Capítulo 4
El día que nuestras promesas fueron eternas
"A veces creemos que ya hemos alcanzado la cima de la felicidad...
pero la vida siempre guarda nuevos retos, nuevos comienzos.
Este es el relato de cómo un sueño se volvió promesa,
y una promesa, un hogar."
Año 2014
El matrimonio es una palabra que encierra tantos significados, pero intentaré contarlo como lo viví.
Pasó un tiempo después de la terapia, y aunque todo iba viento en popa, yo aún no daba ese gran paso. El miedo y la inmadurez retardaron la decisión de casarnos. Pero al final lo decidí, y empecé a planear ese momento especial.
Primero busqué un anillo de compromiso. ¡No tenía idea de cuál sería el mejor!
Pregunté aquí y allá, hasta que, a mi parecer, encontré el indicado. Entonces preparé todo para ese día. No pensaba hacerlo con tanta gente alrededor, pero se presentó la oportunidad de un viaje familiar y decidí aprovecharlo.
Fue en un lugar llamado Baños de Agua Santa, al pie de una cascada impresionante. Ahí, en medio de esa fuerza de agua que caía con un estruendo ensordecedor, el tiempo se detuvo. Me arrodillé, como un príncipe, y le pedí que se casara conmigo.
El agua helada, el ruido, todo se esfumó por unos segundos… hasta que llegó el ansiado "Sí" como respuesta.
La felicidad volvió a renovarse en mi corazón.
Y juntos empezamos a preparar todo para nuestra boda.
Nuestras familias nos apoyaron muchísimo y, casi sin darnos cuenta, el tiempo voló.
Y entonces llegó el frabuyoso día.
Primero fue la boda civil.
Recuerdo perfectamente esa mezcla de alegría y expectativa mientras firmaba el acta.
Una celebración sencilla, llena de sonrisas, porque unos días después vendría lo grande: nuestro matrimonio por la iglesia.
El gran día llegó.
Ella…
Ella estaba más hermosa que nunca.
Su vestido blanco, su caminar, su sonrisa… todo era perfecto.
Incluso que llegara tarde a la ceremonia no me importó, porque al verla, supe que todo valía la pena.
Nuestros votos resonaron en la iglesia:
En la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte nos separe.
Amén.
Ese fue el verdadero comienzo de una nueva etapa.
Aunque ya habíamos vivido juntos, esta vez se sentía diferente.
Mi manera de pensar cambió: me enfoqué en lo importante… mi familia, mi esposa, mi hija.
Todo inició bastante bien. Tanto, que empezamos a soñar con tener otro hijo.
Pasaron meses y no llegaba el embarazo, así que pensamos que quizá no era el momento.
Mientras tanto, disfrutamos: salíamos, cenábamos, bailábamos. Nos hicimos de nuevos amigos, familias que también tenían niños pequeños.
Y después de un año de espera… llegó la buena noticia: ¡seríamos papás otra vez!
El embarazo pasó rápido, y un día, nuestro segundo hijo nació.
Ahora éramos cuatro.
Una niña y un niño, la parejita nuestra familia crecía y seguíamos aprendiendo a ser padres a ser esposos un amor que nos impulsaba a seguir luchando por ser mejores cada día. Hubo muchos momentos de felicidad en aquellos días.
Pero no todo fue fácil.
Algunas dificultades aparecieron y mi esposa tuvo que dejar su trabajo cuando nuestro bebé tenía apenas un año.
Ahora yo trabajaba jornadas largas, de casi 12 horas diarias para lograr mantener a nuestra familia
El cansancio empezó a hacer mella.
Mi energía se agotaba, aunque siempre intentaba renovarla por ellos una sonrisa y un estoy bien era mi escudo para levantarme cada mañana.
Poco a poco, las largas jornadas fuera de casa hacían que las diferencias y las discusiones volvieran a iniciar y eso desencadenó un problema adicional en mi cabeza que creí haber superado hace muchos años.
Ya no podía dormir, mi mente jugaba en mi contra y mi corazón se sentía débil, intenté ocultarlo y controlarme pero no podía más, Está vez tuve que acudir a un psicólogo. Necesitaba ayuda, aunque no sé si eso fue lo que en verdad encontré...