El impacto había sido brutal. El hielo causado por las bajas temperaturas en Madrid aquel invierno había provocado que su coche se descontrolase, que sus manos se agarraran al volante con tanta fuerza que sus músculos se tensaran hasta dolerle. Pero aún así no pudo evitar el camión que venía de cara. Lo último que vio fueron unas luces blancas que la cegaron seguido de un estruendo antes de quedar atrapados entre el amasijo de los hierros de aquel Audi rojo.
El sonido de la ambulancia y los bomberos envolvió el lugar. Luces, voces, gritos. Una imagen esperpentica para un sábado por la noche. Sangre, humo y órdenes muy concretas: Sacar aquel cuerpo del coche rojo. Los especialistas se afanaron en hacerse paso entre todo aquel conglomerado para encontrar a los heridos. Era su trabajo y, pese a mancharse de sangre, lo llevaban a cabo aguantando el tipo.
Uno de ellos llegó hasta el conductor y pudo observar la sangre que cubría su rostro, su camisa blanca teñida de rojo y la extraña postura que ofrecía su cuerpo. Colocó los dedos en su cuello, sabiendo que no encontraría pulso. Daba igual, debía sacarlo de ahí. Daba igual los sanitarios serían los encargados del siguiente paso. En ese momento oyó un gemido y se dio cuenta de que a su lado, en el asiento de copiloto, había alguien atrapado por el salpicadero.
¿Estas bien? Tranquila...
Una chica llena de arañazos lo miró con miedo. Seguidamente volvió su rostro hacia el conductor.
Nooooo - Un gritó desgarrador lleno de tristeza salió de su garganta para después desmayarse.
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Editado: 06.05.2020