9 de Noviembre del 2017.
— ¡Yo la mato! —grito con todas mis fuerzas mientras voy saliendo a toda velocidad de mi habitación sin ver a quien me topo por el camino. Juro que veo rojo debido a la rabia que traigo. Bajo corriendo las escaleras hasta que una mano me detiene sin posibilidad alguna de escape.
—Tranquila —Santiago es quien me intercepta por las escaleras, me atrapa entre sus brazos para evitar que siga corriendo —. Cariño, ¿Qué es lo que te tiene de esa forma?
—Ahora no Santiago —trato de soltarme de su agarre, obviamente no lo consigo sin importar cuanto lucho —. Primero debo matar a alguien de manera lenta y dolorosa.
—Auch —me susurra al oído —. ¿Se puede saber a quién vas a matar de esa forma tan sádica?
— ¡Tengo que ir a Manzanillo! —abre los ojos en su totalidad al escucharme decir eso. Ese es uno de sus temores más grandes —. Tengo que matar a Leire con mis propias manos.
— ¿Y cuál es la razón?
— ¡Me arruinó el final de feliz día de tu muerte! —me cruzo de brazos al igual que un niño que hace su rabieta al ver que le quitan su caramelo. Santiago parece no reaccionar de primero, para después estallar en carcajadas —. Pero no te rías así.
—No… no puedo… evitarlo —se dobla de la risa al recordar el motivo de mi rabieta —. Pero es que no me cabe en la cabeza que te hayas puesto de esa manera por una película.
—No comprendes —arrugo la frente —. La planeábamos ver desde abril, y de pronto aparece una notificación en mi Facebook indicándome que mi amiga Leire me nombró en una publicación —alza una ceja —, publicación que contenía la imagen de quien se escondía detrás de esa mascara.
—Admito que ha de doler —me da la razón, ya que a nadie le gusta que les echen a perder las películas —. Pero no es motivo para ir hasta otro estado para asesinarla.
—Me lograste aplacar —lo miro de reojo. No voy a negar que eso suena a chantaje.
—Qué bueno que tengo ese poder —se inclina para depositar un pequeño beso en mis labios. Nos separamos al escuchar el tono de mi celular. Lo saco de mi bolsillo y me vuelve a hervir la sangre al ver de quien se trata.
—Permíteme unos instantes —le hago una seña con la mano —. ¡Tú grandísima idiota! —grito una vez que respondo la llamada —. ¡Cómo pudiste hacerme eso!
—En primera porque estás a miles de kilómetros de donde me encuentro, por lo que no había posibilidad de que me mataras en el proceso —gruño sin poder evitarlo —. En segunda, porque a mí también me etiquetaron en eso.
— ¿Y quisiste compartir tu pena con la demás gente? —pregunto con sorna.
—Si —me da la razón con cinismo —. No quería ser la única en sufrir con el final de la película —si la tuviera enfrente de mí, estoy segura de que la mataría con mis propias manos —. En tercera, porque tú me habías arruinado la de no se aceptan devoluciones.
— ¿Y te estás vengando?
—Y en cuarta…
— ¿Hay más? —Ella debe estar disfrutando esto con palomitas a lado suyo —, ¿Qué me quieres hacer pagar hasta por quebrar tus crayolas en la primaria?
—Nos conocimos en secundaria, Einstein.
— ¡Eres una cabrona!
—En cuarta —ignora mis comentarios anteriores —, porque estuviste desaparecida por tres días sin dar señales de vida, y el único que te encontró fue Santiago y no me dijiste ni el menor chisme posible de lo que hablaste o hiciste con él —la escucho respirar con calma —. Y eso es fallar al código de amigas.
— ¡Vete al diablo! —le cuelgo sin darle oportunidad de hablar. Mi amiga puede llegar a ser irritante si se lo propone.
— ¿Todo bien? —se atreve a preguntar Santiago a los pocos minutos de haber colgado.
—Estoy en proceso —me siento en uno de los escalones mientras él me imita. Dejo caer mi cabeza en su hombro —. Así somos nosotras, pasamos del amor al odio y viceversa.
—Yo venía a hacerte una invitación, y por lo que acabo de escuchar es el mejor momento —besa mi cabellera con cariño.
— ¿De qué invitación se trata? —pregunto con curiosidad.
—Quiero llevarte mañana al cine, para ver la de coco —me susurra al oído —, ¿aceptas?
—No lo sé… esa película no me ha llamado mucho la atención —le confieso apenada.
— ¿No te gustan las de pixar?
—Claro que me gustan, solo que esa no ha llamado por completo mi atención —veo la decepción en su rostro —. Pero por ti haría una excepción.
— ¿Eso es un sí? —le sonrío al mismo tiempo en que asiento con la cabeza —. Mañana paso por ti para la función de las cinco.
—Esperare con ansias.
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