La fecha había llegado, el día en que se suponía sería el fin de la humanidad. Sin embargo, entre tanta polémica, los dioses habían aceptado postergar el día del juicio final. En cambio, despertaron a la ciudad de México con una réplica de 6.1 grados Richter.
La gente salió de sus casas en pijama, los rescatistas bajaron de inmediato de los escombros para ir a algún lugar seguro y entre el caos del momento, algunas personas sufrieron infartos, uniéndose a las listas de decesos por aquellos sismos.
Pero lo más notorio de todo fueron los movimientos del ejército, marina y policía. Todos ellos bloquearon el acceso a las zonas de derrumbe, impidiendo a los rescatistas retomar su labor.
Era como si estuvieran a la espera de una nueva tragedia que les diera el pretexto para detener las labores de rescate. Personal de protección civil de inmediato anunció con altavoces que los rescates serían suspendidos, argumentando un supuesto peligro generado por esa réplica. Alrededor de ellos, muchas personas se soltaron a llorar amargamente, sin hacer nada.
―No han pasado ni cinco minutos del nuevo sismo, ¿y ellos ya dictaminaron que es peligroso continuar con los rescates? ―Huehuetéotl, con todo el sarcasmo del mundo, agregó―. ¡Vaya que son eficientes estos de protección civil!
―Creo que con esto se demuestra que su solidaridad era pasajera ―dijo Tezcatlipoca con pesar―. No queda otra más que retomar el calendario propuesto. Mañana estallaremos el volcán, y después…
―Espera, Tez―interrumpió la diosa Ixchel―, mira por acá. La gente se está enfrentando a los militares.
La milicia se preparaba para entrar a los edificios colapsados con maquinaria pesada y la gente gritaba con furia, insultaban a los militares, se oponían ferozmente al paso de la maquinaria.
En algunos edificios había tanta gente en contra, que los militares se vieron obligados a retroceder. Pero había otros en donde quedaban pocos rescatistas, y el ejército simplemente entraba entre golpes y empujones a hacer su mortal labor.
En un edificio sobre calzada de Tlalpan, destacaba una escuálida y pequeña mujer. En el edificio en donde ella se encontraba ayudando, sólo quedaban veinte rescatistas y el ejército se abrió paso, pero ella continuaba enfrentándolos a grito abierto, insultándolos, llamándolos asesinos, hasta que se ganó un golpe que le hirió la cabeza.
―¿Qué es lo que pasa en ese lugar? ―preguntó Ometéotl.
―El ejército está entrando con su maquinaria, padre ―Coatlícue habló con dolor―. Era un edificio de 8 pisos, y los rescatistas ya habían logrado retirar escombros de seis de ellos. Entre los dos pisos restantes hay un hombre con vida, su hijo recién habló con él con su teléfono móvil, pero la milicia no quiere escucharlo, están dispuestos a entrar con un buldócer, aun sabiendo que destrozarán vivo a ese hombre.
―¿Ese hombre es familiar de esa muchacha tan delgada?
―No ―respondió la diosa Astar―, ella es sólo una voluntaria. Pero vean con qué fiereza pelea por la vida de ese hombre al que ni siquiera conoce.
Los movimientos eran similares en todos lados, la gente se oponía ferozmente al ingreso de la maquinaria. Levantaban pancartas con leyendas de “No a la maquinaria, sí a la vida”. En algunos otros, colocaban la sentencia “Asesinos” en protesta por la bajeza que la milicia quería cometer contra su propio pueblo.
Y en las redes sociales comenzaron de inmediato a circular letreros de protesta, acusando al gobierno y a la milicia de esta atroz decisión, pidiendo que, si no quieren ayudar más, al menos no detengan los trabajos de rescate. Las protestas de la ciudadanía se viralizaban con rapidez.
Por desgracia no eran los únicos actos de bajeza que podían notar después de aquella réplica. En un estado vecino, decenas de camiones y autos con ayuda continuaban siendo detenidos por el gobernador y su esposa. En redes sociales se habló de que estaban condicionando la entrega de ayuda a cambio de firmas con propósitos de fraude, pues quien firmaba entregaba su apoyo al partido político para el cual militaba el gobernador.
―¡Otra vez este sujeto! ―gruñó el dios Tezcatlipoca―. La gente necesita ayuda desesperadamente, muchos están dispuestos a ayudar, ¡pero él no les permite el paso! Está necio en su afán por sacar provecho de esta desgracia.
―¡Oh no! ―varios dioses exclamaron con dolor a la vez. El resto solamente observaron al ejército ingresar con maquinaria a un edificio en el centro de la ciudad. No importaba que estuvieran dispuestos a terminar con la humanidad, la piel de todos ellos se erizó al detectar los gritos de terror y agonía de mujeres que aún estaban atrapadas con vida entre los escombros.
―¿Qué lugar era ese? ―preguntó Ometéotl, apesadumbrado.