“La navidad más hermosa no es la que tiene la fiesta más grandiosa o en la que hay muchos regalos. La mejor navidad es en la que te volví a encontrar y en la que juntos unimos a la familia que antes destruí por inmadurez”
– Ese chico tiene un 9.5 – dice mi amiga Eugenia al tiempo que señala a un compañero de Filosofía que va pasando con unos cuantos libros en sus manos –.
– No estoy de acuerdo, a lo más que alcanza es un 7 – le respondo con una mueca de desagrado –.
– ¡Ay, Ingrid!, nadie te parece suficiente, sólo el estirado de Sergio vale la pena – la muy grosera está imitando mi manera de hablar y golpeo su costado –.
– Es que Sergio es el hombre más perfecto del mundo. Es alto, muy atractivo, atlético, de ojos azules y rubio.
– Te faltó decir que de tu mismo nivel socioeconómico.
– ¡Eso es lo mejor!... La absurda idea de mis padres de meterme en una preparatoria pública para que aprenda lo que es la humildad, es lo más cruel que pudieron hacerme.
– Pues lamento que te hayas tenido que conformar con mi amistad, “princesa de alta sociedad”.
– No lo dije por ti, Eugenia. Sabes que me agradas.
– Pero te agradaría más si tuviera coche y millones en mi cuenta, ¿verdad?
– ¡Deja eso! y continuemos evaluando chicos.
Eugenia regresó su atención a los demás estudiantes que pasaban por la plaza y luego de unos minutos la vi sonreír maquiavélicamente.
– ¿Y cuánto le darías a Miguel Godínez?
Centré mi mirada en el “enano de Santa Claus” e hice una cara de asco mucho peor que con el anterior chico.
– ¿Estás loca? – reclamé ofendida – Miguel Godínez ni siquiera tiene que ser nombrado entre los chicos. Es muy bajito para cualquiera de nosotras, apenas alcanza los 1.55 metros, usa Brackets, lentes de botella, su cabello es liso y grasoso, es moreno claro, pero tiene manchada la piel por el vitíligo, se viste con ropa holgada porque su cuerpo no es para nada atlético y lo peor de todo es su nivel de pobreza.
– ¡Oye!, tampoco te pases. Miguel no es guapo, pero tampoco es un ser monstruoso como lo acabas de describir, además esa voz masculina que tiene hechiza a cualquier mujer al grado de hacernos olvidar que es muy bajito.
– Si tanto lo defiendes puedes quedártelo. Yo odio a la gente fea y ese tipo es horrible.
– ¡Eres muy cruel!, para Miguel tú lo eres todo, por eso te hace las tareas de matemáticas.
– Y es para lo único que sirve... Por mí puede caerse a un barranco en este momento y ni cuenta me daría.
– Ahora entiendo por qué tus padres te metieron aquí – se levantó de la mesa en la que nos sentamos a desayunar – eres de esa gente que prejuzga antes de conocer y para colmo te burlas y humillas sólo porque no son tan hermosos por fuera como tú.
Eugenia se fue molesta, pero no me arrepiento de haber dicho lo que pienso. Miguel Godínez es la prueba de que en el mundo no deben existir ciertas personas porque lo afean para quienes sí valemos la pena.
*****
Una semana pasó y mi única amiga Eugenia decidió dejar de hablarme.
Creo que está exagerando, aunque el ser pobre le baja puntos en mi escala de amistades y me dije que no vale la pena ni el intento de tratar de arreglar las cosas con ella.
El fin de la preparatoria está a la vuelta de la esquina y tengo que concentrarme en la fiesta de graduación – Sergio me invitó a ir con él y por supuesto que acepté –.
El problema es que me falta un examen final de trigonometría, y me veré obligada a acercarme al “enano de Santa” si quiero pasar la materia.
En el espejo del baño admiro mi figura.
Ser alta me coloca entre las candidatas a formar parte de una agencia de modelos que recientemente vino a la prepa buscando jóvenes hermosas.
La ropa que uso es de diseñador y aunque Eugenia me decía que visto demasiado glamurosa para una preparatoria, la realidad es que mi trajecito con short me luce genial. Su color es azul cielo – idéntico al de mis ojos –. El saco es elegante y lo corto del short permite que todos admiren mis piernas largas. Mi cabello rubio rizado contrasta con el tono blanco de mi piel suave y tersa.
Por fortuna tengo unos labios carnosos y el contorno de mi rostro es alargado. La nariz es justo del tamaño necesario y lo agradezco porque si no sería como la de Eugenia – tipo “Pinocho” –.
Al recordar el motivo por el que me estoy embelleciendo, mi ánimo empieza a desaparecer y es que tener que mostrar mi hermosura a un hombre tan poca cosa como Miguel, no me hace sentirme nada bien.
Con un suspiro de resignación salgo del baño y me pongo a buscar al “enano” por casi toda la prepa.
Casi a la hora de volver a clases lo encuentro en la biblioteca – ¿cómo no lo pensé antes? –.
El chico sin gracia está leyendo atentamente un libro y me imagino que es muy interesante porque no se dio cuenta de que tengo unos minutos de pie a su lado.
– ¡Miguel! – trato de hacer la voz más sensual posible –.