19 de octubre del 2017.
Con cuidado bajo de la camioneta en compañía de Jorge. Los dos miramos la casa con extrañeza. Después de tres semanas fuera, estar aquí provoca un vacío en nuestro interior. Como si la hacienda fuera irreal para nosotros. Los dos soltamos un suspiro largo y tendido antes de entrar a la casa. Lo que ambos necesitamos es un buen baño, una siesta de unas diez horas —las ojeras lo confirman —y una suculenta cena.
— ¡Cecelia! —Exclama Samantha al vernos entrar a la sala de estar —, ¡por todos los cielos muchacha! ¿Era mucho pedir que llevaras el teléfono celular contigo? —bajo la cabeza con vergüenza. No quise cargar con el celular para no tener que lidiar con mi padre por aquellos lugares. Por lo que decidí aislarme, y obviamente no fue la decisión más acertada.
—Tía, iba para ayudar, no para andar bobeando con el celular —una excusa algo pobre. Pero excusa.
—Esa no es excusa —golpea mi hombro con fuerza —. Tu madre ha estado llamando todos los días, tres veces al día por tener noticias tuyas. Así que te aconsejo que una vez que descanses el cuerpo, la llames.
—Sí, haznos el favor —suplica Ana quien hace su aparición al lado de mi padre. Ella me mira con desdén. Nada ha cambiado —. Ya que no hay nada más humillante que recibir las llamadas de la ex zorra de mi marido.
De repente las fuerzas me vuelven al cuerpo, pero la poca cordura que tenia o que trataba de mantener con ellos desaparece de inmediato. No lo pienso dos veces —aunque sé que debí haberlo hecho —y me acerco hasta darle una fuerte bofetada.
—Pide disculpas por lo que has acabado de decir —demando con toda la furia dentro de mí. Nadie ofende a mi familia.
—No tengo porque hacerlo —me desafía con la mirada.
— ¡Lalo! —de inmediato le hablo a uno de los empleados de la casa, quien de inmediato hace su aparición. Lleva entre sus manos un sombrero para cubrirse del sol en los campos.
— ¿Me mandó llamar seño? —pregunta con timidez. La presencia de mi padre sí que intimida a los demás.
—Quiero que vayas a la habitación de la señora Ana y saques todas sus cosas por el balcón —Ana palidece al oír eso —. Y que sea lo más rápido posible.
—No puedes —masculla entre dientes.
—Sí que puedo.
—Todas mis prendas se van a estropear —le lloriquea a mi padre, el cual se encuentra entre la espada y la pared. Y no lo digo porque me aprecie, sino porque sabe que tengo más derecho sobre la casa que él mismo.
—Que tu marido te dé más dinero para mas prendas —la miro sin parpadear —, ¿por qué por eso te casaste con él no? —su rostro se enrojece —, así que ahora soy yo la que te hago ésta pregunta; ¿Quién es la zorra en esta familia?
Se escucha un estruendo en el campo. Todos volteamos a ver por la ventana y en uno de los árboles se ve uno de los vestidos de Ana enredado entre las ramas, al igual que sus zapatos y bolsas.
—Yo no me ando por las ramas ni me ando con jueguitos tontos —me cruzo de brazos —, así que no te vuelvas a meter conmigo o con alguien de mi familia.
— ¡Basta ya Cecelia! —exclama mi progenitor. Ana sonríe triunfante al ver que ya ha intervenido —, no te tomes atribuciones que no te corresponden.
— ¿Cuáles son esas atribuciones? —la pelea se está subiendo de tono cada vez que uno de nosotros habla.
—Irte a lo pendejo a la Ciudad de México —mi padre sí que es increíble. Hay gente estúpida en el mundo y luego está él —, ¿a qué tenías que ir? Gente como nosotros no nos debemos mezclar con los pobres diablos que ahí habitan.
— ¿¡Te estás escuchando!? —Alzo la voz con incredulidad —, porque no nos haces un favor a todos. ¡Colócate debajo de un edificio y espera a que pase una réplica y de esa manera espera a que un puto ladrillo te caiga en la cabeza y acabe con tu sufrimiento!
— ¡Cecelia! —me llama la atención Samantha con enojo.
— ¡Que quieres que le diga tía! —Apunto a mi padre con enojo —, ¡si él ha provocado que sienta los peores sentimientos hacia él!
—Soy tu padre —alza la voz al decirlo. Una risa amarga brota de mis labios —, y merezco respeto.
— ¡Te tengo noticias Oliver! —finjo un megáfono con mis manos —. ¡El cariño y el respeto se ganan! —aprieta los dientes —. No exijas lo que no das —me retiro a paso lento a las escaleras, para poder tomar un merecido descanso —. Con su permiso
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— ¿Cómo es que esta sea la primer llamada que recibo de ti en tres semanas, señorita? —es lo primero que pregunta Maya al contestar el teléfono. Ya me pude dar un buen baño, descanse algunas horas, y ya traigo en el estomago algo de sustancia. Quise hablar con Santiago primero, pero sorpresa, sorpresa. Está con su familia. Por lo que me dispuse a llamar a mi familia.
—Mamá, en serio lamento no llevarme el celular en mi voluntariado —mentira. Pero ella no tiene por qué saberlo. Aunque conociéndola, me va a sacar la verdad asi sea a distancia.