Las brillantes luces de las decoraciones navideñas iluminan bellamente toda la sala. Al pie del árbol, yacen colocados los regalos que mi padre nos compró. Él está muy contento porque consiguió que Miguel se fuera, pero ni mis hijos, ni yo, compartimos su alegría – es más, los tres tenemos los ojos hinchados de tanto llorar –.
– ¡Mami! – habló Lucía – ¿por qué mi abuelito te obligó a bajar si te sientes mal?
– ¿Por qué será, Lucía? – responde mi pequeño Miguel – hoy es navidad y el abuelo ha invitado otra vez a toda esa gente malvada que sólo viene a molestar a mami.
Mi hijo tiene razón. Desde que las “amistades” de los Arroyo, se enteraron de mi desliz antes de la boda con Sergio, únicamente vienen a burlarse de la ilegitimidad de mis hijos.
Antes tenía las fuerzas para enfrentarlos, pero he llegado a mi límite y si continúo viviendo, es sólo por el tanque de oxígeno y el suero que pasa por mis venas – los cuales me quitaron para ponerme un vestido de fiesta –.
– ¡Quiero ir a la ventana! – mi débil voz demuestra que incluso mis cuerdas vocales están dañadas y la nana Gloria se apresura a cumplir mi capricho –.
En la ventana observo mi reflejo y me sorprendo por el excelente trabajo de la maquillista. Con su habilidad consiguió cubrir mis ojeras y con ayuda de unas gotas mis ojos no se ven rojos. Mi cabello largo cubre el escote de mi hermoso vestido blanco. La tela es fina y más que un vestido de fiesta parece un vestido de novia.
– ¡Hoy te ves más hermosa que nunca, hija! – la voz de mi padre suena emocionada, pero no tengo ánimo para contestarle – sé que te esforzaste en bajar a la fiesta por tus hijos, no por mi orden.
– El año pasado les arruiné la navidad. Esta vez no lo haré.
– Si piensas de esa manera, entonces puedo confiar en que lucharás para recuperarte completamente.
– Me quitaste a la única persona que podría conseguir que desee vivir y aún así piensas que tengo ganas de luchar.
– Creí que tus hijos eran más importantes que cualquiera.
– Son muy importantes, pero recuerda que no sólo soy madre, también soy una mujer, y desde hace seis años me obligué a enterrarla para poder cuidar el regalo más bello que recibí de la vida.
– Si ya habías enterrado a la mujer, ¿por qué ahora no puede quedarse únicamente la madre?
– Porque después de ver a Miguel y de sentir sus besos, sé que no podré conformarme con la mitad de mí misma – las ganas de llorar regresaron, pero la mano de mi padre en mi hombro evitó que lo hiciera –.
– No arruines el maquillaje o decepcionarás a tu regalo.
– ¿De qué hablas?
Mis hijos gritaron emocionados por algo que vieron en la ventana y la curiosidad me hizo mirar también. Cuando vi la silueta de la persona que caminaba hacia la casa, moví mi silla y con la práctica adquirida, llegué a la puerta antes de que se abriera.
Frente a mí apareció Miguel con un frac negro que lo hacía lucir increíblemente guapo.
– ¡Buenas noches, mi amor! – pronunció esas palabras con esa voz que me hechiza y la sonrisa en su cara me dejó hipnotizada –.
– ¡Miguel! – moví mi silla, pero él fue más rápido y en segundos me encontré envuelta por su calidez – ¡mi amor!, pensé que te habías ido para siempre – sin poderlo evitar me puse a llorar –.
– Esa era mi intención, pero tu padre fue a buscarme para que volviera – me soltó un poco y nos miramos a los ojos – ¡no llores más!, la hermosa Ingrid debe estar esplendorosa si es que quiere casarse con este guapo profesor de matemáticas.
– ¿Casarme?... ¿tú?... ¿quieres casarte, conmigo? – todo mi cuerpo tembló de emoción y sujeté su rostro entre mis manos –.
– ¡Acepto! – contesto riéndose –.
– ¡Oye!, esa pregunta debes hacerla tú – le reclamé juguetona –.
– Aquí no importa esa regla… Tú preguntaste, y ahora tienes qué cumplir. No por nada me gasté mis ahorros en este frac, aunque si no quieres que seamos esposos, aún puedo regresarlo a la tienda – hizo el intento de ponerse de pie, pero lo jalé para que volviera a hincarse y lo besé –.
– ¡Ingrid! – dijo con dificultad porque seguía besándolo – esta parte es hasta que nos declaren marido y mujer.
– Tener hijos también va después, pero nosotros ya tenemos dos – quise seguir el beso, pero el carraspeo de un hombre desconocido arruinó el momento –.
– ¡Lamento interrumpir!, pero en navidad hay muchas bodas y luego de la de ustedes tengo que ir a otro lado – dijo el que me parece es un juez –.
– Bueno, señorita Ingrid Arroyo… ¿quieres casarte con este hombre nada guapo, vivir holgadamente conmigo hasta que me reciba de Físico, compre un auto, pueda pagar un viaje alrededor del mundo, le cumplamos el deseo a nuestros hijos de tener más hermanitos, y amarnos hasta que la muerte nos separe? – enumerar tantas cosas le secó la garganta y me reí cuando tosió – ¿qué es lo que te pareció gracioso?
– Es que una de las cosas que me hizo enamorarme de ti, es tu carácter divertido… ¡ya extrañaba tus tonteras! – mis ojos se cristalizaron y Miguel se apresuró a limpiar la lágrima –.