Mi Feliz matrimonio forzado

Capítulo 12

—¿Entendido? —preguntó el hombre mayor con una sonrisa luego de dar todas las instrucciones.

—¡Sí, jefe! —respondió Amelia con ánimos.

Aunque las orejas de conejo en un principio le hicieron sentirse ridícula al escuchar la cantidad de dinero que recibirá por tragos vendidos la hacen recuperar toda la fuerza que ese vampiro apuesto y cruel de su marido le ha robado. Pero eso no significa que se ha olvidado de los mil dólares que le debe, ya verá más adelante como recuperarlos.

No es la primera vez que trabaja en un lugar así, se les paga a los camareros no solo un dinero fijo, sino comisión extra por venta. O sea, el consumo de un cliente se suma a un aporte extra. Mientras más pidan, más gana.

Es un buen negocio, lo malo son los disfraces que deben usar. Pero con una máscara, ¿quién podría reconocerla? Ningún compañero de la universidad podría saber que es ella. Lo importante es reunir el dinero suficiente para pagar su matrícula del semestre que viene.

Desde joven se acostumbró a no pedir dinero a nadie. Pues cada vez que lo hacía sus padres la humillaban, la hacían sentir como una carga inútil, y es por eso, que aunque su supuesto marido tenga mucho dinero, no quiere pedírselo prestado. No está dispuesta a volver a ser humillada. Y más por alguien como Heriberto Salazar.

—¡Señorita, ¿nos trae un trago?! —exclamó un hombre desde una mesa levantando sus manos en dirección a Amelia.

—¡Enseguida, señor! —respondió con una enorme sonrisa.

El lugar está más lleno de lo usual, por lo que aprovechó cada momento para influenciar a sus clientes a consumir más. Si sigue así podrá reunir una buena cantidad de dinero.

—¡Señorita conejo, por acá también, cuatro cervezas! —le habló un grupo de hombres jóvenes que acababan de entrar.

—Bien, jóvenes caballeros, cuatro cervezas para cuatro hombres apuestos —dijo sirviendo en la mesa—. ¿Desean algo más? ¿Alguna entrada?

—Deseamos saber si la señorita está soltera —señaló uno de ellos.

Amelia se rio.

—¿En serio creen que esta belleza no tiene alguien que le suplique en las noches? —respondió sentándose en medio del sofá, para luego suspirar exageradamente—. Es cierto... Tenía un novio, uno petulante, orgulloso y engreído, pero me dejo por pobre... me despreciaba por usar jabón barato, ¿pueden creer lo que hizo ese granuja? Se llevó mis únicos mil dólares, y tuve que salir a ganarme el sustento. Actualmente, duermo en el piso sobre unas cajas de cartón...

—¡Ay! Señorita conejo, ¿no quiere ir a mi departamento? Le puedo ofrecer una cama —dijo el más alto compadecido por las penurias de la pobre mujer.

—Yo vivo con mis padres si no también le ofrecería un lugar —señaló otro desanimado.

—Y nosotros dos en la residencia estudiantil, así que estaríamos complicados —agregaron los dos últimos.

Amelia se colocó de pie juntando sus manos con aparente emoción.
—Se los agradezco, pero me ayudarían mucho más si beben y comen toda la noche.

—¡Sí, tráiganos unas entradas, y más cervezas! ¿Va a celebrar con nosotros?

—¡Claro que sí, ustedes son muy agradables! —sonrió con emoción, saltando y aplaudiendo.

—Solo unos tontos caerían con una historia tan mala —la voz conocida la hizo sentir como el escalofrío subió desde su espalda a su cabeza.

Amelia giró la cabeza encontrándose con la gélida mirada de su marido. ¿Por qué de todas las personas que conoce en el mundo tenía que encontrarse con él? Luego recordó que sigue llevando su máscara puesta, con suerte puede que aún no la haya reconocido.
Aquel arrugó el ceño mientras la mujer intentaba fingir no conocerlo.

—¿Desea un trago..., señor? —sonrió a la fuerza.

—Señorita conejo, ¿no es hora ya de ir a casa? —preguntó sonriendo con molestia y tomándola de la barbilla—. Su marido la espera...

—¿Marido? —dijeron los otros hombres confundidos.

—Debe estar equivocado, yo no tengo marido, soy soltera y...

—Veo que la señorita conejo le gusta jugar —señaló tomándola de la cintura y acercándola a él—. ¿Qué estás planeando Amelía Díaz? ¿Te ha dado un ataque de rebeldía?

Le susurró. La mujer tensó su rostro.

—Estoy trabajando, vete no me molestes y...

Sin mediar más palabras, Heriberto la agarró de la muñeca y se la llevó ante la mirada de todo el mundo, que no entendían lo que le pasaba a esos dos. Solo el dueño del local vino a reclamar al verlo llevarse a una de sus camareras.

—¡Oiga, aquí no se entrega este tipo de servicios! —reclamó de inmediato para defender a la mujer.

—Soy su esposo, vengo a llevarla a casa —respondió perdiendo la paciencia.

—¿Su esposo? —abrió los ojos, confundido.

Heriberto sacó un fajo de billetes y casi se los tiró encima.

—Con esto, le pago todas las molestias que les hemos causado.

Y dicho esto cargó a Amelia que se negaba a ir con él, más cuando vio con que facilidad le lanzaba dinero a otros. ¿Si tiene tanto dinero por qué no le paga los mil dólares que le debe de una vez?

La llevó hasta el auto en donde el chófer los esperaba y la lanzó al interior, apenas el trabajador le abrió la puerta.

—¿Podrías ser más cuidadoso? —se quejó Amelia recogiendo las orejas de conejo que se habían caído en el piso del vehículo.

Heriberto subió sentándose a su lado y sin decir más le lanzó su chaqueta sobre la cabeza.

—Cúbrete —le ordenó con severidad.

Amelia arrugó el ceño y le devolvió la chaqueta.

—No, gracias, no la necesito —respondió con rebeldía.

—¿Piensas llegar a la mansión vestida así? —hizo una mueca al mirarla, ¿qué son esas orejas, ese vestido y esas botas?

—Es solo un disfraz, ¿qué hay de malo?, el vestido es ancho, además llevó pantalones cortos abajo, mira —se levantó el vestido mostrando los pantalones que casi llegan a sus rodillas.

—No tienes por qué mostrarme —dijo desviando la mirada hacia el otro lado.

Amelia abrió los ojos, sorprendida.




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