Mi estupido, Amor

Capítulo 3

Yo soy la dueña

Muy temprano Susana llegó al rancho y comenzó a hacer aseo a la casa. Esta se encontraba totalmente destruida por el abandono de su padre, él nunca le había invertido ni tiempo ni dinero. Todas sus energías se las había entregado a Manuela y a Lucía.

A mitad de la mañana llegó un jinete y al acercarse a ella, aún montado en su caballo, se quitó el sombrero.

—Buenos días, señorita— dijo el joven caporal — necesito hablar con la dueña de este rancho.

Susana sintió que su corazón latía con fuerza. Era su oportunidad para ejecutar el plan que tiene en mente y arruinar los planes de su padre. Sin embargo, sus tripas no están muy de acuerdo con ella, parecía que se estaban enredando dentro de su estómago y formando un nudo.

Ella puso el rostro lo más serio que podía y miró al chico que era muy guapo.

— ¿Qué quiere? – preguntó ella cortante por el miedo— Yo soy la dueña.

Los ojos del joven vaquero solo la miró en silencio por unos segundos y luego prosiguió.

—Mi patrón, el profesor Molina, quiere tener una charla con usted. ¿Lo pueda atender hoy mismo? — dijo.

La joven, que se encuentra nerviosa por la presencia de aquel joven y por lo que está tramando, solo deja salir una larga bocanada de aire que tenía comprimido en sus pulmones.

— ¡Claro que sí! — dijo firme al joven del caballo.

Este, al oírla se despido y virando a la bestia, salió a todo galope del rancho Belleza a buscar a su patrón.

La chica con el corazón en la boca y los ojos muy abierto solo miró al chico marchar. Y despabilándose de manera inmediata, por no decir que, casi corriendo, fue a lavarse para estar presentable ante la presencia de aquel hombre del cual había escuchado cosas terribles.

— ¿Será verdad que se comió a la última novia? — murmuró al oír los cuentos escalofriantes de que el profesor se encerraba en su rancho para comer carne humana, y que su última novia había desaparecido de manera desconcertante— ¡Uff!, solo espero que no se antoje de mis huesitos...

Mientras que buscamos con desesperación en un cajón la ropa que su madre, sus ojos se llenaron de sorpresa y curiosidad al encontrar una carpeta con unos documentos amarillentos. Sus ojos ávidos trataron de leer aquellas letras, ella no sabe leer mucho y, además, estaban escritas de manera legal y eran poco comprensibles para ella.

—No entiendo lo que dice— murmuró llena de angustia. Esa podía ser el arma para defenderse de su padre y sobre todo de arrebatarle la ilusión a Lucia de robarle su herencia—. Esto me va a servir.

La joven, aun sin entender muy bien lo que decían aquellos documentos, su corazón se llenó de una paz que pronto estaría rota.

No había pasado ni una hora cuando en el patio se escuchó el trotar de caballos y ella asustada miró por la ventana.

De un caballo de pelaje negro iba montado, un hombre muy alto, llevaba sombrero puesto y por eso no podía verle el rostro. De un solo salto bajo de aquel enorme animal y se dirigió a la puerta. Sus andares seguros en cada paso que daba eran como si él se tragara la tierra, bajo sus pies.

Ella tragó nerviosa, estaba delante del temible ranchero y tenía una propuesta que hacer y no pensaba dar un paso atrás.

Rápidamente, bajó a la pequeña sala y se sintió diminuta ante la imponente figura y aquella mirada glacial la barrió de arriba abajo. Ella comprendió que tenía más significado y valor una cucaracha que ella ante aquellos ojos negros y fríos.

—Buenos días —dijo la voz ronca y potente del ranchero mientras que se quita el sombrero — mi caporal dijo que usted es la dueña de estas tierras y me urge hablar con usted.

Ella, temblorosa y aterrada ante aquella presencia tan poderosa, solo se le ocurrió mojar sus resecos labios con la punta de su lengua, pero para aquel hombre dispuesto a partirla como una rama seca, solo fue una provocación oculta para tratar de seducirlo.

—Mi nombre es Susana Méndez— dijo la joven—. Estas tierras eran de mi madre. ¿Qué necesita?

La mirada del hombre no se aparta en ningún momento del rostro flacucho de la joven.

—Vengo a ponerle fin al problema que tengo con sus tierras— dijo cortante.

Ella solo tragó. El hombre era frío y su mirada la ponía demasiado nerviosa.

— ¿Qué problema? – sus labios temblaron al preguntar.

El hombre caminó un paso hacia ella y la joven retrocedió horrorizada.

—Vaya parece que es dueña de unas tierras y qué es lo que pasa en ellas— bramó furioso el hombre – Es tan vanidosa que no ha visto cómo están sus tierras de descuidadas y además sus vallas rotas y por ahí los cuatreros han entrado y han robado mi ganado. O busca una solución a este asunto o la llevo a la policía y la demando por daños y perjuicio.

Susana quedó abismada ante aquella magnitud del problema que tenían aquellas tierras.

—Mire señor…— tartamudeó la joven pálida y muy nerviosa.

Los ojos del hombre se entrecerraron al ver a la chica a derretirse como un bloque de hielo ante sus ojos.

—Soy el profesor Fernando Molina— la interrumpió el hombre con bastante disgusto—. Me parece que usted es solo una impostora que quiere hacerse pasar por la dueña de estas tierras.

Aquellas palabras aniquilaron la poca confianza que tenía la joven. Susana respiro profundo pensando en hacer lo que tenía pensado.

— ¡Yo tengo como demostrar que estas tierras son mías! — exclamó en voz alta y quebradiza. Se mantuvo firme ante aquella mirada oscura y llena de odio.




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