Debes estar bromeando ¿Cierto? — Esa pregunta va más para mí que para él.

— ¿Tengo cara de comediante? — Su mal humor se cuela en sus palabras, pero ¿Por qué? Soy yo la que debería estar enojada, de que él principalmente me haya arrastrado aquí.

—Pero no puede ser verdad — mi voz empieza a mostrar rastros de pánico — Yo estoy comenzando mi carrera universitaria... yo estoy tratando de encaminar mi vida a la normalidad.

Para cuando terminó de hablar estoy más agitada de lo que debería. Yo no quiero esto, quiero mi vida con sus pocas anormalidades, con mi madre, necesito esa estabilidad de nuevo, necesito tener algo estable en mi vida, no esto, no un mundo de fantasía.

Daniel cambia su postura y expresión se vuelve totalmente inexpresiva, pero emana frialdad y un toque de burla brilla en sus ojos negros. Sin ninguna respuesta camina en dirección al bosque de forma lenta y despreocupada.

— ¿Adónde vas? — En el momento que las palabras salen de mi boca me maldigo internamente.

« ¿A mí que me importa dónde vaya?»

— No te importa.

De un momento a otro me quedó estática ante lo que veo. Daniel desaparece frente a mis ojos. Su figura que estaba antes tan clara para mí se esfuma dejando solo un remolino de aire. Esto solo sirve para poner mis nervios de puntas y me den ganas de salir corriendo.

Volteo y la mansión blanca, aún está allí, todo sigue allí. Entonces caigo en cuenta que mi vida acaba de tomar un rumbo que no elegí, y el cual no quiero recorrer, unas ganas aterradoras de devolver el tiempo y nunca saber nada de todo esto nace. Unas pocas palabras bastaron para terminar de poner mi mundo de cabeza. Tomó un largo respiro, para calmarme, desde hace ya mucho tiempo no permito que las emociones jueguen conmigo, pero admito que cada vez es más difícil mantenerlas bajo control.

Camino de vuelta, a paso lento con la tonta esperanza de que en algún punto el sonido del despertador me saque de esta pesadilla, que abra los ojos y me encuentre de nuevo en mi habitación desordenada y con afiches de mis cantantes preferidos, pero por más que espero no sucede. Pronto estoy de pie frente a la puerta principal.

Luce imponente, grande y aterradora. Es a diferencia del resto de la mansión, negra como un ébano, alta y por consiguiente ancha. Es como si fuese imposible de abrir. Tomó el respiro mil y mis manos sudorosas se frotan con el suéter. Entonces me doy cuenta que quizás la puerta no es el problema, quizás soy yo que se siente como una hormiga frente a ella.

Decido no entrar. ¿Una mansión debe tener más puertas? ¿Cierto?

Decido rodearla, pero me toma más tiempo de lo esperado, subestime cuán grande podría ser. Cuando me acerco a la parte posterior, veo unas cuantas persona con uniformes, en un jardín rojo, no, no es rojo, está lleno de rosas.

Aminoro el paso al acercarme, y veo un total de cinco personas-Y todas son mujeres -todas con uniformes parecidos y entre ellas se encuentra Lucia.

Decido preguntar.

— Hola. — Hablo lo más suave posible pero ellas aún dan un respingo.

Me doy cuenta que ninguna me mira excepción de Lucía y siguen con su trabajo.

— Señorita ¿En que la puedo ayudar? —. Su formalidad es evidente.

— Es... quería saber si hay una puerta de acceso a la casa que no sea la principal— estrujo mis manos esperando un "Si"

— Si, la hay venga yo la llevo — Una sonrisa amistosa se dibuja en su rostro y yo exhalo por milésima vez.

Antes de ponernos en marcha echó un último vistazo a las mujeres que siguen su trabajo, pero la forma que lo hacen es demasiado mecanizado casi todas hacen lo mismo, no hablan entre ellas y ni siquiera se miran.

Llegamos a dar con una puerta normal, blanca lisa con una pequeña ventana en la parte superior y por donde solo sale o entra una persona a la vez. Simplemente Perfecta.

— Gracias.

— De nada señorita, es mi trabajo, tengo que volver. — Su sonrisa amable no se desvanece.

Asiento y ella se va por dónde veníamos

Entro y me consigo con una cocina, no grande... enorme, veinte personas cocinaban sin chocarse siquiera. Es blanca- como que no había otro color de pintura- Tiene gabinetes, arriba y abajo, la mayoría de las cosas son de vidrio y hay mesones a doquier. Mi madre la amaría. Entonces vuelvo a la realidad, mi madre. Salgo por una pequeña puerta. Y me veo en un comedor, esta vez no me detengo a detallar y sigo buscando las escaleras que dan al segundo piso.

Vuelvo a la sala donde estuve hace un tiempo, y la escalera me saluda. Subo a paso lento mientras mil preguntas se pasean por mi cabeza como desfile. ¿Le diré que sé todo? ¿Cómo? ¿Le mentiré? ¿Qué carajos voy hacer?

— ¿Vale? — su voz me hace pegar un brinco.

Se encuentra en la puerta de la habitación, acompañada del señor ojos azules, y la puedo notar mucho más tranquila.




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