La casa de Roberto estaba llena de agentes de policías que estaban tomando las declaraciones de todo el personal que estaba en la casa, cuando desaparecieron los niños. Ana si decía que ellos estaban tristes por el compromiso de su padre con la señorita Lineros, pero ella no creía que sus sobrinos se marcharían de la casa esa misma noche.
- ¿sabe cómo iban vestidos? Preguntó uno de los agentes
- Ya revisamos sus cosas y faltan sus morrales, zapatos deportivos, sus chaquetas que la de Danny es azul y a de Angie es roja – respondió la niñera muy nerviosa, porque esos niños son su responsabilidad.
- ok. ¿tienen una foto, que nos faciliten? y que ojalá sea con las chaquetas, para poder identificarlos si los vemos en la calle.
- claro, sí señor, ya se la busco – dijo la niñera y Roberto fue con ella para elegir las fotos.
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Daniel y Angie caminaron toda la noche, pasaron por el sendero peatonal donde su padre y Amira los llevaban para manejar sus bicis, siguieron caminando tomados de la mano y con sus chaquetas con capuchas, para resguardarse del frío que hacía en la madrugada. El chico solo quería esconderse con su hermana, y cuando vio el auto de su tía Ana, se escondieron detrás de unos arbustos. Le dijo a su hermana:
- vamos a voltear las chaquetas, para que no nos reconozcan – la de él al revés era de color negro y la de Angie, era amarilla con orillos rojos, así que se cambiaron y siguieron caminando después de mirar bien que no estuviera su tía en la calle. también los habían hecho correr un gamín, que quería robarles los morrales, pero Danny le dio un puntapié y salieron corriendo. Llegaron a la esquina donde terminaba el sendero y tomaron la calle que tenían a la derecha, ya estaba amaneciendo y tenían mucho frío. Pasaron varias casas bonitas, de rejas y jardines, que se encontraban bien decoradas; Angie le dijo a Daniel:
- Danny, tengo mucho frío y estoy cansada, sentémonos un rato - Le dijo con voz llorosa y haciendo un puchero.
- está bien, … mira entremos en esa casa, la reja está abierta y hay un techo en el jardín, descansaremos un rato – dijo abrazando a su hermana - no te preocupes, yo cuidaré de ti. ¿vale?
- sí. – entraron en la casa y se escondieron detrás de unas plantas que estaban debajo de una pequeña casita que en el techo tenía una enredadera de uvas. Se acomodaron en un rincón y buscaron una mantita que siempre llevaba en su morral, Angie, cubrió a su hermano y a ella misma con ella y dando un suspiro de alivio, se durmieron uno en brazos del otro.
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- mami, ¿estás en la cocina? – dice Fer, mientras bajaba por las escaleras – escucha que su madre le contestó que sí.
- ¿Qué haces levantada tan temprano?, es navidad, mija
- no tenía sueño – se acerca a darle un abrazo a su mamá – feliz navidad, mami – y la besa en la mejilla - ¿y mi papá?
- Está en el patio regando los arbolitos de naranja, de limón y los guayabos. – la miró y le dijo sonriendo y guiñándole un ojo – dice para que no se quemen después y cuando termine va a regar el del frente.
- yo lo hago, ya que estoy levantada – le dijo – además miraré como está nuestro “refugio” – y se echó a reír, al ver la cara que supo su madre - ay mami, aunque ya crecí, todavía lo considero mi refugio y también de Sofi. – se dirige hacia la puerta y a abre, mira lo hermosa que está a mañana y aspira el olor de la mañana, es lo que más le gusta de la mañana de navidad. Antes de abrir la llave del agua y utilizar la manguera, va hacia “el refugio”, al entrar vio que había un bulto en un rincón que se movió y dio un brinco del susto, salió corriendo hacia la cocina, llamando a su mamá.
- mami, hay un bulto que se mueve en el refugio, ven rápido, por favor – trató de controlar la respiración – ven, vamos a ver que es – la señora Yolanda sale secándose las manos con una toalla y se asoma para ver el bulto que había visto su hija. - ¿será un perrito abandonado? – dijo emocionada.
- ¡ni se te ocurra quedártelo, sabes que no puedes tener animalitos, por tu alergia al pelo – la regaño la señora Yolanda. Ella se agacha para levantar la mantita y abre los ojos como platos - ¡Dios mío! ¡niño Jesús!, son unos niños y están demasiado fríos. Lucía Fernanda, ven para que me ayudes a llevarlos dentro de la casa. – dijo tomando al niño y apura a Fer para que tome al otro niño.
- pero mamá, cómo vamos a meter a unos niños a la casa, ¿no serán mendigos?
- ¡claro que no son mendigos! ¡míralos! Parecen de buena familia – Fer al ver a su mamá llevar al niño a la casa, ella puso los ojos en blanco, su mamá siempre ayudando al que lo necesita. Lucía Fernanda toma al otro niño que está tirititando del frío, lo carga con cuidado, ya que no puede forzar mucho el brazo derecho por la férula.
- mami, no puedo con él, por el brazo – le grita su mamá –
- ya voy a ayudarte, no me acordaba de tu brazo, mija – llega y le quita al otro niño y lo acuesta en el sofá junto al otro.
- son muy guapos los niños, ¿verdad? ¿de dónde vendrá?, porque de por aquí, no son – la señora los mira detenidamente – se me parecen a alguien.
- vamos mamá, no seas así, que vas a conocer a estos niños – le reprocho Fer.