Capítulo 8
El silencio antes de la tormenta
El día de la boda de mi cuñada fue uno que hoy me deja algunas anécdotas para recordar. El estrés de ese día fue intenso: mi esposa olvidó su cédula, siendo testigo de la ceremonia, y todo comenzó en un corre y corre sin tregua. No fue como lo imaginé. En algún momento simplemente nos despedimos antes de que terminara la fiesta y regresamos a casa.
Mientras conducía, algo que no había pasado en más de dos años volvió a ocurrir: ella volvió a beber. Tal vez ya había aceptado una copa o dos antes, pero esa noche fue diferente. Pensé que sería la única vez, así que decidí no molestarla. Lo tomé como un resbalón. Al día siguiente, el chuchaqui le recordaría por qué ya no era divertido beber. Esa noche solo quería desahogarse, quizás llorar un poco. Después de todo, este evento la marcó profundamente.
Mi esposa y su hermana eran muy cercanas. Tener que aceptar que ahora ella se alejaría para formar su propia familia, en una ciudad diferente, le afectó mucho. No era solo su hermana… era como una hija para nosotros. Esa situación no la vi venir. Fue una puerta que no debimos abrir jamás.
La sorpresa llegó después de ese día. Una amiga, que el tiempo se había encargado de alejar, volvió a su vida. Se convirtió en su cómplice de salidas, y estas comenzaron a ser cada vez más frecuentes. Al principio lo manejaba, pero luego recaía una y otra vez. Esto ya no era normal. No sabía cómo frenar la tormenta que se avecinaba.
Mis palabras parecían volar al aire. Cada vez que iba a retirarla de algún lugar, reaccionaba de forma violenta y agresiva. Mi última reacción, en vez de detener esto, lo empeoró. Intenté ponerme firme. No quería vivir así. Salía a buscarla de noche, la esperaba hasta altas horas, o simplemente llegaba a casa y la encontraba durmiendo, sabiendo que recién había llegado. Se volvió alguien que no reconocía… a quien solo le importaban sus amigas, sus problemas, su vida. Nosotros —nuestros hijos y yo— quedamos de lado.
Puse límites, pero ella los ignoraba. No le importaba nada. Se convirtió en una persona alcohólica. Pasaron tantas cosas… y yo no aprendía la lección. La perdonaba una y otra vez, esperando que cumpliera su promesa de que esa sería la última vez.
Busqué consejo en personas mayores, pero no funcionó. Solo recibía reproches: que un hombre debía ser más fuerte, que debía llevar las riendas de su casa. Finalmente, casi me rendí… y decidí unirme a ella en el alcohol. Por un momento pareció funcionar. Pero beber juntos era una falsa cura para una enfermedad más profunda: mi dependencia emocional.
No podía luchar más contra la corriente. Solo me dejé llevar. Pensar en una vida sin ella era imposible para mí. Nuestro hogar, nuestra familia… puse todo en una balanza. “En las buenas y en las malas”, me repetía. Si ella tomaba, yo también. Si ella quería salir, yo la acompañaba. Así pasaban los días… y yo también cambié. Me perdía cada vez más.
Ya no recuerdo cuántas peleas hubo, cuántas veces lloré por dentro, o cuántas veces me vio rogarle que se detuviera. Cuántas veces me pidió que la dejara ir y fuera libre. De nada sirve recordarlas ahora… pero esos nudos en la garganta pude evitarlos. Fueron mis malas decisiones las que también me llevaron hasta aquí.
Tal vez me lo merecía. Tal vez para eso nací. Tal vez sin ella nadie más me iba a querer. Todo se enredaba en mi mente, y no tenía respuestas. Fueron tiempos difíciles… que no dejan a mi memoria en paz. Intentar encontrar el inicio solo me lastima más.
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Año 2022
Regreso al presente y me doy cuenta de que, en verdad, nada cambió. Tuvimos solo un tiempo de recreo. Estos últimos meses fueron una simulación de descanso, una falsa calma… como el silencio antes de la tormenta.
Me encontraba sentado por varias horas frente a la puerta de lo que alguna vez fue nuestra habitación. Ahora era solo un cuarto vacío… lleno de dolor y sufrimiento. “¿Por qué pasó todo esto?” seguía siendo la pregunta sin respuesta.
Ahora que he repasado mi vida paso a paso, nunca olvidaré la frase de aquel sabio:
Ámela.
Ámela.
Ámela.
Esa palabra se repetía en mi cabeza todo este tiempo.
Fue mi primer amor real.
Porque aguanté todo esto.
Es la madre de mis hijos.
Porque antes no la dejé.
Ella va a cambiar, me necesita.
Porque seguí viviendo así.
¿Debía rendirme o seguir?
Mi corazón y mi cabeza peleaban, y eso era desconcertante.
Debía decidir… una vez más, y una vez más.
Mi decisión fue amarte.