Alessandro
Estaba yo bien metido en mis pensamientos, unos bastante oscuros, por cierto. No dejo de pensar en que todo ha cambiado de una forma que yo ni había podido percibir con anticipación.
Pero no importa cuánto le diera vueltas a la cabeza, no encontraba una lógica a lo que me sucedía, parecía que me faltaba algo importante. Y si no era información era... y no lograba terminar de pensar, cuando escuchaba unas llaves abriendo la puerta y temo que alguien me haya encontrado en este espacio que parecía ser mi lugar secreto. Me quedó asombrado cuando veo que quién entra es nada más y nada menos que es mi hermana.
—¿Lori? ¿Qué haces aquí?— le preguntó con tono de molestia y ella me mira con cara de sorprendida.
—Podría preguntarte exactamente lo mismo, mi queridísimo hermano... ¿No se supone que deberías estar en Italia? Ya me parecía bastante extraño que no querías que te fuéramos a despedir al aeropuerto. Si hasta soltaste ese discurso ridículo de que ya eras un nombre hecho y derecho. Pero aquí estás bien escondido, en la ciudad mintiéndole a todos— dice muy segura de sí misma, cruzando sus brazos sobre su pecho.
Por supuesto que había sido la verdad, yo me había despedido de todos clamando que tenía que volver a clases en Italia, las cuales, por cierto, estaba perdiendo.
—¿Cómo tienes las llaves de este departamento? Tía Caro me dijo que podía utilizar este espacio siempre que yo quisiera— le preguntó levantándome del sillón, mientras ella entra como si nada, soltando su mochila en la mesa.
—Pues sí, este solía ser el departamento donde tía Caro se escondía, pero no sé si lo olvidas que… inicialmente este era el departamento del tío Richard— dice ella. Demonios. Sabía que nuestra tía particularmente me adoraba, pero no es de extrañar que nuestro tío abuelo le diera las llaves a mi hermana, la consentida de la casa.
Desde que mi hermana nació, todo había sido locura por ella. Todos me decían que yo debía ser un buen hermano mayor y que finalmente iba a ser el gran heredero del apellido y del honor Maledetti.
Francamente, a mí no me importaba nada de eso cuando tenía una pequeña que me perseguía a todos lados, y que encantaba a todos como si fuese una bruja.
—¿Y cuál es tu excusa?— me pregunta y yo suelto lo primero que se me ocurre.
—Yo… necesitaba un tiempo. La universidad es dura, Lori, y sabes que nuestros padres tienen demasiadas expectativas, quieren que yo maneje toda la empresa. — le digo y ella mira un poco para cada lado y asiente. Es una bruja, pero al menos es coherente.
—¿Y qué hace la fantástica LoriAnne Maledetti aquí escondiéndose en pleno horario de universidad? Y no digas lo mismo que yo, que estás cansada porque acabas de comenzar. Y espero que no vengas aquí con chicos… — le digo y me ve ofendida.
—¿Cómo te atreves? — pregunta molesta.
—Dime entonces…—
—Pues la verdad es que... suelo venir aquí a entrenar—
—¿A entrenar?—
— Pues sí, sabes que yo quiero ser como tía Caro, y Annie y yo hemos estado viniendo aquí a prepararnos... pero para decir verdad… Annie me patea el trasero terriblemente. No sé qué tiene esa mujer, pero es fuerte— dice ella desplumándose con abatimiento en el sofá y me da un poco de gracia. Los problemas de mi hermana parecen bastante simples, comparados a los míos: estudiar, salir con sus amigas y querer aprender a pelear.
—Pues por si no lo has visto tía Monique es dura. Si no fuera porque la conocemos y la queremos, creo que nos daría miedo— le digo sentándome a su lado.
—Es verdad... es feroz. Creo que Annie heredó esa fortaleza— dice ella y yo asiento nos quedamos por un momento en silencio.
—Alex... ¿Todavía sientes que nuestros padres nos esconden algo?— me pregunta de repente. Es algo que ambos siempre hemos sentido, pero habíamos concluido y que quizás éramos niños y bueno... los adultos no cuentan todo a los niños. Pero la sensación no dejaba de existir.
—Bueno, siempre dicen que hay algo que nos van a comentar cuando estemos más grandes. Yo ya pasé los 20 y aún nada— le digo y ella me ve con firmeza.
—Alessandro... dime la verdad... ¿Por qué estás aquí?— me pregunta y yo suspiro.
—Yo... simplemente... no me pude ir. Estaba en el aeropuerto y dejé perder el vuelo— digo finalmente y ella me observa.
—¿Tiene que ver con cierta pelirroja?— me suelta así como si nada.
Digamos que no es algo así como un secreto. Desde que yo era niño siempre había tenido una particularidad de afición por Dana. La realidad es que todos la queríamos, mis padres la amaban, Lori podía dar la vida por ella. Sus padres eran maravillosos y Lolo era absolutamente apreciada.
Yo veía como en reuniones simplemente todos estaban pendientes de ella y de qué iba a decir. Como si Lolo fuera alguien importante a quien escuchar.
Pero mentiría si dijera que todos veían a Dana de la misma manera. Yo me desvivía por ella desde que tengo uso de razón. Recuerdo con vergüenza, como me acostaba llorando cuando ella se separaba de mí, como guardaba todos los pequeños detalles que ella me había dado, desde hojas secas hasta dibujos y mensajes. Como si fuese un niño tonto enamorado.
Yo pensaba que era algo normal, pero rápidamente me di cuenta de que no era así. No todo el mundo tenía esa persona, no todos los niños se obsesionaban con alguien. Mis padres y toda nuestra familia lo sabían y lo veían, y no parecía preocuparles.
Todo lo contrario, era como si todos asumían que ella y yo teníamos algo especial y no interferían en lo absoluto. Eso… me molestaba muy adentro. Como si yo… no tuviera voluntad.
Más de una vez mi madre me llevó a casa de los Turner porque yo necesitaba estar con ella, con desespero. Y no había nada en lo que sucediera en esa familia que yo no estuviera invitado. Era mucho más que su hermano, mucho más que su familia. Y yo creía que no había aún alguna palabra que definiera lo que yo sentía.