12 de agosto del 2018.
Una vez que abro los ojos mi vista se enfoca en la misma imagen que me lleva torturando en las últimas semanas. Una foto en medio del campo donde aparecemos Marina y yo abrazadas. Siento mis ojos arder al momento en que quiero evitar el llanto. Pero no lo logro.
Así han sido mis días desde que mi madre fue por mí a la hacienda de mi padre. Maya me encontró debajo de un árbol sin dejar de temblar, sin dejar de mirar al vacío, diciendo puras incoherencias. Inmediatamente me busco un médico, quien me recetó algunas medicinas que solo logran que quiera estar dormida la mayor parte del tiempo, gracias a los somníferos. El diagnostico medico fue sencillo: depresión. Por lo que les pidió a mis padres que estuvieran al pendiente de mi salud, que me retiraran las cosas filosas. Por lo visto temen por mi vida.
Mi madre quiere hablar conmigo. Quiere que me abra con ella, que la convierta en mi confidente. ¿Pero cómo podría mirar a los ojos a la mujer a quien le arrebaté el amor de su vida? No podría hacerlo.
Santiago intentó comunicarse conmigo unos días después de mi regreso a Manzanillo. No respondí a ninguna de sus llamadas, esperando a que se cansara y de esa manera desapareciera de mi vida. No lo hizo. Siguió llamando sin cesar hasta que arrojé el celular contra la pared una y otra vez hasta que se hiciera trizas. Era lo mejor para ambos.
Tres golpes a mi puerta provocan que me meta entre las sabanas. No quiero hablar con nadie. Solo quiero dormir hasta olvidarme del mundo. Escucho como gira la manija, indicando que quien quiera que fuera no esperó a que le dijera pase.
—Cecelia esto debe terminar —comienza a hablar Leire con voz preocupada —. No puedes seguir encerrada entre estas cuatro paredes sin ver la luz del sol. Te vas a volver loca si sigues viviendo así.
—Más loca que ahora, imposible —le suelto sin humor —. Ya acabaron con la poca cordura que me quedaba.
— ¿Qué te parece la idea de ir al cine? —bufo —. En unos días se estrena Mamma mia, la secuela. ¿No te interesa verla? —pregunta esperanzada.
—No tengo humor de hacer nada. Siento todo mi cuerpo dormido, todo el tiempo me siento somnolienta.
—Eso significa que ya debes dejar las pastillas. Ese medicamento no te está haciendo ningún bien. Al contrario, te veo peor que como llegaste.
—Te equivocas —aparto la sabana de mi rostro para mirarla —. Sirven para aplacar mis emociones. De esa manera no siento dolor alguno.
— ¿Quieres sanar? Habla con tu madre —limpio una lágrima que alcanzó a salir —. Ella es la única que te puede hablar con los hechos. Siempre es mejor escuchar las dos caras de la historia, ya que cada quien narra la historia a como mejor le convenga.
—De ninguna manera, no quiero que mi madre se entere de mi situación ni que sepa que ya sé todo. No quiero herirla.
— ¡Ya lo haces! —exclama con frustración —. Si vieras como está de preocupada al verte en ese estado. Ella no deja de preguntarme por ti, si me cuentas algo de lo que te pasa. Cecelia, estás siendo muy egoísta en esta situación… —la escucho a medias al sentir nuevamente el asco del día de ayer. Por acción inmediata me pongo de pie para tomar el bote de basura que se encuentra del otro extremo de mi habitación. Las arcadas me atacan sin poder evitarlo, pero al igual que otras veces no vomito. Solo que me quedo con ese malestar.
— ¿Comiste algo en mal estado? —me pregunta Leire a mis espaldas.
—No tengo idea —vuelve a darme otra arcada —. Llevo días con este malestar. Nauseas, todo me da asco. Algunas veces vómito, otras solo tengo arcadas.
—En tu situación la cereza del pastel seria que estuvieras embarazada de Santiago —calla al ver mi expresión. Un embarazo. Santiago y yo no nos cuidamos, en ningún momento, ni siquiera pensamos en ese entonces —. ¿Lo hicieron Celia?
—Leire, por favor ve a la farmacia y trae unas pruebas de embarazo, de las más efectivas que encuentres, por favor —me sostiene entre sus brazos al ver como trato de ponerme de pie con dificultad. Me encuentro aturdida —. Que mi madre no te vea, por favor.
— ¿Estás embarazada?
—No lo sé, quizás… necesito asegurarme antes de decidir cualquier cosa —le doy un sorbo al vaso con agua para tratar de calmar los nervios.
—Voy a la farmacia, mientras tanto trata de relajarte —me dice antes de abrir la puerta —. No entres en pánico, puede ser que el cuerpo se esté cobrando los descuidos que has tenido. No tardo.
No dejo de morderme las uñas de las manos en lo que espero a Leire. Miro el reloj con temor, cada segundo que pasa es como si fuera un siglo, el tiempo me parece eterno. Hasta que regresa Leire con tres pruebas de embarazo caseras. Sin decir palabra las tomo y entro al baño para hacerlas. Tengo la ventaja de tener baño propio dentro de mi habitación, por lo que no voy a tener que dar explicaciones a nadie.
—Creo que ya es tiempo de revisarlas —me dice Leire a los quince minutos de haberlo hecho. Niego con la cabeza. Aun no quiero saber los resultados —. Debes hacerlo en algún momento, así que hazlo.