México en el fin del mundo

20 de Septiembre

Los dioses despertaron a la mañana siguiente para ver cómo el pueblo mexicano había permanecido despierto la noche entera, ayudando a rescatar lo más sobrevivientes que pudieran.

―¿No creen que debemos replantear este proyecto? ―pidió Tláloc ―, después de todo, México no está resultando ser de gente fría y vil como Quetzalcóatl había dicho.

―¿Qué no lo son? ―los gemelos Hunapú e Ixlabamqué tomaron la palabra―¡Já! Vean porque debemos continuar. Las autoridades ya están politizando las donaciones, las ponen en cajas de sus propios partidos políticos para que la gente crea que ellos son los que donaron todo eso y no el pueblo.

―¿Quién recurre a tal bajeza? ―reclamó el dios padre, enfadado.

Los dioses buscaron la imagen donde aparecía el gobernador y otra con la foto de una mujer malencarada que parecía gruñir a la cámara, al presentarla en una pantalla, Ometéotl respingó.

―¡Virgen de la Macarena!, ¿qué es eso?

―Es la primera dama de ese estado, padre. Su marido está ordenando detener los camiones que llegan a su estado con ayuda, y ella obliga a su gente a meter todo en cajas del DIF, para adjudicarse la donación.

―¡Eso y robar es lo mismo! ―gruño Ometéotl―, ¿y aún creen que merecen otra oportunidad?

―Quizá ellos dos no ―Tezcatlipoca señaló una serie de automóviles en el camino―, pero vean cuánta gente está optando por llevar ellos mismos la ayuda directamente a la gente que la necesita.

Justo en ese momento, Ometéotl prestó atención a un grupo de personas por encima de un edificio derrumbado, todos ellos con los puños en alto, y en completo silencio.

―¿Qué es lo que hacen?, ¿por qué están con el puño en alto?

―Es una seña guardada en su memoria desde el sismo de 1985, padre. Es indicativo de que guarden silencio. Lo hacen cuando detectan algún sonido que pueda significar que hay personas con vida.

Ometéotl estaba realmente sorprendido. La gente se organizaba de forma casi natural, obedeciendo a esas señales de silencio. Pero no quedaba ahí, era como si hicieran magia. Si algún rescatista pedía alguna herramienta, esta aparecía casi de la nada, muchos estaban alrededor de los brigadistas, atentos a las necesidades, y en minutos, o a veces en segundos, llegaban con palas, picos, guantes… hasta motosierras. Lo que sea que los brigadistas pidieran, de inmediato se los acercaban.

―Es impresionante la forma en que esa gente responde ―Ometéotl estaba en verdad asombrado―. ¿Quién dirige a esta nación?

―Es un tal Enrique Peña, padre.

―Sintonícenlo, quiero verlo.

Encendieron una pantalla en donde apareció el interfecto en un avión exagerado en lujos y rodeado de gente.

― Estamos a nada de aterrizar en Oaxaca ―hablaba aquel hombre en pantalla―. Estamos a un minuto; no, a menos, como a cinco minutos.

Los dioses quedaron en silencio por unos segundos al escucharlo. Huehuetéotl dejó salir una sonora carcajada y enjugando una lágrima, se dirigió a sus hermanos.

―Ya, en serio, ¿quién es el presidente de esta nación?

Los dioses observaron a Huehuetéotl con los ojos entrecerrados y gestos de burla sombría.

―En serio, es él.

―¿Cómo va a ser él el presidente? ―reclamó Ometéotl.

―Nadie lo entiende, padre ―respondió Quetzalcóatl.

―¿Todos los políticos son como él? ―preguntó el dios padre.

―Hay un partido político ofreciendo donar sus recursos de campaña para los damnificados ―las diosas de amor, Ixchel, Astar y Venus, veían con gestos de esperanza.

―¡Eso no cuenta! Lo hacen por su propio beneficio, para ganar votos ―reclamó Hunapú.

―Igual la gente ―agregó su gemelo―, están yendo a ayudar porque con eso se autosatisfacen.

―¿Y? ―Ixchel fruncía el ceño―. ¿Dónde dice que se debe sufrir para que cuente como buena acción?

―Pero ni siquiera están aprobando la propuesta, ―el dios griego Poseidón apoyaba a los gemelos―, miren a los diputados y senadores levantando pancartas en contra de la donación.

―Voltea para acá ―Venus señaló a la población―, la gente se une juntando firmas para obligar a los políticos a dar el dinero de campañas a las víctimas.




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