10 de septiembre del 2017.
Miro por el balcón de mi habitación a mi padre, que se encuentra subiendo algunas maletas a la parte trasera de su camioneta. Él y Ana van a tomar unos días de vacaciones por las playas de Cancún —vaya despilfarro de dinero —, en compañía de Tobías. Ana lo quería dejar en la casa al igual que Casandra, solo que mi padre no se lo permitió —debido a su edad —, por lo que mi pequeña hermana se queda con nosotros.
Cosa que no me molesta en lo absoluto, pues Jorge aceptó hacerse cargo de ella mientras ellos no estén aquí. Sin ellos aquí la casa se siente menos tensa, y ahora súmenle que Diana partió para la universidad —una de Guadalajara —y Dante estudiando en Zapopan con unos familiares —a pesar de la mudanza de hace cinco años, él no quiso dejar su escuela —puedo jurar que el aire se respira más puro.
Agosto fue un mes ajetreado para todos en la hacienda. Gracias al cielo cayeron buenas tormentas —que ya hacían falta —que beneficiaron a los sembradíos del lugar. Durante gran parte del mes Santiago se encontraba ocupado, aunque siempre encontraba unos minutos libres para platicar conmigo y robarme uno que otro beso.
La situación con mi padre se encontraba fría. Ni él me hablaba mientras yo fingía que no existía —triste, lo sé —. La cosa se tornó terrible hace tres días cuando en los programas de radio y televisión anunciaban que había temblado el siete de septiembre en Oaxaca y en Chiapas.
Las imágenes eran terribles, por lo que de inmediato le dije a mi padre que había que llevar víveres y dinero a la cruz roja para ayudarlos. Eso le enfureció. Nunca había visto a un hombre tan egoísta y tan inhumano en la vida. Aun así, logré mi acometido, pues siendo dueña de gran parte de la hacienda —así como de sus ganancias —pudimos ayudar.
Es por eso que van directo a sus vacaciones de ensueño. Quiere que se le pase la bilis que hizo del puro coraje. No vuelven hasta el veinticuatro de septiembre.
Por mí que pasaran el resto de sus días en Cancún.
Vuelvo a enfocar mi vista a la tableta que reposa en mi regazo, donde se puede ver el mensaje que acabo de leer. La cosa es así: sin falta en enero debo elegir en cual escuela quiero dar clases. Y hay dos candidatas esperando con ansias mi respuesta. Una se encuentra en Manzanillo y la otra se encuentra aquí, en Ajijic. Debo tomar una decisión antes del tres de enero, ese fue el ultimátum de las dos escuelas.
—Que jodida vida… —suspiro frustrada. Apago la tableta cuando escucho que llaman a la puerta —, pase.
—Hola guapa —es lo primero que dice Santiago al entrar, por su ropa deduzco que acaba de salir del trabajo. De inmediato se acerca a mí y deposita un beso en mis labios.
—Hola guapo —lo saludo al momento de separarnos —, ¿Qué tal el trabajo?
—Productivo, pero agotador —se deja caer en una silla que en encuentra enfrente de donde me encuentro yo —, y ahora más que el patrón me dejó a cargo en su ausencia —me toma de una de mis manos con cariño. Él sabe que el solo nombrar a mi progenitor me causa diarrea —. ¿Cómo te encuentras tú?
—Mal —dejo la tableta en la mesa de al lado. Acto seguido me pongo de pie para sentarme en el regazo de mi chico —. Necesito un abrazo tipo anaconda.
— ¿Quieres que reviente tus huesos y venas? —pregunta divertido mientras deja un camino de besos húmedos en mi cuello.
—Tú sabes que de que hablo… tengo tanto miedo de ser como mi padre.
—Tú no eres como tu padre —me susurra al oído —, no dejes que sus acciones te afecten.
—Es como si tuviera en vivo y en directo al mismísimo Trump —una lágrima cae por mi mejilla, él se encarga de limpiarla de inmediato —. Siempre pasé por alto que no me quisiera, que me tratara con la punta del pie. Pero verlo tan indiferente ante las situaciones del país… ¡por Dios! ¡Hay huracanes demasiado agresivos! ¡Este sismo de tan alta intensidad! ¿Cómo puede ser tan inhumano?
—Hay personas que se empeñan en caer mal en todo momento —acaricia mi rostro —, tal parece que les emociona ser la persona más estúpida en el mundo —su comentario me logra sacar una sonrisa.
—No tienes idea de cuánto te agradezco de que no hayas huido al ver qué clase de padre tengo.
—Lo mismo te voy a decir cuando conozcas a mi familia —una risita brota de sus labios.
—Ahora que estás tocando el tema —me reclino hacia atrás para poder mirarlo a los ojos —, ¿Cuándo voy a poder conocer a tu familia? Digo, tú ya conoces a la mía. Bueno, una parte.
— ¿Te parece bien el quince de septiembre? —me enderezo mientras lo veo con la expresión desencajada.
— ¿En unos días?
—Si —se inclina para darme un pequeño beso fugaz —. Mi familia vende comida mexicana por el centro de Ajiic. Y en estas fechas echa la casa por la ventana —junto con otros vecinos —. Hay mariachi, cerveza, antojitos.