22 de Julio del 2017.
¿Quién en su sano juicio se emborracha como si fuera el fin del mundo? Porque debo decir que el martilleo en mi cabeza es terrible y para nada bonito, y las náuseas ni se diga. Ya van cuatro veces que voy a guacarear al baño. En mi vida vuelvo a tomar como lo hice anoche.
Pero todo eso no se compara con el silencio incomodo que se instaló entre nosotros dos después de ese beso —del cual no me arrepiento —. Ninguno de los dos ha dicho palabra alguna desde anoche.
Con algunas molestias me estiro hasta alcanzar mi celular que se encuentra en la mesita de noche y me espantó al ver que tengo cincuenta llamadas perdidas de Leire, y doscientos mensajes por el whatsapp. Sí que le urge tener noticias sobre mi salida con Santiago, ya ni mi madre es así.
Marco su número mientras abro el cajón de mi buro y saco unas aspirinas, paracetamoles, y una pastilla para el estómago. Todo lo que sirva es bien recibido en mi organismo para aplacar mis males.
— ¿Cómo se te ocurre hablar conmigo hasta ahora? —Mi amiga de inmediato responde con amargura. Me llevo una mano a la cabeza para aplacar el dolor —, ¿las cincuenta llamadas no te dijeron que era urgente hablar contigo?
—En primera; no me grites que no soporto la cabeza —me tomo dos aspirinas a secas mientras voy sacando otro tipo de pastillas.
— ¿Hiciste cosas sucias? —cambia el tono de reproche por el curioso. Mi amiga no cambia.
—En segunda; apenas vi tus llamadas perdidas —ignoro su pregunta —, y no respondí a las primeras que hiciste anoche porque no pensé que fuera importante.
— ¿Qué tanto hiciste anoche con el amigo?
—Estamos hablando de ti, tú eres la histérica que llamó a mi número sin parar. Así que cuenta.
— ¿Una confesión y una confesión?
—Hecho.
—Las primeras llamadas no eran de emergencia —empieza a narrar con toda tranquilidad —. Solo eran para avisarte de otro trabajo.
— ¿Conseguiste otro empleo? —me sorprende su noticia, pues creía que ya estaba a gusto en la galería de arte.
—A mí, y otros dos compañeros fuimos solicitados para arreglar la presentación de un gran artista jalisciense. James Morales —carcajea por un buen rato antes de suspirar —. James Morales, Celia. He admirado sus obras desde hace varios años.
—Eso es genial, he oído que ha estado en varios países de Europa, y que es una gran promesa de México.
—Lo sé, es una gran oportunidad —chilla por la emoción —, tu turno. ¿Qué pasó anoche?
— ¿Recuérdame por qué no debo tomar tequila? —con esa pregunta sé que ya le di una gran indirecta. Basta con recordar la noche de nuestra graduación de la preparatoria. Las dos nos habíamos puesto como unas cubas —a escondidas de nuestros padres —solo que yo fui la estúpida que se metió a bañar en la fuente de la terraza. Terribles recuerdos.
— ¿¡Bebiste tequila!?
— ¡No grites! ¡Mi cabeza idiota! —suelto un quejido al sentir como me retumba la cabeza —. Y si, bebí tequila y participé en un karaoke.
— ¿Cuál canción?
—Una de Alejandra Guzmán.
—Dicen que soy, un desastre total, que soy mala hierba —empieza a cantar para molestarme —. Toda una pecadora.
—Si yo soy una pecadora, tu eres el diablillo que siempre me incita al pecado —tomo una pastilla para las náuseas —. Eternamente bella, de hecho.
—Esperaba otra canción, como hacer el amor con otro o mentiras piadosas —bostezo en lugar de replicar —. ¿Hiciste alguna locura con el alcohol en tu organismo?
— ¿Sentarse sobre el regazo del chico cuenta cómo locura?
— ¡Hiciste eso! —De inmediato se carcajea al estar recreando la escena en su cabeza —. De veras que el tomar tequila despierta a tu alter ego, ¿Qué pasó después?
—Con delicadeza me hizo a un lado —me sonrojo al recordar el momento.
—Eso no fue todo, ¿Qué más pasó?
—Ah no, ahora te toca a ti —le doy la vuelta a la situación —. ¿A qué se debieron el resto de las llamadas?
—Anoche fui a beber una copa en el bar en el que solíamos trabajar, y como nunca falta, estaba Mauricio.
—Eso no es novedad, ya sabias que siempre va a esos lugares —solloza en compañía de quejidos —, ¿Qué pasó anoche Leire? —quejidos a modo de respuesta —. Leire, me estás asustando.
—Te toca, ¿Qué te dijo Santiago después de semejante dedicada de canción? —aprieto los puños al ver que quiere saber todo a lujo de detalle y ella no suelta ni prenda.
—Nada, de inmediato tomó el micrófono y comenzó a cantar la canción pídeme de Diego Verdaguer, mientras se iba acercando a donde yo me encontraba.
—Chauuu —me silba —. Se le quitó lo tímido al hombre, ¿Qué más pasó?