Mi bella traición

Capítulo 7

6 de Julio del 2017.

 

— ¿Me mandó llamar mi niña? —volteo a donde proviene la voz de mi nana, la cual entra con sumo cuidado a mi habitación. Como si temiera romper algo.

—Si nana, pasa —me pongo de pie, pero antes me dirijo a donde se encuentra mi peinador. Del segundo cajón del lado izquierdo saco una pequeña cajita azul marino.

— ¿En qué puedo servirle? —algo que no me gusta, y que no he podido cambiar a lo largo de los años, es la manera en la que mi nana se dirige hacia mí. Ella me sigue hablando de usted, cuando la que debería hablarle de usted soy yo.

—A veces pienso que no soy lo suficientemente agradecida contigo nana —ella se sonroja al escuchar mis palabras. Un rasgo común de ella, es el sonrojo al escuchar sus virtudes. Supongo que así son varias personas, nunca les dijeron algún tipo de halago, y por lo mismo no están acostumbrados a eso —. Siento que no aprecio todo lo que has hecho por mí.

—De ninguna manera —niega con la cabeza —, tú eres sin duda una buena muchacha.

—Aun así —suspiro —. En fin, hace algunos meses fui a una tienda de antigüedades en Manzanillo y vi algo que me encantó —le entrego la caja de madera —, y pensé en usted, nada más que no había encontrado el momento oportuno de entregárselo.

— ¡Mi Dios! —exclama al ver el relicario que le acabo de dar. Tiene un pequeño rubí en donde se sostiene la cadena —. Es muy bello, pero no puedo aceptarlo —me lo devuelve. Eso era lo que me temía. Que no lo aceptara, creyendo que no lo merece.

— ¿Por qué? —no se lo acepto. Al contrario, se lo devuelvo con cariño.

—Porque una criada, como lo soy yo, no debe aceptar este tipo de regalos.

—No te rebajes nana —ella baja la cabeza —, ser criada, cosa que no eres, no te hace poca cosa. Al contrario, es el trabajo más matado y peor pagado —me inclino para darle un abrazo fugaz —. Eres mi segunda madre, siempre pensando en mí.

—Aunque la mona se vista de seda…

—No hagas esa estúpida comparación —me cruzo de brazos al ver la poca estima que se tiene a si misma —. Tan solo ve a la boba de Ana. Cuerpo lindo, sonrisa linda, cara linda y es una completa víbora.

—Aun así… es la patrona.

—Acepta el regalo, ¿sí? —opto por desviar el tema, y a modo de chantaje hago ojitos del gato con botas.

—Solo porque me lo pides tú.

— ¡Triunfe! —grito extasiada y la abrazo con fuerza. Después de todo no fue tan difícil lograr que aceptara el regalo.

—No te acostumbres a eso, muchachita —me da un beso en la frente —. Por esta vez ganaste, pero eso no significa que así sea siempre —unos golpes en la puerta hacen que nos separemos.

—Adelante.

—Con su permiso —Susana entra con nerviosismo.

— ¿Qué pasa Susana?

—Su padre la manda llamar —la miro confundida —, la espera en el estudio.

—Gracias, enseguida voy.

—Con su permiso —se retira con respeto.

— ¿No es extraño nana? —ella se encoje de hombros —. Me ha ignorado por completo desde que llegué y ahora resulta que quiere hablar conmigo —me llevo el dedo índice a mis labios —. Aquí hay gato encerrado.

—Ve y averigua de que se trata —me alienta —. A lo mejor quiere pasar un rato padre e hija —estallo en carcajadas ante tal locura.

—Se acaba de echar la dominguera —ella se limita a encogerse de hombros —. Y ya que estamos hablando de cosas imposibles, él me va a llevar a pasear por el estado completo —mi nana me mira con desaprobación —. Pero bueno, deja voy a ver que ocupa.

Salgo de mi habitación extrañada, guiada por un magnetismo, volteo a mirar el final del pasillo a mis espaldas, y si mis ojos no me fallan, estoy segura de ver a Ana, ¿espiándome? Ya debo estar delirando por el calor. Hace unos días que fuimos a la laguna, y él ya no ha dicho nada sobre ir de nuevo.

Con nerviosismo llamo a la puerta del estudio de mi padre. Siento inseguridad en mi pecho. Temor.

— ¿Quién? —pregunta desde adentro con voz imponente. Esto no augura nada bueno.

—Cecelia —acomodo un mechón de cabello detrás de mí oreja.

—Pasa —su voz suena más gélida. Inhalo, exhalo y entro.

¡Paf!

Es el ruido que hace su mano al estrellarse en mi rostro, dejándome aturdida por unos segundos. Pasmada debido al golpe y a la impresión de ser recibida con violencia por parte de mi padre. Cada vez que pienso que ya no me puede tratar peor se supera a sí mismo.

— ¡Estúpida! —me grita con furia. Mis ojos se encuentran al borde de las lágrimas, pero no dejo que lo vea. No le planeo dar ese gusto.

— ¿Y se puede saber cómo es qué me gané ese título? —me armo de valor y lo miro. Tiene el rostro encendido por la ira.

— ¿Y todavía te atreves a preguntarlo? —doy dos pasos hacia atrás al ver que hace el ademan de querer darme otra bofetada. De su cuenta ya me hubiera mandado azotar como lo hacían en antaño.




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