Mi estupido, Amor

Capítulo 8

¿Qué miras?

La llegada del caballo y su jinete conmocionó a los habitantes de la casa del rancho que lo están esperando con expectativas y emoción. Pedro Méndez, con una sonrisa en su rostro, de inmediato lo atendió y en su cara se pudo notar la sorpresa de conocerlo. Ante él hay un hombre bastante joven para todo el reconocimiento académico que tiene. Él imaginó a un hombre cuarentón y este apenas podía llegar a los treinta. Al parecer, su hija iba a tener el mejor prometido que había en aquella alta sociedad y sobre todo joven.

—Buenos días, señor Méndez— dijo la voz ronca del recién llegado que mira de manera penetrante. Sus ávidos ojos recorren la estancia y ve lo pulcra que está. Cuando él llegó dos días atrás, el lugar era un asco y, al parecer, la chica había hecho un buen trabajo.

Sus ojos la notaron en la cocina y frunció el ceño.

—Siga, por favor, profesor Molina — el hombre de manera amable lo lleva hacia la pequeña sala, cortando la atención del recién llegado hacia la cocina — es un placer que nos acompañe a almorzar. Estaba muy deseoso de conocerlo.

Fernando solo se dejó guiar y atender.

—Vine, porque en la universidad me informaron que usted necesitaba hablar sobre una donación que piensa hacerle a la universidad— dijo y aceptó el vaso de licor que el viejo le ofrecía—. Mucha gracia.

Pedro orondo solo sonríe complacido de tener a tan ilustre hombre en su casa.

—Siéntese, profesor— dijo el hombre elocuente—. Estoy maravillado con su trabajo para los jóvenes. Y, para serle sincero, pensé que el Ceo del proyecto de tal magnitud era un hombre bastante mayor, pero me siento halagado de que sea usted un joven con mucho amor e interés por los jóvenes del campo.

Fernando miró hacia la cocina y sus ojos miraron de manera inquieta a la joven que hacía quehaceres en la cocina. Está mal vestida, desaliñada y, a su parecer, muy pálida.

— Usted sabe que los jóvenes hoy día para poder capacitarse deben dejar el campo y eso es algo que nos perjudica y mucho— comenzó el profesor—. Por eso, el proyecto de construir una universidad rural. Donde los jóvenes de esta zona quieran seguir sus estudios universitarios sin trasladarse a la ciudad. El campo los necesita aquí.

— ¡Oh!, eso es maravilloso— exclamó—. Mi hija ama la educación, pero es infantil...

Unos pasos se escucharon de una persona al bajar las escaleras.

Los ojos del profesor se dirigieron al lugar y ahí bajaba una mujer realmente hermosa. Venía embutida en unos pantalones vaqueros que muestran con exquisitez las maravillosas curvas de sus caderas que se acentúan por la pequeña cintura. Su blusa blanca de abertura en V dejaba ver un vasto valle que dominan sus senos prominentes que se mostraban altaneros ante la visión de él.

Sus ojos cafés lo miraron como si se tratase del más preciado dulce que piensa degustar con la calma que el tiempo le permita. La joven con sus ojos barre todo el cuerpo del hombre.

Sus ojos como carbón encendido dejan ver que le satisface lo que está observando.

—Bienvenido a nuestro rancho, profesor – la suave y dulce voz de Lucía llenaron los oídos del hombre que la mira con fascinación. Ella se dio cuenta de que no le era indiferente aquel hombre que la devoraba con la mirada y a ella de inmediato le gustó.

El hombre solo la observó en silencio y cuando estaba cerca de ella, le tendió la mano y la saludó con educación galante.

—Muchas gracias, señorita...— él dudó de continuar.

—Soy Lucía, la hija del hombre aquí presente— dijo ella con cierta coquetería y se acercó a su padre—. Papá, ¿ya le contaste de tus planes?

Pedro soltó una carcajada ególatra.

—Ay, mi niña linda— su barriga subía y bajaba por la risa—. Ahora vamos a almorzar. Solo espero que te guste la comida que hizo mi adorada hija.

—Ah, ya, papá. No me avergüences delante del profesor Molina— dijo ella con una risita nerviosa—. Sabes que no me gusta cocinar, solo lo hice porque me dijiste que venía el profesor...

Ella miró al hombre que solo se mantenía con la mirada fija en aquella belleza.

—Debe ser muy deliciosa— dijo Molina fascinado con aquella joven —. Esas preciosas manos no pueden maltratarse con trabajo alguno. Usted nació para ser princesa.

La joven se sonrojó de inmediato quedando aun mas atrapada en la red que ella misma está tirando.

— ¿Dónde está tu madre? — preguntó molesto Pedro.

—Mamá está en la cocina, ya sabes que el servicio es bastante lento. Esa mujer no sirve para nada— dijo ella tomando el brazo del profesor que solo se limita a mirarla—. Profesor Molina, venga para que conozca el rancho.

La pareja salió.

Mientras que la pareja pasea por los alrededores del lugar Susana solo trago con fuerza el dolor de haberlo oído decir que Lucía había nacido para ser princesa.

—Todos la adoran— dijo llena de dolor mientras que limpia su cara —. Le tengo tanta envidia. Es tan bella que no le falta nada. Lo más seguro es que el profesor ni siquiera me creyó lo que dije de ella.

Manuela entró a la cocina vestida como para ir a una fiesta y al verla tan pensativa mirando a la pareja, la tomó por el cabello y la tiró al suelo.

— ¿Qué haces mirando al prometido de mi hija? — le gritó con furia.

Susana, que no esperaba aquel ataque, estaba impávida y a duras penas se levantó.

—No estoy mirando nada— logró protestar, pero la mano de Manuela cruzó el huesudo rostro de la joven.

— ¡Cállate! — le gritó y le señaló con un dedo hacia el rostro — como arruines este almuerzo, juro que te muelo a palos. Me las vas a pagar todas las que me debes.

Susana se cubrió el rostro con la mano y se tragaba su orgullo.

— «Solo falta poco para poder salir de aquí» — pensó la desdichada joven mientras que sus ojos negros la observan — «muy pronto les haré pagar todo el daño y la humillación por la que me han hecho pasar, eso lo juro. Con la ayuda del profesor o sin su ayuda».




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