Dado a la hinchazón de las piernas y la presión alta, me fue preciso mantenerme en el hospital por casi una semana, unas horas después del parto, mi marido y sus dos hijos se econtraban conmigo, su mirada era una mezcla de emociones, imagino que mis padres y/o los doctores lo abordaron antes de entrar a la habitación; sin embargo, se quedó conmigo, cargó a nuestra niña, luego la cargaron sus hermanos, la mayor y el menor. Era una escena hermosa, le quité su celular a mi marido y les tomé fotos.
Mis padres se llevaron a los niños para que pudieran cenar, y pude hablar con él, me senté a su lado, lo observé detenidamente, él no dejaba de repetir que es hermosa, podía notar cierta angustia en su voz, suspiró y me miró, comenzó a contarme como se las arregló para llegar y la manera en la que lo recibieron, me causó alegría escuchar que uno de mis tíos lo abrazó.
Luego entró la doctora a revisar el aparato que tenía enchufada en mi zona íntima para extraer los líquidos retenidos que causaban la hinchazón, nos explicó el milagro que era el que mi hija y yo sobreviviéramos, enfatizó lo delicada que estaba mi salud y como, de alguna manera, mi fortaleza interior había sido la que me mantuvo de pie. Continuó con un leve regaño a mi marido y finalizó con la indicación de que al día siguiente, después de comer, debía comenzar a caminar en el corredor para acelerar la movilidad.
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Para las enfermeras, mi familia y para mi marido, era algo extraño que yo pudiera moverme con facilidad, erguida y sin ningún reflejo de dolor, por lo que me comentaron, la mayoría de mujeres que pasaban por una cesárea no podían erguirse de inmediato, sino que les costaba un poco más de un día.
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Una de las cosas incómodas de estar internada, además de la bata con la espalda descubierta, fue el uso de pañal, es normal, los coagulos de sangre sobrante de la matriz son expulsados de inmediato, pero no deja de ser algo verdaderamente incómodo, lo rescatable de ésta situación, fue poder sentir los cuidados de mi marido, sus dedos pasando delicadamente sobre la herida de la cesárea, no había sido el corte estético, sino la divisoria, justo a la mitad de mi vientre; él suspiraba con pesar, nos encontrábamos en una situación delicada, de cierta manera, lo peor ya había pasado, pero fue suficiente para que él me quisiera sentenciar a no tener más hijos, ésta actitud me dolió profundamente, principalmente porque ésta charla ya la habíamos tenido, yo quiero más hijos, él tiene dos, yo quiero dos o más; sin embargo, lo que me enfureció fue recordar la plática con su madre en la que me excluyó y trataba de convencerlo de seguir los pasos de su hermano menor, mi cuñado, quien a su vez, se operó hace apenas una quincena atrás; me esforcé en no discutir, era muy pronto para tocar ese tema, seguíamos en el hospital y no era justo arruinar mi felicidad de tener a mi primera hija con una futura decisión.
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Un día antes de que me dieran el alta, él y sus hijos debían volver, su permiso de paternidad estaba por terminar y los niños debían ir a la escuela; ambos nos esforzamos por mantener la calma, pasaría el puerperio con mis padres.
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Por otro lado, en el tema médico el diagnóstico fue principios de preclamsia, aunado a la presión alta, la falta de síntomas y la pérdida de proteínas. Me comentaron que la retención de líquidos se había generado por una emoción fuerte, una discusión o un disgusto, que debía analizar mis sentimientos para poder sanar, además, del medicamento que debía tomar durante el puerperio; aprendí a tomar la presión para poder enviar los datos al teléfono de la doctora, seguir indicaciones al pie de la letra: lavar la herida diario, tomar vitaminas, la pastilla para la presión y estar fajada, sin ejercicio ni movimientos fuertes, de preferencia en cama.
La presión cedió hasta el tercer día, luego de haber probado tres medicamentos diferentes, y fue cuando por fin me dieron el alta.
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Estando en casa, y después de compartir la noticia en mis redes sociales, mis amistades y familiares comenzaron a llegar de visita, y quienes estaban en otros estados, mandaban sus felicitaciones.
Fue maravilloso el puerperio, llena de amor, atendida por mis padres, visitada por mis amistades y con las llamadas constantes de mi marido.
Me sentía en las nubes, principalmente por los mensajes cursis que me escribía mi marido.