Mi dulce limón

Impulsos

Impulsos

 

Estoy siendo llevada tan rápido que no percibo nada más, mi cuerpo hormiguea y sé que es debido a su tacto. La noche de repente se ha vuelto fría y la luna en su plenitud se exhibe sobre nuestras cabezas con cierto misterio. Eso no es normal, nunca me había sentido de tal manera ante un chico, ni me detuve a observar la luna y el firmamento sobre mi cabeza estando con un chico. Parece que Maximiliano, me lleva a experimentar sensaciones y experiencias que por mi cuenta jamás viviría.

—¡Sube! —me ordena con poca educación y me habría quedado allí en el lugar a sacarle el dedo medio si no fuera porque escucho más cerca las sirenas de la patrulla.

Sin esperármelo, me coloca un casco con cuidado y mientras lo hace su dedo pulgar roza mi mandíbula y corre sinuoso por mi cuello, sus ojos y los míos unidos por algo indeterminado. Él sube a su moto y lo sigo, sin decir nada a pesar de molestarme su poca educación, pues me encuentro aturdida por el efluvio de emociones que ascienden ardorosos por mi estómago.

—¡Agárrate de mí, cara de ángel! No me quejo si te pegas demasiado —se burla antes de encender la moto y ensordecerme con el rugido del motor.

El muy hijo de su… santa madre tiene el descaro de burlarse.

Dudo un instante de aferrarme demasiado a él, su perfume, aunque impregnado en sudor huele delicioso y eso está a punto de provocarme un infarto, enciende el motor lo que hace que me aferre de imprevisto, así que no tengo contemplación al hacerlo, lo escucho quejarse, pero no aparta mis manos, sé que lo lastimé y no me arrepentiré por ello, es un patán y cree que todos debemos hacer lo que él indica. Su aroma me está matando y en cada aceleración hace que apriete más fuerte mi agarre sobre sus abdominales, que me tientan a recorrerlo, el pensamiento provoca que mis mejillas se arrebolen.

Santa inocencia, mantente en mi camino.

Siento como vibran los músculos de su abdomen cada vez que lo hago y eso me hace perder la paciencia, porque sé cuánto lo está disfrutando el muy granuja. Estoy demasiado perdida en controlar mis emociones y la electricidad que fluctúa de nuestros cuerpos, los vellos de mis brazos se erizan y aún no sé si es por esa electricidad entre ambos o por la brisa fría que produce la velocidad. Echo una mirada al espejo retrovisor izquierdo y puedo mirar sus ojos enfocados en la carretera, así que me aventuro un poco más y recorro sus brazos hasta ver sus manos, es allí cuando me percato de las heridas en sus nudillos, están en carne viva, la sangre ha dejado de fluir y comenzado a secarse. Cierro los ojos reprimiendo la imagen, no es posible que no sienta dolor y que no tenga una fractura al menos.

—¿Cómo sabes dónde vivo? —la pregunta escapa de mi boca en el momento que estaciona frente al edificio.

Me bajo esperando una respuesta que él no pretende dar, solo se limita a quitarme el casco, con sus impenetrables ojos sobre mi rostro. Un hilo de sangre seca mancha su hermosa cara y le da un aspecto desprolijo que no apabulla su belleza.

—¿Vives aquí? —pregunta con sorna, mientras toma ambos cascos.

—¿Qué estás haciendo? —pido saber al observarlo ir al ascensor, con mi ceño fruncido.

—¿Te vas a quedar allí, cara de ángel? —me pregunta con una mueca torcida de sonrisa.

Resoplo y camino hacia él. Las puertas se cierran y siento calor, el aire me falta, sé que es solo por tenerlo cerca, así que no me tiento en observarlo demasiado. Introduce una llave y presiona las teclas del piso a donde vamos, eso no puedo evitar mirarlo, el número que parpadea es del pent-house 1 y me sorprende, se apoya al fondo del ascensor con los brazos cruzados sobre su pecho, mirándome de arriba abajo con una sonrisa ególatra en los labios, de inmediato me volteo al frente.

—Te mueres por preguntar, ¿cierto?

—Claro que no. No eres objeto de interés para mí —le aseguro displicente.

—Se me olvidaba… —su risa es amarga—. La gente de tu clase no mira hacia abajo. ¿No es así?

Estúpido.

—Al parecer la «gente de mi clase» si es objeto de interés para ti —lo miro con rabia.

Siempre he odiado que se etiqueten a las personas por su estatus o procedencia. Somos todos seres humanos, nacemos de las mismas maneras, concebidos de igual forma a excepción de la fecundación in vitro y los vientres de alquiler, en nuestra niñez temprana, no clasificamos a las personas, no las catalogamos. Es cuando crecemos que la sociedad dicta sus reglas y comenzamos a tener una percepción sucia y fútil de lo que es debido, que terminamos haciéndolo.




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