Humillación
Una mano atravesó el rostro de una bella joven de cabellos largos y muy negros, la cual era escuálida y ojerosa. Está debido al golpe, cayó aparatosamente al suelo.
— ¡Eres una idiota! — dijo la voz femenina que le mostraba su bello vestido manchado con gotas de agua — no sirves para nada. ¡Eres una inútil!
Los ojos negros la miraron fijamente y apretó las manos con furia. Siempre era lo mismo: humillaciones y maltrato de su propia sangre.
—Por eso no tienes derecho a pegarme— le dijo la joven que aún está en el suelo mientras que trataba de ponerse de pie —. Solo eres una atrevida.
— ¿Qué es lo que está pasando aquí? – se escuchó el grito de un hombre.
—Papito, papito — dijo la mujer que había golpeado a la flacucha—. Esa Susana ha sido atrevida y grosera conmigo. Mira cómo dejó mi vestido manchado con esa agua sucia.
Mientras la elegante joven habla, se pone al lado del hombre mayor y gimotea con hipocresía. En su rostro asoma una sonrisa perversa al mirar a la chica que trata de ponerse de pie, pero el agua jabonosa no se lo permite con facilidad.
— ¡Eso es mentira! — replicó la joven cuando pudo estabilizarse en el suelo jabonoso—. Ella se atravesó y pateó el balde y ahora viene a pegarme sin motivos...
— ¡Eso es mentira, papito! — respondió la otra con burla.
El viejo resopló molesto.
—La verdad es que yo no sé qué voy a hacer con ustedes dos — dijo el hombre mayor. Sus ojos se posaron en la flacucha y sus ojos la miraron con desprecio—. Todo el tiempo te la pasas en la casa, sin hacer nada, y apenas viene Lucía, solo la maltratas... ¿Qué es lo que te pasa? ¿Me quieres matar de un disgusto?
Susana abrió la boca al escuchar ese ataque tan injusto, luego la cerró. No valía la pena discutir con su padre por causa de su media hermana. Él, solamente tenía ojos para aquella chica y su madre.
—Habla, quiero saber— dijo el hombre.
— ¿Para qué? — preguntó Susana, apagada—. Sí, nunca me crees. Nunca aceptas lo que yo te digo.
La joven recogía sus implementos de limpieza pensativa. Tenía el corazón roto debido a la falta de amor de su padre.
—La verdad es que no sé qué voy a hacer contigo – dijo el viejo. Tomó el periódico y se quedó mirando a Lucía con una sonrisa enigmática.
—Estoy hablando con el director de la universidad del profesor Fernando Molina. Es un hombre soltero y sobre todo muy adinerado— dijo el viejo.
Lucía de inmediato siguió a su padre y se sentó al lado de él.
— ¿Y crees que él sea el mejor partido para casarme? — preguntó ella interesada en el tema.
— ¡Oh, sí! ¡Claro que sí! — el viejo habló con una sonrisa maliciosa en su rostro—. Ese hombre está tapado en dinero.
Susana, al ver que había sido ignorada totalmente como siempre su padre lo hacía, decidió salir de la lustrosa sala e irse a la cocina, pero al escuchar las últimas palabras de él, se congeló.
—Es el dueño de las tierras que colinda con el rancho de Jennifer. Yo le voy a dar esas tierras a cambio de que tú te cases con él. He escuchado que en esas tierras tienen muchos problemas… Y él las quiere.
Susana entró a la cocina temblando de ira. Esas tierras eran de su madre, que al momento de morir se las dejó de herencia y, por eso, no le podían pertenecer a Lucía, la hija de otra mujer.
En ese mismo momento entró Manuela, la esposa de su padre y la dueña de la casa donde ella vive como una de las sirvientas. La mujer la miró con fastidio e hizo una mueca con la boca.
—Susana, necesito que vayas al rancho Belleza y limpies la casa. Nos pensamos pasar una temporada allá —ordenó la mujer con altivez—. Procura hacerlo rápido. Mi hija pronto se casará con el profesor Molina y me gustaría que ellos se relacionen y la mejor manera es irnos a ese apestoso rancho.
Los ojos de Susana se llenaron de lágrimas e ira al oírla hablar con tal desprecio de las tierras de su difunta madre.
— «¡Estúpida mujer!» — pensó la desdichada chica.
Sus ojos brillaron al ver salir aquella mujer que siempre la maltrataba. Manuela era su perversa madrastra. Una mujer que se casó con su padre, cuando Jennifer apenas tenía dos meses de fallecida, y tenía una hija que era mayor que ella. Una hija de su padre donde demostraba su infidelidad.
La vieja cocinera se la quedó mirando con tristeza.
—No se preocupe, niña. Solo vaya al rancho, y tal vez allá encuentra la solución a estos problemas— dijo con cariño la mujer que era testigo fiel de tanta crueldad contra aquella joven—. El aire limpio la puede fortalecer y alejar de tantas malas influencias.
Susana se quedó mirando a la mujer y analizó sus palabras.
—Gracias, Pacha — dijo la joven limpiando sus lágrimas—. Tal vez, allá encuentre la forma de salir de este lugar, porque estoy segura de que mi padre quiere verme de sirvienta en mi propio rancho.
La joven, con el ánimo más abajo que el mismo suelo, entró a su habitación y comenzó a recoger sus pocas pertenencias y las empacó en una bolsa, ya que ni maleta tenía.
—¡Oh, madrecita adorada!, no sabes cuánta falta me haces— lloró con amargura de corazón—. Por favor, muéstrame el camino que debo seguir. No me dejes sola y mucho menos al lado de esas arpías... que tanto me odian.
Durante la noche, ella solo pensaba en encontrar algo que la pudiera ayudar y una idea se formó en su mente. No le daría tregua a su padre ni a su madrastra de quitarle el rancho que fue de su madre y por derecho le pertenecía.
Al día siguiente, muy temprano, Susana salió con ciertas ideas claras en su cabeza y entre ellas indisponer al profesor Molina contra su padre y así sacar del juego a Lucía, su media hermana.
—No me voy a dejar vencer, madrecita— dijo cuando llegó a la entrada de aquel arruinado rancho—. ¡Te lo prometo!