Mi decisión fue Amarte

Decisión Final

Capitulo 13.

Decisión Final

A veces, el inconsciente nos lleva a cometer locuras. Y cuando el corazón está roto, nos refugiamos en excusas para seguir adelante. Mi mayor deseo era volver a vivir con mi familia. Era un anhelo profundo, un deseo navideño susurrado desde lo más íntimo de mi ser. Mis hijos… ellos eran mi milagro hecho realidad.
En una noche de silencio, su voz me dijo: “Vamos a intentarlo una vez más”.
Jamás podría describir la avalancha de emociones que me invadió. Apenas había empezado a asistir a la iglesia, y ya podía ver cómo los milagros regresaban a mi vida. Volvimos a trabajar juntos en nuestro emprendimiento. Parecía el inicio de una historia distinta.

Y aunque quisiera escribir

"vivieron felices para siempre",

la vida no funciona así.
Tuve que hacer oídos sordos a los consejos de amigos, familiares e incluso psicólogos. Me lancé sin paracaídas, creyendo que el amor de mis hijos y mi esposa serían suficiente red.
Mis hijos me recibieron con amor, aunque el tiempo separados me restó autoridad. Me volví casi invisible en casa, luchando desde las sombras por reconstruir los cimientos rotos de nuestra familia en mis fuerzas eso era imposible.

Duró poco. Pronto ella volvió a las ausencias, a las salidas. Una última noche, una amiga suya me llamó: “Está borracha, ven por ella”.
Estaba paralizado. Sabía que ir a verla significa problemas, Minutos después, me llegó un video: ella, bailando con alguien más y una vez más estaba en el piso, me mataban los celos, Me temblaba el cuerpo. Me abracé las piernas, me jalaba el cabello, no podía respirar. La ansiedad me desgarraba.
Logré llamar a una persona: mi cuñada, que alguna vez fue como una hija. Con su voz me tranquilizó: “Yo me hago cargo. Descansa” estaba más tranquilo pero
No pude dormir aún cuando supe que ella estaba a salvo en casa de su hermana.

Al día siguiente, fingí dormir. Fingí una sonrisa. Ella se acostó a mi lado. No busque pelear y ya.

Esa fue mi última vez que sufrí un ataque de ansiedad.

Así hubiera Sido mi vida no podía hacerlo a medias debía ir a Dios enserio y ponerme en sus manos.

Días después, empecé terapia en la iglesia. Al principio fui solo, con mis hijos. Me costó, pero era necesario despojarme del orgullo.
Por fin dejé de ver solo el daño que ella me había causado. Empecé a reconocer mi propia responsabilidad en la relación.
Porque un matrimonio es de dos. Y yo también fallé. Tenía vicios invisibles. Me consumía la necesidad de aprobación. Vivía con miedo e inseguridades.

El diagnóstico fue claro: una persona con depresión, con una autoestima quebrada, con una necesidad obsesiva de amor y aceptación.

No bastaba con pedir perdón. Debíamos enmendar nuestros errores.

Yo renuncié a mi trabajo para dedicar más tiempo a mi esposa y mis hijos.

Ella acepto la ayuda de la iglesia y una terapia adicional con una psicóloga.

Fuimos juntos al programa de restauración de la Iglesia. Llamado Clínica de Vida.

Fue un proceso doloroso. Dios, como un cirujano, fue extirpando heridas, amargura, rencores.
Poco a poco, fuimos sanando.
Pasó más de un año…
Y juntos salimos en victoria.

Hoy, nuestra familia está en pie. Nuestro matrimonio, restaurado.
Ya no culpo a nadie más. Solté a mi esposa en el altar. La dejé en manos de Dios. Me liberé de la ansiedad, de la necesidad de control.

Ella sigue saliendo a veces con su amiga, sí. Pero yo encontré paz, ahora hago noches de películas con mis hijos esos días, toco la guitarra en la iglesia, sigo aprendiendo a ser mejor esposo, mejor padre.
Y aunque a veces ella aún es difícil de tratar, cada pequeño gesto de cariño suyo me basta, para saber que vamos por buen camino.

Hoy, mayo del 2025, termino de escribir esta historia.

Volví a caer, sí. Pero Dios me volvió a levantar.

No estoy del todo bien, pero hoy sé que el matrimonio no es para cobardes. Amar no es para quienes se rinden.
Amar es perdonar.
Y perdonar es olvidar para poder avanzar.

En este camino tomé muchas decisiones. Algunas me destruyeron.
Pero de todas ellas, la más valiente, la más difícil, la más hermosa fue esta:

Mi decisión fue amarte.

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“Aunque caiga, no quedará postrado, porque el Señor sostiene su mano.” — Salmo 37:24 (NVI)

Epílogo:
Esta no fue una historia perfecta. Fue una historia real. De caídas profundas, de luchas internas, de errores, de silencios que gritaban, de ansiedades que quebraban el alma. Pero también fue una historia de manos que se tendieron, de un Padre celestial que nunca dejó de acompañar, de pequeños milagros diarios y de decisiones difíciles tomadas con amor.
Hoy no escribo esto para culpar, sino para sanar. Para recordarme que sigo en proceso, que no estoy terminado, pero tampoco derrotado.
Elegí amar, y sigo eligiendo. Porque el amor verdadero no siempre es suave, pero sí perseverante.
Este fue mi descargo, no para señalar, sino para liberar.
Y hoy cierro esta etapa con el alma más liviana, con la fe más firme y con el corazón aún dispuesto a seguir intentándolo.

A mi esposa:
Te amo mucho, y lo seguiré intentando mientras tenga fuerzas.
Gracias por las veces que me amaste, incluso cuando yo no lo merecía.
Gracias por seguir aquí.
Esta es nuestra historia… y mi decisión fue, es y seguirá siendo: Amarte.




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