17 de Junio del 2018.
—Jonathan está deschavetado —comenta Leire al tomar asiento al lado mío. Mientras yo arreglo los últimos detalles del proyector con la computadora, para no perdernos de nada —. ¿Cerveza? —pregunta mientras destapa una botella.
—Si, por favor —destapa otra y me la entrega mientras toma de la suya —, ¿y por qué dices eso de él?
— ¿Te parece poco la locura que va a cometer?
—Dependiendo a cuál te refieras —enciendo la televisión una vez que ya tengo preparada laptop —. ¿Casarse tan pronto con una chica que apenas conoce?
La situación es simple. Nuestro querido amigo se comprometió a mediados del mes de abril. Por lo que ahora vamos a presenciar su boda, aunque sea a miles de kilómetros de distancia, sin contar las horas de diferencia. ¿Por qué mi amiga piensa que está deschavetado? Hay varias respuestas para eso.
—No me refiero a eso —checa su maquillaje en la pantalla de su celular —. Tú dime, ¿a qué alma se le ocurre casarse en domingo?
—Se está casando en Alemania Leire. A lo mejor allá es distinto que aquí —por lo menos quiero pensar eso. Ah, por cierto, a eso se refería mi amiga con lo de deschavetado —. Yo sé que eso es poco común, pero ellos sabrán —pone los ojos en blanco. De donde somos nosotras es común que las celebraciones de ese tipo sean el viernes o el sábado. Nunca en domingo.
— ¿El mismo día en que México juega en contra de Alemania?
— ¿Cuál es el problema en eso? Es su boda, así que ellos sabrán el día en que decidan casarse.
—Tan solo mira la pantalla —le hago caso y miro la pared, que es adonde apunta el reflector. Todos están dentro de la iglesia esperando a la novia. Todos mirando con atención el celular. Incluido Jonathan —. Todos están esperando el momento en que inicie el juego.
Como queremos estar las dos para nuestro amigo —ya que no tenemos dinero para un pasaje a Europa —, Jonathan contrató a un camarógrafo para que nos trasmitiera en vivo y a todo color la boda. Incluyendo la recepción. Por eso mismo conectamos la laptop a un proyector que pedí prestado en la escuela, para verlo con detenimiento. Y ahora resulta que Leire está emocionada a la quinta potencia por el mundial —gracias a su novio Mauricio —, por lo que también tenemos encendida la televisión para estar mirando el partido.
Así que básicamente mi amiga y yo vamos a estar con un ojo en el partido, otro en los memes y otro en la boda de nuestro amigo.
— ¿No van a salir a ningún lado? —pregunta mi madre al entrar a la cocina. Como es habitual en ella, lleva una falda negra hasta los talones, una blusa de tirantes negra. Su cabello castaño lo lleva suelto con flores cayendo de él —. Hola Leire.
—Buenos días señora —se limita a saludar mi amiga alzando una mano.
—Vamos a ver el partido, y la boda de Jonathan —le respondo su anterior pregunta. Ella nos mira con sorpresa —. Sí, mi amigo pensó que sería genial casarse el día que juega México contra Alemania. Y no creo que los resultados vayan a ser buenos.
—Celia, ten un poco de fe en la selección, ¿quieres?
—No me refiero al partido, sino al hecho de que él va a estar rodeado de alemanes que pueden tener a su Hitler interior dormido.
—Contigo no se puede —me mira con desaprobación al escuchar las risas de Leire. Toma su bolso y besa mi mejilla al igual que la de mi amiga —. Voy a ver si necesita ayuda Ben en el restaurante, con esto del partido ha de estar a reventar. Para cualquier cosa llevo el celular.
—Está bien mamá —ella camina hasta la puerta para salir, no sin antes lanzarme una última mirada que dura unos minutos. Ya sé que es lo pregunta esa mirada. Es la misma que me ha hecho desde que volví de la hacienda hecha un desastre.
— ¿Todavía no has hablado con tu mamá? —pregunta Leire una vez que mi madre desaparece por la puerta.
— ¿Qué te hace pensar eso? —me hago la desentendida al beber de mi cerveza. Sé que no me va a servir de nada fingir que tengo amnesia, pero vale la pena el intento.
—Te mira así cada que sale de tu vista desde que volviste de Jalisco —bajo la mirada —. ¿No le has dicho todo lo que sucedió allá? —niego —. ¿Por qué?
—Ya no tiene caso. Lo hecho, hecho está —mi corazón se encoge al recordar el rostro de Santiago —. Prefiero dejar eso en el pasado.
— ¿Y ya lo dejaste en el pasado? —un nudo se instala en mi garganta. No, no lo he podido dejar en el pasado. No cuando hace un año estaba preparando el equipaje para ir a Jalisco. Pero me es más fácil fingir que ya lo he dejado atrás a hablarlo con alguien y revivirlo de nuevo.
Los dos primeros meses fueron una mierda. Lo llamaba por las noches todos los días de cada jodido mes. Pero nunca atendía mis llamadas. Por lo que dejaba mensajes de voz hasta llenar el buzón que a la mañana siguiente aparecía vacío sin escuchar. Estaba a punto de darme por vencida cuando Leire me dijo que le mandara un mensaje de texto. Así que lo hice. Al día siguiente cambió de número.