—¿Y mis mil dólares? —se quejó subiendo detrás de Heriberto por las escaleras. Aquel adolorido subía sintiendo dolor en cada escalón.
—¿Tus mil dólares? —se detuvo de golpe—. Deberías pagarme a mí por el daño que me has hecho... Hoy ni siquiera podré volver a la oficina.
Tomó su teléfono y llamó a su asistente mientras casi se arrastraba por los escalones.
—Cancela todas... mis reuniones de hoy —dijo antes de colgar. Luego dirigió una mirada furibunda a la mujer que no deja de seguirlo con expresión arrepentida—. Y tú... no quiero verte en todo el día.
"Creo que se me pasó la mano" suspiró escuchando como el hombre cerraba la puerta con un ruidoso golpe. Amelia bajó la mirada con desilusión. Se ha perdido mil dólares por no haber controlado su impulso.
Arrastrando los pies bajó a la cocina en donde esperó la cena, jugando con la sopa ante la atenta mirada de los empleados que no saben por qué la señora de la casa está comiendo con ellos en vez de usar el comedor.
—Bien, señora, salga de aquí —dijo el ama de llaves sacándola de la cocina—. Usted debe comer donde le corresponde.
—¿Por qué debo hacerlo? ¿No entiende que me siento tan... triste? —se quejó.
La mujer mayor suspiró. Entiende que debe estar arrepentida de haber golpeado así al joven señor. Puso su mano sobre el hombro de Amelia intentando animarla.
—Vaya y pídale disculpas, el señor puede que sea orgulloso, pero no es mala persona.
—¿Tú crees que si me perdona me dará el dinero que me prometió? —preguntó la joven mujer ilusionada.
La anciana tosió desconcertada. O sea, no está triste por su marido sino por el dinero que él parece haberle prometido y no se lo dio porque se pelearon. Estaba a punto de reprenderla cuando una joven empleada bajó con la comida de Heriberto sin que él haya tocado un solo plato.
—El señor no quiere comer, dice que no se siente bien —resopló la joven mujer.
—¡Yo me encargo! —dijo Amelia tomando la bandeja antes de ser detenida, pensando que es su oportunidad.
La anciana quiso detenerla, pero ya ha subido media escalera.
—No se preocupen, yo haré que coma la cena.
Ambas mujeres se miraron en silencio, el ama de llaves se llevó la mano a la frente, no sabe por qué siente que las cosas van a empeorar.
Amelia con la bandeja en mano apresuró el paso directo a la habitación de su falso marido, y cuando abrió la puerta se lo encontró tal como Dios lo echo al mundo. Ambos se quedaron mirando como si en ese instante sus cabezas entraran en shock. Y el grito que retumbo por toda la casa solo vino a darle la razón a la anciana ama de llaves.
—¡Tú, ¿Por qué entras sin golpear?! —grito Heriberto cubriéndose con las manos.
—Y a ti, ¡¿Cómo se te ocurre estar sin ropa?! —Amelia cerró los ojos, con la bandeja en la mano no se puede cubrir la mirada.
Pero vaya, sí que está bien dotado su señor esposo, eso no lo puede negar. Lástima que de nada le sirve.
—¡Estoy en mi habitación, y además estaba revisando si quedaron secuelas después de ese golpe que me diste...!
—¡Yo no le hubiera dado ese golpe si no se hubiera metido en mi metro cuadrado!
Heriberto apretó los dientes.
—¡Tú...! —suspiró con impaciencia—. Mejor sal de mi habitación.
—¿Puedo abrir los ojos?
—¡No!
—Entonces, ¿cómo podre ir hacia la puerta si no veo nada?
Heriberto estaba a punto de responderle, pero al final solo resopló con fastidio, de cierta forma la mujer tiene razón. Miró alrededor de la habitación encontrando su camisa que usó para cubrirse, luego se le ocurrió una idea.
—Voy a entrar al baño, cuando este adentro te daré un aviso y entonces puedes salir de mi habitación, ¿lo has entendido?
—Pero no puedo irme, mi misión es que cene.
—¿De qué hablas? —arrugó el ceño enfocando su atención en la bandeja de comida. Hace poco había rechazado comer, ¿qué planea esta mujer loca?—. Iré al baño, me vestiré y cuando salga no te quiero ver aquí, ¿lo has entendido?
La joven mujer bufó.
—Sí, señor —respondió de mala gana.
—Bien, quédate quieta, no te muevas ni abras los ojos por nada del mundo —habló en tono amenazante.
—Entendido, jefe —sonrió con los ojos cerrados.
Heriberto se quedó mirándola un momento, hasta ahora no se había detenido a mirar a Amelia cuando sonríe. Luego despabiló moviendo la cabeza a ambos lados, no es momento para pensar en eso. Le dio la espalda para caminar hacia el baño sin notar que la mujer ha abierto uno de sus ojos.
"Vaya, tan buen cuerpo para un hombre tan poco amigable" suspiró Amelia pensando en lo injusto que es la vida. De verdad que desperdicio que un hombre tan atractivo sea un saco de plomo. Intolerante, caprichoso, orgulloso y clasista.
En fin, por ahora lo importante es conseguir devuelta esos mil dólares. Por eso, cuando Heriberto salió del baño en vez de encontrar su habitación vacía tal como lo esperaba, vio a la mujer sentada al lado de la cama con el plato de comida en su mano.
—Es hora de comer querido esposo —habló mostrando su mejor sonrisa.
—¿Qué? —preguntó incrédulo, en verdad esta mujer no sabe obedecer—. ¿No te dije que no te quería aquí?
Amelia lo miró con expresión culpable.
—Debo compensar el daño que te hice, probablemente puede que no te vuelva a funcionar jamás...
—¿De qué tonterías estás hablando? —preguntó asustado bajando la mirada a su entrepierna.
—Puedo darte un masaje, soy buena en eso, se te quitará el dolor y revivirá —dijo con seguridad dejando el plato en la mesa y colocándose de pie—. Trabaje un verano en una clínica de masajes, tengo experiencia.
Heriberto hizo una mueca.
—¿Qué tú hacías qué? —tensó su rostro, tendrá que llamar a su asistente para que le averigüe que clases de trabajos poco honrados ha tenido esta mujer en su vida.
Amelia al darse cuenta se sonrojó y de inmediato lo negó.
—Hablo de masajes normales, nada raro.