5 de Noviembre del 2017.
Releo por sexta vez consecutiva la agonía de la muerte después de la agonía de la vida de los miserables y aun no soy capaz de prestar la suficiente atención que requiere el libro. Mi cabeza no da para más, solo sirve para darle vueltas al mismo problema una y otra vez. Después de que Santiago hablara con su madre al terminar su plática con el padre Damián, fue más tosco y brusco conmigo. Si le pregunta algo, me respondía molesto.
De eso hace más de una semana y yo aún sigo en las mismas con respecto a la familia de Santiago. Él se fue a los dos días por un viaje de negocios que misteriosamente le asignó mi padre, por lo que no tuvo tiempo de dar explicaciones. Conveniente, diría Leire. Por lo que después fui hasta Cajititlán para darle una visita al padre Damián, pero también me respondió con evasivas y monosílabos. Ni siquiera me miraba a los ojos. Y después descubrí que me querían ver la cara de tonta.
— ¿Qué haces sola a estas horas del día? —pregunta mi tía al verme sentada en una de las bancas del jardín. En sus manos lleva unos paquetes de semillas.
—Mi novio está afuera —me encojo de hombros —, ¿con quién más podría salir?
—Cierto, lo había olvidado —de inmediato me da la espalda para dedicarse a sus preciadas flores. Y yo, ya estoy harta de que todos me respondan con evasivas. Mi tía me tiene que decir lo que ocurre en esta casa de locos, sí o sí.
— ¿Qué me están ocultando? —la enfrento sin miramientos. Ya me cansé de irme por las ramas, ya vi que de nada sirve.
— ¿Por qué piensas que te ocultamos algo? —voltea a mirarme con toda la calma que pretende tener. Pero en sus ojos veo un reflejo de pánico.
— ¿Qué tiene que ver el padre Damián con Santiago? —finge confusión. Y mi paciencia está por terminarse, los resultados no van a ser nada buenos —. Habló con Santiago el otro día, y debo añadir que no se veía muy contento con la noticia de mi noviazgo con él, y mi novio lucia demasiado tenso ante su presencia.
—Eso solo te lo pueden decir ellos —me vuelve a dar la espalda. Pierdo los estribos al momento en que tiro dos macetas con sus flores favoritas —, ¡qué diablos te pasa Cecelia! —me reprocha con enojo.
— ¿Qué, que diablos me pasa? —carcajeo sin humor —. ¡No soy ninguna estúpida Samantha! Sé que hace unos días estuvo aquí el padre, solo para hablar contigo —palidece de inmediato —, ¿crees que no lo vi? —aprieto los dientes hasta hacerlos rechinar —. ¡QUE DIABLOS OCURRE EN ESTA MALDITA CASA! ¡SIENTO QUE TODOS SABEN ALGO QUE YO IGNORO!
Silencio.
Y más silencio.
—Ahora eres muda —finge peinar su cabello —. Por estas situaciones y escenitas es que mi decisión de quedarme o irme pende de un hilo —no responde —. Dile a mi padre que no voy a pasar la noche aquí —le doy la espalda para bajar por las escaleras. Quiero escapar de este lugar. Necesito escapar de este lugar.
— ¿A dónde vas a ir? —escucho su voz a lo lejos.
— ¡Lejos de todos ustedes! —limpio una lagrima con fuerza. Ni siquiera sé por qué estoy llorando. Tal vez ni siquiera hay un motivo, solo son mil motivos que están atascados en mi garganta, luchando por salir.
Necesito pasar unos minutos a solas. Debo encontrarme conmigo misma una vez más.
**
—Sea bienvenida al hotel La nueva posada —la chica de recepción me sonríe con honestidad. Y yo le devuelvo lo que parece una imitación de ella. No me siento con ganas de sonreír ante nadie. Por una vez quiero quitarme la armadura donde nadie sepa quién soy —, ¿en qué le podemos servir?
—Necesito una habitación.
Mi plan es desaparecer del mundo por unos días. Tengo apagado el teléfono y nadie sabe a dónde fui a parar. Salvo mi tía, solo que no sabe dónde ni por cuanto tiempo. Ni siquiera le mande mensaje a Santiago. Si el no confiaba en mí, ¿por qué yo sí?
—Claro que sí, ¿para cuantas personas es?
—Para una sola —suspiro —. Es para mí.
—Tenemos la habitación estándar que se encuentra enfrente de la piscina —revisa su computadora antes de devolverme la mirada —. ¿Le interesa?
—Démela —le imploro de inmediato.
— ¿Por cuánto tiempo la desea tener? —medito por unos instantes su pregunta.
—El que sea necesario…
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6 de Noviembre del 2017.
Abro mis ojos con brusquedad al percatarme de que no me encuentro en mi habitación de Manzanillo, ni en la de La hacienda. Suspiro con calma al reconocer algunas cosas de la habitación del hotel. Me inclino a la mesa de noche para tomar el reloj que se encuentra en ella. Las cinco de la mañana. Miro el techo unos instantes al darme cuenta de que ya no voy a poder conciliar el sueño, por lo que me levanto y me coloco una blusa encima, para tapar mi sostén. Y salgo de la habitación.