Mi estupido, Amor

Capítulo 4

Herencia

Fernando se encontraba en su oficina arreglando unos contratos sobre la venta de la leche que sale de su rancho y otros asuntos que lo enfurecen, como la persistencia de Cassandra en hablar con él, cuando el caporal irrumpió en la oficina.

—Patrón, al parecer la dueña de las tierras Belleza, acabo de llegar — dijo el joven quitándose el sombrero.

Los ojos de Fernando se levantaron de aquellos documentos y miraron fijamente al caporal con un brillo malicioso en sus ojos y su sonrisa se torció de manera maquiavélica.

—La dueña llegó — dijo él saboreando cada palabra. Su voz sonaba ronca por la extraña excitación –. «Llegó una mujer a la que haré la vida imposible».

Jesús Antonio lo miró con malicia.

—Aunque realmente parece muy joven para ser la dueña, tal vez sea la hija – dijo el caporal.

Fernando se levantó de su escritorio y tomó su sombrero.

—Me importa un carajo quién sea esa mujer, pero hoy mismo me tiene que dar una solución para este problema que tenemos con las cercas— replicó el hombre.

Seguido por su caporal, el profesor de inmediato subió a su caballo negro Azabache y comenzó a cabalgar hacia las cercas donde las volvió a ver cortada la alambrada.

— ¡Malditos cuatreros! – grito furioso — y todo esto es culpa de esa mujer que no le ha puesto contención a su rancho.

Después de revisar la cerca, se dirigió a la casa, un lugar que está bastante deteriorado por el tiempo y el abandono.

Con seguridad e imponencia bajó del caballo y al entrar a la pequeña se estremeció al observar la sala y todos los muebles viejos y empolvados.

Estaba de espalda observando el lugar y al girarse quedó delante de él una joven delgada y bastante pálida. Parecía enferma y esto lo molestó. Sus ojos negros escanearon a la simple y muy sencilla mujercita que ya le sacaba el enojo a flor de piel.

— ¡Usted es una impostora! — le sostuvo la mirada con furia—. Déjese de juegos estúpidos y llame a la verdadera dueña de este lugar.

La joven simplemente tragó con fuerza el nudo que tenía en su garganta. La sola presencia de ese hombre la atormentaba, la dejaba sin aire y le hacía temblar hasta los mismos calzones que poco le ajustaba.

Ella hizo un sonido algo particular al llenar sus pulmones de aire antes de hablar.

—Yo soy la dueña del rancho Belleza— dijo ella con la voz entrecortada— o más bien soy la hija de la dueña— corrigió.

El hombre la miraba fijamente y frunció el ceño al oírla.

—Es la dueña, sí o no— el hombre levantó aquella voz potente y poderosa que hizo estremecer a la chica que tiembla de miedo—. Yo no vengo a perder el tiempo.

La joven tenía los labios resecos y por eso me los humedeció con la punta de su lengua y el hombre interpretó aquella acción.

—Déjese de coqueteos — dijo el hombre— me parece ridículo. ¡Dígame si es la dueña o no!

Susana no sabía por qué aquel hombre la atacaba, pero estaba decidida a darle una estocada a su padre y cobrarle por lo menos una de las tantas cuentas que este le adeudaba.

—Yo... yo soy la dueña — dijo la joven con la voz temblorosa y levantó la carpeta que tenía en sus manos — y si quiere aquí está la prueba. Estas son las escrituras de este rancho y están a mi nombre.

El profesor tomó aquella carpeta y comenzó a leer. A medida que leía, el hombre se enfurecía más con aquella joven que tenía delante de él.

— ¿Qué es esta estupidez? — gritó furioso el hombre.

Ella no entendió aquella mirada hiriente y glacial.

—Ese documento acredita que yo soy la dueña de este rancho —trató de calmar al furioso hombre y comenzó a explicar — solo necesito llevarlo ante el notario. Luego voy a vender las tierras y si usted las quiere, se las vendo a usted... porque yo no las puedo tener.

El hombre contempla con frialdad el rostro pálido de aquella joven. Al parecer ella le estaba jugando una mala pasada o simplemente se está burlando de él. En ambos casos la va a perjudicar para que aprenda que con él nadie juega.

—Este maldito papel es tu testamento — gritó el hombre furioso sacudiendo los papales delante del rostro de la chica— y ahí dice que no puedes vender las tierras. No las puedes vender a menos que te cases. ¿Acaso te quieres casar conmigo?

Susana retrocedió dos pasos y se llevó la mano al pecho para contener su dolor. No podía hacer la vida tan injusta con ella. Su madre no pudo haberle puesto una traba tan imprudente como hacerla casar para poder obtener su herencia.

— ¡Eso es imposible! — dijo ella casi al borde del llanto.

El hombre la miró y sus labios se torcieron en una mueca desagradable.

— ¿Qué es imposible? ¿Casarte conmigo? ¿O vender tus tierras? — preguntó con su voz ronca y arrastrando las palabras solo para torturarla mucho más de lo que ya se notaba la pobre joven.




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