3 de Julio del 2017.
—Encontrarme a alguien como tú, con esa sencillez que te caracteriza… —un momento, me detengo al escuchar lo que estoy cantando —, para ya Cecelia —me regaño a mí misma mientras me doy tres cachetadas mentales por cantar eso —, no vaya a ser que te escuche…
—Aja —Santiago sale de la cocina con una sonrisa de oreja a oreja —, que tenemos aquí. De seguro es por la versión pop, ¿es así Lia?
—Calla —lo mato con la mirada —. Por tu bien es mejor que no digas nada.
—Y perderme una oportunidad como esta —se carcajea —, ni soñando —da unas palmadas —. Es genial ver que ya te estás volviendo al lado oscuro.
—No digas estupideces —tomo asiento en uno de los sillones de la sala, tratando de controlar los nervios que me provoca —, si canto ésta canción es porque le subiste a todo volumen el otro día.
—Así lo llamamos —toma asiento a lado mío. Por lo visto no voy a poder escapar de él tan fácil.
—Cree lo que quieras.
— ¿Qué tal el calorcito? —se echa aire con su sombrero. No entiendo como hay personas que dicen que el calor es mejor que el frio. Y la verdad es que no. Me encuentro sudada cual cerdo y ni una gota de mísera lluvia.
—Igual al calor de playa —muchos aquí pueden creer que me gusta el calor, ya que prácticamente he vivido toda mi vida en la costa. Pero lo cierto es que no. Odio el calor. Todas las noches prendo el aire acondicionado en mi habitación de Manzanillo.
—Es para que te sientas como en casa.
—No compares —ato mi cabello en una coleta —, por lo menos allá te puedes meter a nadar para refrescarte, andar en short y todas esas cosas.
—Nosotros igual —se encoje de hombros —, ¿no conoces nuestra playa de los pobres?
— ¿Te refieres al lago de Chapala? —bufa —. Porque si te refieres a esa, ya tuve el placer de conocerla —me sonríe —. Un loco me secuestró y me llevó hasta allá.
—Muy graciosa —le mando un beso por el aire. Nota mental: no sé porque lo hice —. Hay un pequeño lago a unos kilómetros de aquí, ¿lo quieres conocer?
—Sí, ¿pero ahora? —suspiro —. El sol está fuertísimo.
— ¿Te gustaría en la noche? —lo miro —. Podríamos hacer una pequeña fogata y nadar. ¿Qué dices?
He ahí cuando en lugar de tener un Pepe grillo que me orienta por el camino de la sensatez, tengo un unicornio que grita wiii.
— ¿A qué hora? —una cadena de oración por esos benditos unicornios.
— ¿A las siete te parece?
—Me parece perfecto.
—Hasta al rato —me guiña un ojo y sale de la casa con rapidez.
Una plegaria al cielo; necesito borrar la estúpida sonrisa que tengo en mi rostro.
—Nunca defraudas Cecelia —veo que escucharon mis plegarias. Me pongo de pie y veo a Diana, que se encuentra en las escaleras con una cínica sonrisa en su rostro —. ¿En serio te sientes tan poca cosa, como para fijarte en un simple empleado? ¿O es una forma de rebelarte ante nuestro padre?
—Mira quien habla —la encaro —. El burro hablando de orejas —no se inmuta. Esta zorra de quinta me está colmando la paciencia —, ¿acaso tu madre sabe de tú crush? —Su semblante se congela —, ¿o que te brilla la pupila cada vez que miras a Santiago? ¿O qué te cotoneas todo el tiempo frente a él?
—Todo eso lo estás inventando.
—Escucha con mucha atención Britney Spears región cinco —me coloco frente a ella —, si tú o tu madre le llegan a hacer algo a él, solo porque no cedió ante tus caprichos, te juro que destrozo esa linda carita con mis propias manos —respira con velocidad —. Eso de ir a la escuela pública más temida de Manzanillo te pasa factura.
—A mí no me gustan las amenazas.
—No son amenazas, si tú provocas algo —hago mi cabello para atrás arremedándola —, te las vas a ver conmigo. Y eso incluye a todos mis allegados.
— ¿Asustada? —hace un puchero.
—No —me encojo de hombros —. Precavida, porque no te gustaría ser comida de coyotes, ¿verdad? —se pone pálida —. Apártate de mi camino, niña bonita.
**
— ¿Llamo en mal momento? —pregunta Leire por medio de la bocina del teléfono.
—Digamos que tengo algo de prisa —cierro la mochila que contiene una toalla, repelente de mosquitos, entre otras cosas.
— ¿Por qué? ¿A dónde vas?
¿Por qué abrí la boca señor?
—A nadar, hay una pequeña laguna por acá y el calor se está volviendo insoportable.
— ¿Sola o acompañada? —a juzgar por el tono de su voz, podría jurar que está sonriendo. Como detesto que esa sonrisa que tiene, cargada de cinismo.