El 23 de septiembre pasó y los dioses no podían tomar una decisión. La bondad quizá era mayor en número de personas, pero la malicia de algunos era tremenda en magnitud, y aunque los actos de bondad podrían parecer minimizados contra ese nivel de maldad, tenían que reconocer que cada vez eran más y más personas las que entregaban su corazón a quien necesitaba ayuda.
Las autoridades mexicanas estaban recibiendo grandes cantidades de donativos tanto en especie como en dinero a través de instituciones como la cruz roja mexicana, y a las autoridades no se les veía intención de repartir esos donativos en forma equitativa para ayudar a los afectados.
Algunos gobernadores continuaban condicionando la ayuda a cambio de beneficios para su partido, y no les importaba que su nombre estuviera completamente manchado por la opinión pública.
El presidente y otras autoridades eran cuestionados por el manejo de fondos para desastres y acusados de asesinos por la decisión de meter maquinaria pesada donde podría haber aún víctimas con vida.
El presidente, algunos gobernadores y el secretario de gobierno habían osado asistir a algunas de las zonas de desastre y lo único que obtuvieron fueron abucheos, reclamos y algunas sentencias insinuando que no ayudaban y, por el contrario, sólo estorbaban al estar ahí, rodeados de militares y policías que entorpecían los rescates.
“¡Toma una pala y ponte a trabajar!” era el tipo de sentencias que se escuchaban de boca del pueblo, quienes estaban realmente hastiados de tanto abuso de su gobierno.
Entre los escombros, usando altavoces y pancartas, el pueblo reclamaba al gobierno por la falta de apoyo, enfatizando que toda la ayuda la estaban recibiendo del pueblo, y no de las autoridades.
Y en contraste con las empresas que prestaron ayuda desde el primer día, otras abusaban de la situación, tal era el caso de algunos centros comerciales que subían al doble el precio de los productos básicos, justamente el tipo de productos que la gente estaba comprando para las donaciones. Productos como el atún, que tan solo un día antes estaba en un promedio de 15 pesos, había sido inflado hasta alcanzar casi los 30 pesos, causando la indignación y enojo de la población.
Pero como se mencionó antes, toda esta maldad entre las autoridades se veía opacada por los actos de valor y entrega de la gente del mundo entero.
Ante tal desplante de corrupción, alumnos de la Universidad Nacional Autónoma de México, decidieron tomar control total del centro de acopio para donaciones que se había montado en esa casa de estudios. Las autoridades universitarias, a ver que no podían contra tantos estudiantes, no tuvieron otra más que hacerse a un lado, expresando en los medios de comunicación que ellos no se hacían responsables por el destino de esas donaciones, insinuando de esta forma, que los alumnos harían mal uso de estos recursos.
Lo curioso es que, entre damnificados y donadores, no se escuchó a nadie quejarse al respecto, por el contrario, sentencias indicando que confiaban más en los estudiantes que en las autoridades, pulularon en las redes sociales. La gente aplaudía a estos valientes jóvenes por quitar las donaciones de manos que podían desviarlas de forma fraudulenta.
Hombres indocumentados, quienes son comúnmente víctimas de abusos por parte de las autoridades mexicanas, se hicieron uno con el pueblo y se unieron a las labores de rescate.
Entre los donadores destacó una persona que prefirió el anonimato. Él dejó un autobús completamente equipado para que las personas que perdieron su hogar pudieran usarlo como refugio temporal.
Los dioses no sabían con quién sorprenderse más, si con las acciones criminales de autoridades y delincuentes oportunistas, o del pueblo que continuaba ayudando a su gente.
―¡Miren a ese soldado! ―Coatlícue señaló a un grupo de militares consolando a un soldado que lloraba desgarradoramente―, está devastado por no haber llegado a tiempo para salvar la vida de una mujer y de su hija.
―Por desgracia se ve opacado por sus compañeros a este lado ―Huitzilopochtli veía con asco a un general, que, con total sangre fría, ordenó la entrada de maquinaria pesada a un edificio donde aún había personas con vida.