16 de Julio del 2018.
Quedo escondida en el rincón más oculto de la capilla de la hacienda. Justo al lado de donde descansan los restos de mi abuelo. Me inclino hacia atrás y adelante en posición fetal sin dejar de llorar al recordar todo lo que acabo de escuchar hace unos momentos.
Una parte de mí se niega a creer sobre lo que dijo Diana sobre la relación de mis padres. Mi madre siempre me dijo que nunca pudieron hacer vidas juntos por el simple hecho de ser tan distintos. Pero por otra parte, recuerdo las llamadas de mi madre mientras me estaba quedando en la hacienda… siempre defendiendo a mi padre.
—Maldita mierda… —murmuro al vacío para sentirme un poco mejor, aunque no sirve de nada. Siempre dije que fui el accidente en las vidas de mis padres, y ahora lo confirmo. Y no solo eso, por lo visto yo también fui el estorbo en sus vidas. Yo fui la que acabó con la felicidad de mi madre. Maya no merecía esto.
Y por otra parte está lo que acabo de escuchar sobre él. Santiago.
No puedo creer lo que me acaba de decir Diana, pero vi la culpa en sus ojos y en los de mi tía. Santiago me usó al igual que un trapo viejo, y ni siquiera sé el motivo. Lo único que sé es que es por mi padre. Siempre mi padre.
¿Cómo pude ser tan estúpida e ingenua? ¿Cómo no me di cuenta antes de que algo iba mal entre nosotros?
Su aparente interés por estar bien conmigo, a pesar de nuestras personalidades tan distintas. Como se tensaba cuando hablaba de ciertas cosas. El padre Damián sabía algo sobre su vida, por eso montó esa escena en Ajijic, por esa razón fue a la hacienda para hablar con mi tía. Todos lo sabían menos yo.
—Lia… —no respiro, no lloro, ni siquiera parpadeo para lograr que de esa manera se vaya. El pecho me comienza a arder como si me clavaran fuego al rojo vivo sobre el —. Lia, sé que estás aquí. Escucho tu respiración —una maldición brota de mis labios al oír eso —. Necesito que hablemos.
—Lárgate de mí vista —mi voz suena más ronca de lo normal, debido al llanto —. ¿O qué? ¿Quieres terminar de ver tu obra? ¿Quieres verme destrozada a la luz del sol?
—Deja que te explique…
— ¡Explicar qué! —me pongo de pie al gritar eso para poder verlo a la cara. Su rostro se congela al verme de esa forma —. ¡Me usaste Santiago! Yo solo fui tu juguete sexual, y tu único medio para vengarte de mi padre.
—Lo del juguete sexual no es cierto —carcajeo con cinismo al escuchar eso. Él baja la cabeza —. En parte…
— ¡Lárgate! ¿No me oyes? ¡Lárgate de mí puta vida! —la rabia me puede más que la cordura, ya que se me olvida que estoy dentro de una capilla y enfrente de los restos de mi abuelo.
—Déjame hablar, te lo ruego, te lo imploro —me suplica con desesperación —. Solo escucha lo que tengo que decir, y si quieres que me vaya, me iré. Solo escúchame.
—Di lo que tengas que decir, y luego lárgate —le pido con sequedad. Él toma asiento en una de las bancas para los feligreses, mientras yo lo miro estando de pie. Me mira con aspecto cansado, hasta su sentar es distinto. Está un poco encorvado.
—Sí, planeaba vengarme de tu padre, eso no te lo voy a negar —mi corazón se encoge —. Solo que aún no sabía cómo. Hasta que escuché que la hija del patrón iba a venir de visita. Esa era mi oportunidad perfecta, darle donde más le dolía —rio sin humor. Darle donde más le doliera. Mi padre ha de estar satisfecho de verme de esta manera —. Y luego te conocí, escuché tu historia y al ver que las cosas no eran como yo lo imaginaba, me retracté.
No puedo tenerles rencor. La culpa no debe pasarse a las futuras generaciones. Ahora comprendo porque su cuerpo se tensó al escuchar eso. Las señales siempre estuvieron ahí.
— ¿En qué momento empezaste a dudar sobre tu venganza?
—Desde la primera noche en que te llevé al bar en Ajijic. Cuando te dejé plantada —me llevo una mano al rostro mientras miro hacia otro lado. Le conté cosas personales a una persona que solo pensaba en destruirme para destruir a mi padre —. Te dejé plantada no solo por los celos, sino porque a partir de ellos me di cuenta de que sentía cosas por ti. Necesitaba huir.
— ¿Por qué no te alejaste entonces? —se quiebra mi voz —. ¿Por qué seguir con esta estúpida escena?
—Lo estaba haciendo, y el que tú me aplicaras la ley del hielo ayudaba un poco, hasta que anunciaste la noticia sobre quedarte aquí —sus ojos se cristalizan al decir eso —. Por lo que no pude dejar mis sentimientos de lado. Aunque por dentro la culpa me carcomía.
A mi mente aparecen las palabras de Marianne: No te voy a mentir, cariño. Él te esconde algo, y no hablamos de una cosa pequeña, non Monsieur, sino de algo grande. Cuando te pidió que fueras su chica, me dijiste que el parecía acongojado, como si el admitir que te quería fuera una traición.
— ¿Por qué hablaste con Samantha sobre eso? —esa es otra cosa que no puedo ignorar. Mi tía lo sabía todo, y nunca me lo dijo.