Mi bella traición

Capítulo 16

2 de Diciembre del 2017.

 

Santiago.

Cuando supe que mi progenitor había engañado a mi madre reaccioné de manera agresiva. No quise hablar con mi padre durante un año, mucho menos ver a esa mujer que le había hecho tanto daño a mi mamá. Hasta que supe del nacimiento de mi hermana, y sin quererlo, me encariñé demasiado con ella.

Mi hermano y yo la cuidábamos —en exceso, puedo decir —, la consentíamos, la paseábamos. En fin, era nuestro mundo.

Pero luego llegó la tragedia. Nadie contaba con que la muerte se iba a fijar en una chica de diecinueve años, completamente sana. Ese día experimenté un dolor distinto, lleno de rabia. No me había dado cuenta de cuanto poder ejercía sobre nosotros mi linda hermanita.

Por lo que después de su muerte hice varias promesas. Una de ellas era que no iba a dejar que una mujer ejerciera demasiado poder sobre mí, para dolores ya había tenido suficiente con la ausencia de mi hermana. Pero luego la vi…

Cecelia…

No me sentí mejor cuando le grité todo eso, muy en el fondo sabía que había actuado como un macho posesivo —aun sabiendo que el machismo es algo que ella no soporta —. Tampoco me sentí mejor al verla subir destrozada al auto de su hermanastro. Me di cuenta de que la cagué al ver que ella pidió ayuda Jorge, y no a mí.

No le pedí disculpas.

No le di explicaciones.

Tan solo volvimos al inicio de la peor manera. Ella no come en el comedor, me evita a toda costa, y cada que la veo sentada en el jardín con un libro en mano, se coloca los auriculares y escapa del lugar. Así ha sido el último mes. Y sé que yo tengo la culpa.

Me estremezco al sentir los aires helados del mes de diciembre. Y estar sentado en el jardín sin chamarra, no ayuda mucho que digamos. Todo luce tan quieto.

—Por lo visto nos esperan buenas heladas —volteo a las escaleras al escuchar la voz de Samantha, quien se encuentra subiendo los escalones que dan al jardín. Lleva en sus manos dos vasos de café.

—Eso creo —con una sonrisa en su rostro, toma asiento a lado mío.

—Lo bueno es que contamos con la maravilla que es el café —me entrega uno de los vasos —. Bueno para regular la temperatura en el cuerpo, y para tener una plática amena.

—Creo que ya vi para dónde vas —le doy una probada al café. De vainilla —. ¿Qué deseas saber de Cecelia?

—Por donde empiezo —suspira con pesadez —. Ya sé que ustedes se encuentran peleados, basta con ver cómo han estado en las últimas semanas.

— ¿Ella habló contigo? —interrogo con curiosidad. La echo de menos, y eso que estamos viviendo bajo el mismo techo.

—La obligué a hablar —me guiña un ojo —. No iba a dejar que se fuera a Guadalajara sin antes hablar conmigo.

— ¿Fue a Guadalajara? —Asiente —, ¿para qué?

—Fue a la feria del libro —bajo la cabeza con culpa —. Pero eso que te ha de importar a ti —me habla con voz más seria. Ya sé lo que me espera —. Ya que solo piensas que es una chiquilla tonta que se esconde en los libros que lee.

—Por lo visto si hablaron —trato de ocultar mi sonrojo con el vaso que tengo en la mano.

—Solo me dijo algunas partes —da un sorbo a su café —. Santiago —me mira fijamente —, como bien has de saber ella no lleva buena relación con su padre.

—Creo todos se han dado cuenta de eso.

—Tú la puedes ver fuerte ante él, no se deja doblegar ante sus palabras o acciones, pero no siempre es así —acomoda su cabello —. A ella le gusta leer, porque de esa manera ignora, por unos momentos la realidad que le ha tocado. Un padre que no la quiere —no me muevo, ni siquiera soy capaz de decir algo coherente —. El que ella lea, ha sido de gran ayuda para que no cometa alguna locura.

— ¿Locura? —Paso saliva con dificultad. Esta platica va a ser peor de lo que pensé —, ¿acaso ella ha intentado?

— ¡Claro que no! —Suspiro aliviado —, mi sobrina es de carácter fuerte, con momentos de debilidad. Pero no te voy a negar que durante algún tiempo fue con un psicólogo, más que nada por lo sucedido en el pasado.

— ¿Tan malo fue el pasado? —comienzo a sentir escalofríos por todo el cuerpo al imaginar lo peor.

—Define malo —se lleva una mano a la boca —. Malo sería para una niña de seis años, ridículo seria para una persona de tu edad —no sé porque temo que lo que sea que me diga en estos instantes, va a hacer que me sienta más miserable —. ¿Te llegó a decir de sus planes de irse a vivir a la Ciudad Esmeralda o Narnia?

¡Mierda!

—Creo que una vez comentó algo —doy por hecho de que Lía no le dijo nada más a su tía sobre nuestra pelea.

—Desde pequeña su padre la trataba con la punta del pie, cuando nació nunca la quiso cargar —se le quiebra un poco la voz —. Pero cuando vio que era la consentida de nuestro padre, la odió aún más —se limpia una lágrima que resbala por su mejilla —. El dinero ensombrece el corazón de los hombres.




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