Mi dulce limón

Max ardiente en las rocas

Max ardiente en las rocas

 

Tomo el tiempo que me place en vestirme, sobre todo para incomodar al bipolar magic men, que aguarda en la sala de mi casa. Isabelle entra en mi cuarto justo cuando estoy acabando de maquillarme.

—Espero no te haya molestado que irrumpiéramos así en tu casa —ella dice sentándose en mi cama.

La miro a través del espejo de cuerpo entero en mi habitación.

—Tranquila, en verdad no tenía nada mejor que hacer. Es solo que…

—¿Es por Maximiliano? —ella me pregunta.

—No. No es por él. Soy yo, Isa —le miento o reconozco, ya no lo sé porque hay de ambos en la respuesta.

—Sé que algo pasa entre ustedes. —agrega con seriedad—. Mejor dicho, sé que algo sucede y tu sabes con más exactitud que Max, lo que está pasando.

Su conclusión me sorprende.

—¿Te ha dicho algo? —no puedo evitar que suene algo desesperada.

—Fue él quien nos invitó a todos, porque era la única forma en la que irías —me asegura, dejándome atónita.

—¿De verdad? —él interés es notorio en mi voz y ella sonríe—. Digo, creí que lo hacía para molestarme.

—Claro que no, si es lo que sospecho. Lo menos que querrá es molestarte —me asegura especulativa.

—Permíteme dudarlo —murmuro con desconfianza.

Hasta ahora lo único que nos ha unido son los amigos en comunes y presiento que encontrar un punto intermedio entre lo que me dolió verlo con Martica calenturienta, lo que creo sentir hacia él y su gran ego, será algo complicado.

Para cuando salgo a donde están mis amigos, todos parecen haberse acostumbrado a la casa y Teresa está más que encantada con ellos, incluyendo Maximiliano quien mantiene una muy amena conversación con ella, en la cocina.

Lo miro con escepticismo, pues no percibo al petulante de siempre, sino a alguien más relajado y pasivo, no parece contener aquella ira de la que fui testigo la noche de las carreras. Podría decirse que cuando sonríe con mi nana, se ve muy dulce y no tan ácido como el limón. Comienzo a pensar que Max tiene muchas máscaras y entre ella está la arrogancia, es de esas personas que se escuda tras cada una, lo estoy mirando con un interés notorio, no solo porque sea atractivo, sino porque parece un reflejo de mi interior, me identifico con él, más de lo que él se imagina. Inclusive más de lo que yo creía.

Cuando Max me mira, siento que el arrebol se acumula sin remisión en mis mejillas. Dios. ¿Por qué me debo sentir tan arrasada por su mirada? Sonríe al percatarse del color en mis cachetes y es la llegada de Isa cuando se acerca a él, lo que me ayuda a salir de esa especie de ensoñación en la que me abandonado.

Intento sin éxito concentrarme en lo que dice Luigi, pero lo cierto es que me siento cohibida al saber que Max nos acompaña. Mi corazón palpita errático dentro de mi pecho y debo respirar hondo un par de veces para amainar mis nervios.

—Te vas a divertir mucho, cara de ángel —Luigi decreta con una pícara sonrisa.

—Como Max te escuche llamándola cara de ángel, te va a impartir tres dosis de Ubicatex —Sergio bromeó.

Tuerzo la mirada y los labios en una sonrisa agria sin comentar nada. Me despido de mi nana, que me mira con un brillo peculiar en sus ojos negros llenos de amor y sabiduría.

Entramos en el ascensor y lo primero que siento es aquella electricidad fluyendo y un calor divino que se desplaza hasta mi cuerpo, de inmediato lo sé. Maximiliano se coloca a mi lado y no sé si por casualidad o porque de verdad quería incomodarme, pero siento que me nubla el pensamiento, mi cuerpo hormiguea y se estremece hasta mi cuero cabelludo.

Rayos chico ardiente, necesito una tregua…. Hijo de su madre que lo hizo tan Givenchy.[1]

El ascensor se detiene por fin y no sé porque, pero solo pienso en salir y de soslayo observo a Maximiliano, que tiene el lapislázuli de sus ojos puestos en mi humanidad, con una intensidad que me subyuga. Estoy comenzando a creer que soy una especie de masoquista sin remedio, que necesita de su verdugo para sentirse viva. El sonido del celular de Maximiliano ayuda a que salga de aquella especie de estupor e insana atracción.

Lo oigo resoplar con frustración y responder con cierta displicencia. Me pregunto quién será la persona que logra exacerbarlo de esa manera. Sin embargo, me reprendo porque eso es algo que no me importa. Él puede lastimarme.




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