Mi bella traición

Capítulo 27

16 de agosto del 2018.

 

Santiago apaga el motor del auto una vez que llegamos a nuestro destino. El hospital San Javier en Guadalajara. Los tres nos miramos sin decir nada, solo nos disponemos a mirar a las enfermeras y pacientes que van entrando por sus puertas. Mientras que yo solo puedo pensar en mi padre y en lo que quiere decirme, al igual que a mi madre.

—Santiago, te aconsejo que estaciones el auto en el estacionamiento del hospital —le pide mi madre quien se ha quitado las flores del cabello antes de llegar a Guadalajara. Acto que me sorprendió, ya que desde que tengo uso de razón siempre las ha llevado puestas.

— ¿Y eso por qué? Si hay lugar acá afuera —la mira con extrañeza. Mi madre se limita a suspirar antes de contestar.

—Las cosas en las grandes ciudades no son como en los pueblos, aunque no se diferencian por mucho. Si dejas el auto aquí afuera, corres con la suerte de que te lo dejen sin llantas, sin estéreo y sin defensas. Si tienes suerte, claro está —él la mira con la expresión desencajada —. Bien podemos salir y que ya no esté.

Se me escapa una risita al ver como Santiago enciende el auto a toda velocidad al escuchar todo, para entrar de una vez al estacionamiento. Una vez adentro, nos disponemos a salir del lugar sin decir ni una palabra hasta llegar a la recepción del hospital para pedir informes.

—Buenas tardes —saluda mi madre a la chica de recepción —. ¿El paciente Oliver Ramírez?

—Habitación 26 —le responde una vez que revisa en la pantalla de la computadora. Mi madre asiente con la cabeza, mientras que yo comienzo a sentir ñañaras dentro de mi estómago.

—Gracias —sin más preámbulos nos retiramos para encaminarnos hasta la habitación de mi padre —. Cecelia, te pido que no hagas ningún tipo de escena con Ana y familia. Evitémonos problemas innecesarios.

—Mamá, la mayoría de las veces son ellas las que empiezan esas típicas escenitas —Santiago se posiciona al lado mío para ser mi soporte en estos momentos.

—No me importa quien empiece la pelea. Lo único que te pido es que no caigas en provocaciones. Más que nada por tu condición.

—Mamá, estoy embarazada, no discapacitada.

—Sí, pero hasta ahora has pasado varios tragos amargos en el último mes, recuerda que todo se lo transmites al bebé —miro hacia otro lado al ver que tiene razón —. Por lo mismo te pido que no las escuches —suspira en lo que se acomoda el cabello por tercera vez —. Tu padre habla con nosotras y nos vamos.

Sin más preámbulos llegamos hasta la habitación en donde tienen a mi padre. Afuera se encuentran sentados en unas sillas Ana, Jorge, Diana y Dante. Los niños han de estar en la hacienda con mi nana Inés. Jorge levanta la mirada al oír pasos. No necesita decirme nada más, su madre es la que hizo esto.

— ¿Qué significa esto? —exclama Ana con molestia al percatarse de nuestra presencia. Con furia se pone de pie al igual que su hija para poder encararnos —. ¿Qué hacen ustedes dos aquí? —esta es la primera vez en la que mi madre y Ana se ven cara a cara en todos estos años en los que lleva casada con mi padre, y no deja de mirar a mi madre con repulsión.

—Aquí casual, paseando por el hospital —añade Maya con sarcasmo —. Venimos a ver a Oliver, ¿tú que crees?

— ¿Y qué les hace creer que mi esposo quiere hablar con ustedes? —no pasa por alto como remarca la palabra esposo al hacer esa pregunta. Quiere herir a mi madre.

—Por increíble que te parezca, Oliver pidió vernos —Maya se limita a sonreírle con cinismo —. No tengo ni la menor idea de lo que quiera hablar con nosotras, pero henos aquí.

—Eso ha de haber pasado cuando estaba delirando debido a su condición cardiaca —deja caer los brazos a sus costados —. Pero ahora ya se encuentra lucido, por lo que dudo que quiera verlas.

—Dejemos que sea Oliver el que decida eso —Ana sonríe con falsedad, pero en sus ojos veo el reflejo de rabia pura —. Así que con tu permiso.

—He dicho que no van a pasar a verlo —ella se interpone para que Maya no pueda entrar, y yo estoy que hiervo por dentro. Quiero decirle a esa mujer unas cuantas frescas, solo que ni mi madre ni Santiago me permiten hablar —. Así que haznos el favor de regresar por donde vinieron.

—Mira Ana, o me dejas pasar a verlo por las buenas o por las malas. Así que decide.

—Yo no recibo ordenes de una puta drogadicta —rechino los dientes al escuchar la forma en la que llama a mi madre. Estoy a punto de decirle algo pero mi madre me detiene con la mano —. ¿Qué es lo que no te gusta Maya? ¿Qué te llame puta o drogadicta?

—Puta, drogadicta, asquerosa, perra, zorra, arrastrada —mi madre repite cada palabra con lentitud sin dejar de mirarla —. No me estás diciendo nada que no me hayan dicho antes, pero por lo menos sé que Oliver disfruto más conmigo en la cama que con otras —mi corazón se encoge al oír eso —. ¡Así que vamos! Eso es todo lo que tienes para decirme —el tono de voz se va endureciendo con cada palabra que sale de su boca —. Fui, soy y seré muchas cosas. Pero por lo menos no soy una asesina —Ana se congela al oír la palabra asesina, al igual que todos los que nos encontramos —. ¿Creías que no estaba enterada de tus andanzas? ¿Crees que dejaría ir a mi hija tan tranquilamente donde vive una asesina, una come hombres?




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