El mes de noviembre es bastante fresco en la ciudad de Santa Marta, ya que es fin de año y estos últimos meses son bastante alegres, por las festividades, ya se podían ver las familias preparándose para decorar sus casas con adornos navideños, los parques también los estaban decorando con figuras de aves y animales hechas de puro reciclaje y las iglesias también, sobre todo la parroquia San José, donde se va a celebrar la boda de Roberto y Lucía Fernanda; ya tenían distribuidas todas las flores en el altar, y en las bancas donde se iban a ubicar los familiares e invitados.
En la casa era un hervidero también, porque se estaba preparando todo el festejo en el jardín, la empresa de catering ya había acomodado las mesas y sillas, dispusieron un arco con flores por donde pasarían los novios hacia la mesa arreglada especialmente para ellos, los padres y padrinos, la mesa de dulces y del pastel de boda se veía increíble; ya todo estaba dispuesto.
La novia se encontraba en su habitación, preparándose; el día anterior le habían arreglado las uñas de las manos y pies, a las once llegaban la estilista y maquilladora; ellas tenían que peinar y maquillar a la novia y a las damas de honor, para después ponerse sus vestidos. En esos momentos entra a la habitación la señora Yolanda y el señor Joaquín, llevaban una cajita en las manos.
- ¡ay mi niña pequeña se nos casa! – dijeron emocionados – Fer, mira, esto es para ti, cariñito – le entrega la caja.
- ¿Qué es mami? – pregunta la joven
- ¡ábrela! – dice la mamá. Fer la abre y en su contenido tenía la tiara más hermosa que había visto en su vida.
- ¡ay, mami, ¡qué hermosa! No sabía que tenías una tiara – pregunta emocionada Lucía Fernanda.
- era de mi abuela Alejandra – dice el señor Joaquín – la usó mi madre y Yolanda, ahora quiero que la uses tu… bueno si te gusta, claro
- ¡claro que la usaré papi, es hermosa, me gusta más que la que trajo el vestido, ¡mira! – le muestra la que trajo el velo – esta es muy sencilla – la compara con la que sus padres le habían traído – ésta está mucho mejor, porque va acorde con el vestido, ya que trae perlas en el bordado de la blusa y con los aretes que me regaló Roberto – sonríe, aunque con lágrimas en los ojos – muchas gracias papi, mami, por todo esto, por darme la vida, por todo lo me han dado desde que nací – los abraza y comienza a llorar.
- no vayas a llorar, se te hincharán los ojos – le dice la señora Yolanda – te voy a traer unas bolsitas de té, para que te las pongas, hasta que llegue la maquilladora – luego sale de la habitación junto a su esposo. Fer escucha el timbre, ya se imagina que son las chicas que la va a maquillar y a peinar. Durante tres horas, logran terminar el trabajo, aunque habían llegado un poco tarde, por el trancón que había en las calles, pero lograron su cometido. Sus damas eran: su hermana Laura Sofía, sus amigas Stella, Annette, Julia y Deisy, ellas iban vestidas de color durazno pálido, estaban hermosas, sus hermanos se veían muy atractivos con sus esmóquines y también sus padres, estaban muy elegantes y no se podían olvidar de su niña hermosa, a ella le compraron un vestidito blanco con un sombrerito, zapaticos blancos y sus medias con encaje, se veía preciosa, parecía una novia pequeñita - ¡qué hermosa se ve mi niña, parece una princesita – la abraza y ella lleva sus bracitos al cuello y se ríe, al día de hoy tiene siete meses, ya dice mama y papa y otras palabras más.
En casa de Roberto, también está todo alborotado, los gemelos estaban felices, porque su papá se iba a casar con Fer, ellos la adoraban y querían mucho a Antonella, su hermanita pequeña. Ya se encontraban cambiados y esperando que todos se reunieran en la sala para irse a la iglesia. Roberto estaba caminando de un lado para otro, estaba nervioso, ni cuando se casó por primera vez, estaba así, ahora se sentía ansioso, feliz, porque se casaría con su preciosa diablilla, que le hizo la vida imposible al comienzo, pero que ahora la amaba más que a nada en el mundo, escucha un ruido de pasos y voltea a mirar y es su hermana Ana, que está muy hermosa con ese vestido verde claro que le hace resaltar sus hermosos ojos de color verdoso, pero que en este momento se veían un poco apagados, no tenían ese brillo que hace unos meses le había visto, parece como si estuviera triste - ¡que hermosa te ves, hermana! – le dice al acercarse a ella
- Muchas gracias, Roberto, y tú, también te ves muy atractivo y feliz – le contesta ella.
- en cambio tú, te ves triste, dime ¿por qué? Ella desvía la mirada
- no es nada, no te preocupes – le asegura, pero Roberto no le cree – hoy es tu día, así que, te deseo mucha felicidad, ya que Fer es la indicada para ti, hazla muy feliz – lo abraza fuertemente.
- ¿tu tristeza tiene que ver con mi futuro cuñado? Vuelve a preguntar él, preocupado porque la nota un poco pálida.
- ya no estamos juntos, terminamos hace como un mes – su voz salió como un murmullo – ya me repondré, aunque no sé cómo voy a aguantar toda la ceremonia y la recepción estando tan cerca de él, pero lo haré por ti y por Fer.
- vale, pero si te incomoda, no tienes que aguantarlo, Ana – le asegura él, – la mira y le pregunta ¿te hizo algo? Porque le puedo dar un puñetazo
- ¡No! No te pongas en eso, ya veré… bueno… creo que debemos irnos, no queremos que la novia llegue primero que el novio, ¿verdad?, además, tu padrino ya debe estar esperándote - El padrino de Roberto era su abuelo, que, a sus setenta años, se conservaba muy bien. Él vivía en la casa que era de los padres de Roberto y Ana, que al morir ellos, Roberto se la cedió a ella, para que cuando se casara algún día, pudiera vivir en ella, pero por el momento, su abuelo la estaba ocupando, porque en su casa estaba solo, pero en esta casa, se encontraba el ama de llaves de la familia Montemayor. Fueron al parqueadero y sacaron el auto y se encontraron que ya su primo Pedro había llegado y él era el que serviría como chofer para llevarlos a la iglesia. Cuando llegaron, se encontraron con que ya la mayoría de los invitados estaban en la entrada esperando a los novios, Roberto saludó a todos y miró su reloj, todavía faltaban diez minutos para que comenzara la ceremonia, su corazón saltaba eufórico, porque estaba a punto de tener en sus brazos a su futura esposa.