Mi estupido, Amor

Capítulo 1

Seis meses después.

Una polvareda se levantó al momento de la llegada del caporal ante un hombre con el ceño fruncido que lo miró con cierto fastidio. El fuerte sol abrasaba al dueño, como a los trabajadores del rancho el Poder.

— ¡Patrón!, lo llaman de la universidad —dijo el caporal al llegar ante él.

Él solo le sostiene la mirada con furia.

—¡Cuántas veces tengo que decirte que no quiero sus llamadas! — dijo con la voz ronca por el enojo.

El caporal solo pasó su brazo por la frente para secar el sudor.

—El director dijo que es urgente— le respondió.

El hombre agarró las riendas y con un solo movimiento subió al caballo negro sin dejar de mirar con furia a su hombre de confianza.

— ¿Cuántas veces tengo que decirle a esa gente que no pienso regresar a la universidad? – murmuró furioso.

Espoleó su caballo y galopó hacia la hermosa casa que se encontraba en medio de una planicie. Esa casa, era como las de los cuentos de hadas. Llena de flores multicolores y animales domésticos por todos lados. Al llegar a la entrada de la terraza de la casa, de un solo salto, bajó del caballo y con sus botas enlodadas caminó directo a la oficina.

—Diga — dijo con cierta brusquedad al responder la llamada.

Al otro lado de la línea se escuchó cierto movimiento y él frunció aún más el entrecejo.

— ¡Diga! ¿Qué desea? — dijo ahora mucho más intolerante. En su voz se puede notar el enfado —, hable ya, porque no tengo tiempo que perder.

—Fernando... soy yo Casandra— dijo una temblorosa voz femenina.

El hombre, al escuchar aquella voz, se estremeció debido a la ira. Había engañado a su caporal para hacerle recibir esa llamada. Él, desprecia a la mujer porque sabe que es una falsa y mentirosa. Después de la ruptura, ella se la ha pasado suplicando volver, porque no entiende su cambio.

—¿Y ahora qué quieres? – preguntó tajante.

Ella suspiró.

—Solo quiero hablar contigo. Dame la oportunidad de saber por qué has roto nuestro compromiso— dijo ella con una voz dulce y humilde.

— ¡No! Tú y yo no tenemos nada de qué hablar, además no tengo tiempo para perderlo con tus estupideces— habló con brusquedad.

Cada palabra que decía el hombre era como filosos puñales que cortaban a la mujer.

— ¿Es otra mujer? — preguntó ella al borde del llanto—. ¿Por eso me abandonaste?

El hombre solo resopló como un toro en plena faena de coleo.

— «¡Cínica!» — pensó—. Mejor busca a alguno de tus amantes y cuéntale las historias tristes que tengas, porque este estúpido no tiene tiempo.

Y sin darle una oportunidad, colgó la llamada y se sentó frente a su escritorio. Durante un mes estuvo perdido en el alcohol por causa de su traición y sus mentiras, y una noche tomó la decisión. No va a permitir que ni ella, ni ninguna otra mujer, se acerque a su corazón. Primero las destruirá antes que darle la oportunidad.

Tomó un trago y estaba perdido en sus pensamientos cuando la mujer que cocina en su casa, Damaris, una mujer cuarentona, lo mira con tristeza. Ella lo conoció desde muy joven cuando sus padres murieron en ese trágico accidente. Sabe que él aún está sufriendo por la maldad de la mujer que él había escogido para formar un hogar.

—Niño, Fer — llamó la mujer para que este la mirara—. ¿Recuerda lo que le pedí la semana pasada?

La dulzura de la voz de Damaris, que siempre lo había tratado con mucho cariño, bajó la agresividad que mostraba el profesor en su rostro.

Él miró a la mujer con extrañeza y luego sonrió con pesar.

—Dime, mi viejita. ¿Qué fue lo que me pediste? Sinceramente, no recuerdo —dijo el profesor endulzando la voz.

—Necesito una persona que me ayude con las labores de la casa. Ya sabes que estoy algo vieja y las rodillas me duelen mucho para estar agachándome todo el tiempo — dijo la mujer mirándolo con amor — pero eso no significa que me vas a echar del rancho...

Fernando endulzó el rostro y sonrió.

—Eres la única mujer con la que no me pienso desquitar o hacerle daño. Tú, mi dulce viejita— dijo, levantándose del sillón y se acercó a ella para pasarle el brazo por los hombros.

—Dame unos días— dijo él—, y te busco a alguien para que te ayude con los quehaceres de la casa. Ahora estoy trabajando con las cercas...

La mujer lo miró con el ceño fruncido.

— ¿Las cercas? ¿Las están cortando de nuevo? ¿Se te volvió a perder ganado? — dijo ella, llena de sorpresa.

El hombre tomó su sombrero Stetson y se lo caló con fuerza.

—Sí, al parecer las tierras que colindan con el rancho las están utilizando como guarida de cuatreros – respondió molesto.

—Ay, mijito. Ándate con cuidado— se preocupó la mujer.

Él solo resopló y la miró. Sabe que la mujer es sincera con su amor maternal.

—Ahora tengo que buscar al dueño de esas tierras. O les ponen un par de vaqueros para que la vigilen o que me la venda — dijo el hombre.

—Yo conozco al dueño de esas tierras — dijo la mujer pensativa —. Bueno, el dueño no, a la dueña...

Fernando frunció el ceño, él no había escuchado que esas tierras tuvieran un dueño. Llevan un tiempo desoladas.

—Entonces dame el contacto de la dueña de esas tierras, porque... o arregla ese problema, o ella se las verá conmigo.

Damaris solo lo miró y sonrió con tristeza. Su niño estaba convertido en un bulto de anzuelos. Si una mujer se acerca a él, solo saldría lastimada.




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