Mi bella traición

Capítulo 17

16 de diciembre del 2017.

 

— ¡Déjate de misterios y dime! —le imploro a Santiago por cuarta vez. Los dos nos encontramos sentados en una pila de paja, adentro de los establos de la hacienda —. Llevas toda la mañana con esa aura de misterio, luego dices que me quieres hacer una pregunta a la cual temes mi respuesta y no dices nada más.

—Es que no tengo idea de los planes que tengas —se excusa nuevamente. Yo suelto un bufido al ver que no va a soltar prenda pronto.

— ¡Ya, habla de una vez! —carcajeo al ver que da un pequeño brinco al escucharme gritar de esa manera. Nunca he sido muy fanática de las sorpresas, y ahora si provienen de este chico, menos.

— ¿Dónde vas a pasar navidad? —me pregunta a los pocos minutos de silencio que transcurrieron después de mis gritos. Esa pregunta es una idea que no dejaba de rondarme en la cabeza durante los últimos días. Obviamente no lo planeo pasar con la familia de mi padre, tampoco me veo yendo a Cajititlán con el padre Damián, no después de los últimos acontecimientos.

—Una parte de mi planeaba ir a pasar con mi familia, a Manzanillo —voltea a mirar en dirección a la puerta —. Claro, es una idea solamente.

— ¿La pasan bien con tu familia?

—Si —sonrío con nostalgia al recordar las navidades pasadas, junto con algunos parientes de Ben —. Cenamos comida italiana en el jardín delantero. Nos tiramos todos en el césped a platicar y de esa manera esperar la llegada de la navidad, mientras nos cuenta historias de oriente —me mira como si fuera la oveja negra de este lugar —. Supongo que cada familia tiene sus costumbres —suspiro —. Aunque siempre he querido pasarla de diferente manera.

— ¿Te gustaría pasarla con mi familia? —Se atreve a preguntar. Mi corazón da un brinco al escuchar esa pregunta. Eso significa que vamos avanzando un poco más, y que esto se está tornando serio —, también tu tía está invitada.

— ¿Esa era la pregunta que querías hacerme? —asiente —. ¿A tu familia no le molesta?

—Claro que no. De hecho mi madre fue la de la idea —me acerca aún más a su cuerpo —. Y yo le agradecí que tuviera ideas como esa —me toma de la barbilla con delicadeza —, ¿Qué dices?

—Claro que sí, y estoy segura de que a mi tía le va a agradar la idea —le robo un beso —. No creo que esté entre sus planes pasar la noche con ese nido de víboras —se ríe —, a excepción de Jorge, claro está.

—Tu pones mi mundo de cabeza —me susurra al oído antes de profundizar el beso con mayor intensidad. Un gemido escapa de mis labios al sentir sus manos en mi trasero. Si seguimos de esta manera, vamos a terminar desnudos en cualquier potrero a causa de nuestra calentura. Alguien debe parar esto.

—Señorita Cecelia —los dos nos separamos al oír la voz de Susana —, ¡Ay Dios! —Masculla llevándose ambas manos al rostro —, no debí ver eso, no debí ver eso —y aquí tenemos a mi Hagrid mexicana, solo que en lugar de decir “no debí decir eso” dijo: no debí ver eso. Me levanto apenada de la paja con rapidez y callo una risa al ver que se ha puesto roja por nuestra escena de pareja.

—No te preocupes, Susana —la tranquilizo mientras me voy sacudiendo la paja que tengo adherida a la ropa —. No viste nada que no hayas visto con mi padre y Ana —se pone más colorada —. Olvida lo que dije —Santiago se carcajea al ver como fracaso en calmarla —. Mejor dime, ¿a qué venias?

—Señorita, acaba de llegar la policía —su semblante cambia de abochornado a preocupado. Eso no puede ser bueno.

— ¿La policía? —Asiente con temor —, ¿con que razón? ¿Quién los llamó? ¿Por qué están aquí?

—Vienen por Inés —me falta el aire al momento en que escucho esas palabras salir por su boca. No, mi nana no. Mi padre no podría ser tan desgraciado.

— ¿Por qué? —Santiago me sostiene entre sus brazos, para evitar una posible caída —, ¿dime que mi padre no tiene nada que ver en esto?

—Fue la señora Ana —rechino los dientes al escuchar eso —. La está acusando de ladrona.

No escucho nada más.

De inmediato mi visión se torna roja, con ganas de matar a palos a esa mujer con aires de grandeza. Creí que todo había quedado claro cuando intentó despedir a Susana.

— ¡Lía! —me grita Santiago al momento en que salgo disparada por la puerta. No escucho lo que me grita, no pienso con cordura. Lo único que puedo decir es que mi visión se torna roja, y no creo que eso es muy bueno que digamos.

A los pocos minutos veo las sirenas de la patrulla, afuera se encuentra un policía entrado en los cuarenta, a lado suyo se encuentra con las manos esposadas al frente mi nana. Ana se encuentra señalándola con expresión de mujer indignada mientras va hablando con el otro policía.

—Buenas tardes —saludo una vez que me sitúo enfrente de él. El cuerpo de Ana se tensa nada mas de verme —, me llamo Cecelia Ramírez y soy la hija del dueño. ¿Cuál es el problema?




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