Según mi madre, la cena debe ser un momento lleno de armonía y convivencia, pero lamentablemente, no todos tenemos esa misma suerte. Porque en lugar de todo eso que he dicho, la nuestra se encuentra llena de tensión, la cual se puede cortar con unas tijeras. Nadie abre la boca, si no es para comer.
—Cecelia —volteo a ver a Ana, la cual me sonríe con falsedad, así que yo imito su gesto —, ¿estudias?
—No, ya no —mi tía me mira con complicidad al saber la respuesta completa.
—Que lastima —voltea a mirar a su hija con presunción —, Diana salió en una de las mejores universidades de Monterrey —me mira con lastima —. Es obvio que el estudio no se hizo para todos, solo para los mejores.
—Ya no me encuentro estudiando —la miro con dureza. Es señal de que mi padre nunca le cuenta nada mío, o peor, que él ni siquiera me presta atención —, porque ya me encuentro capacitada para dar clases en escuela secundaria —la sonrisa se esfuma de su rostro.
— ¿En qué área? —pregunta Samantha con una sonrisa.
—Licenciatura en historia.
— ¿Te gusta la historia? —interroga Diana en tono burlón —. Que gran logro.
—Pues mira que si lo es —encajo las uñas en mi piel para descargar toda la frustración que me provocan —. Hoy en día a muchas mujeres las catalogan como inútiles, y más aun a las rubias —se sonroja de inmediato, Santiago suelta una risa que se apresura a disimular con una tos —, y las rubias falsas tampoco se salvan.
—Cecelia —mi padre me manda callar con la mirada.
—Que buen porvenir le espera a tu hija —Ana hace un gesto de burla al decir eso.
—Sabes Ana, he aprendido a lo largo de mi carrera, que una mujer es valiosa como peligrosa —el encaro con la mirada —. Puede llegar a matar —Santiago abre los ojos como platos —, por el más simple celo o avaricia —me pongo de pie y les echo una última mirada —. Con su permiso.
Salgo de la cocina con las emociones encontradas, pues ya vi para donde va dirigida la lealtad de mi papá. Nadie me va a defender en este nido de víboras, salvo mi tía Samantha. Y otra cosa más, debo saber cuándo tengo que mantener mi boca cerrada.
**
— ¿Qué tal el viaje? —mi mamá pregunta entusiasmada por medio de la bocina del celular. La esperanza es lo último que muere en ella.
¿Cómo te explico?
—Estuvo bien… el viaje —me recuesto en la cama —. Por cierto, te manda saludos el padre Damián.
—Gracias cielo —escucho el eco de las voces de mis hermanas —. ¿Y qué tal es Ana, y su familia?
—Son personas de mierda.
— ¡Celia! —me reprende de inmediato.
—Es la verdad, todos ellos son tan falsos y lo peor del caso es que mi padre les pasa por alto sus ofensas hacia mí —hago una mueca al recordar esa apestosa cena. ¿Pero que puedo esperar de un hombre que nunca mostró ni una pizca de afecto por mí? —. Tal parece que ellos son sus hijos de sangre y yo la hijastra… una intrusa en la casa de mi padre, ¿Qué ironía, no?
—Trata de hacer tu mejor esfuerzo —eso es lo que no soporto de mi madre, todo le solapa o le justifica. Él no querer a una hija no tiene justificación, creo yo.
—No, el que debe hacer su mejor esfuerzo es él y no lo hace, ¿por qué tengo que hacerlo yo? —suelta un quejido —. Lo que voy hacer a partir de mañana es sacar las garras para defenderme.
—Hija, es comprensible, hace cinco años que no te veía.
— ¡No trates de justificarlo! —Me exalto de inmediato —, porque sabes bien que eso no es excusa —trato de medir el tono de mi voz —. Él es un…
—No lo ofendas, sea como sea no deja de ser tu padre y merece respeto.
—El respeto se gana, un lazo de sangre no prueba nada.
—Por piedad Cecelia, no te metas en problemas.
—Una cosa si te digo mamá, va a pasar de todo en este verano, porque si ellas creen que me les voy a dejar ante sus ofensas y agresiones, están muy equivocadas.
—Ellos son tú…
— ¡No, no son nada! — ¿por qué mamá nunca está de mi lado? —. Y nunca lo van a ser. Stella y Arabela nunca han sido así conmigo.
—Las circunstancias son distintas.
— ¿Sabes que es distinto? Dinero —toso un poco —. Ellos están aquí por el dinero de mi padre.
— ¿Ellos no lo saben?
—No, y yo personalmente me voy a encargar de decírselos —sonrío con malicia —, cuando llegué el momento adecuado.
—No te metas en problemas con tú padre, sabes muy bien que ese tema es el que más odia en el mundo.
—Como veo que le vas a dar por su lado, buenas noches.
—Descansa hija, te quiero mucho —cuelgo el teléfono y suspiro.
Toda ésta situación va a ser más difícil de lo que pensé, porque en primera, ya extrañó a mi familia.
Miro el techo y veo colgadas las estrellas de papel que hice cuando tenía diez años, era mi forma de alcanzar el cielo sin importar las opiniones de mierda de los demás.