Mi Feliz matrimonio forzado

Capítulo 13

—Susana —habló Heriberto masajeándose las sienes mientras habla por teléfono con su asistente—. ¿Puedes averiguarme todos los trabajas que ha tenido que hacer Amelia Díaz? Así como también como ha vivido hasta ahora, si acaso... ¿Ha recibido ayuda de sus padres?

—Sí, señor —respondió la mujer.

Hasta ahora solo sabía que Amelia había tenido muchos trabajos, y que vivía en una miserable pieza que solo contaba con una habitación pequeña y un baño, es todo lo que en ese entonces revisó. Siempre creyó que tenía algún tema psicológico, que era una persona tacaña, que amaba tanto el dinero hasta obligarse a vivir en esas condiciones inhumanas.

Pero ante las palabras de Amelia, al decirle que nunca ha recibido ayuda de su familia, lo deja intrigado. ¿Por qué unos padres teniendo una buena condición económica nunca ayudaron a su propia hija?

Volvió a su habitación mirando hacia la puerta secreta en donde Amelia se encerró después de decirle esto. Pareció avergonzada cuando él le preguntó más respecto a lo que había dicho, y huyó escondiéndose en el pequeño cuarto.

—¿Acaso no piensa comer? —miró la hora.

Usualmente, ella baja y come tan feliz que no puede creer que hoy no ha bajado ni siquiera a cenar.

Levantó su mano para golpear la puerta secreta antes de entrar, pero titubeó. Soltó un suspiro incómodo, sin entender por qué se siente tan culpable, sin saber la razón clara para sentirse así.

Estaba a punto de irse cuando la puerta se abrió de golpe y se encontró de frente a Amelia, quedándose los dos mirando cara a cara. La mujer no se lo esperaba, pues abrió los ojos, asustada y más al darse cuenta de que ese hombre es más alto que ella.

Dio un salto hacia atrás, maldiciendo entre dientes su mala suerte de encontrarse justo con ese hombre cuando había planeado el momento ideal de bajar a buscar comida sin tener que cruzarse en su camino.

—Señor Salazar... —masculló desviando la mirada.

—No bajaste a cenar —señaló Heriberto con seriedad.

—... no tenía hambre —cruzó los brazos—, no crea que no es porque tenga miedo de encontrármelo...

—¿Ah sí? ¿Entonces por qué ni siquiera me miras a los ojos al hablar? —dijo tomándola de la barbilla e interrumpiendo sus palabras.

Amelia tensó su cuerpo como un gato en modo defensa. Aun así, mantuvo su mirada lejos de él. Solo lo empujó para separarse de su lado y seguir su camino.

—Tengo problemas, se me cruzan los ojos, me pongo bizca —mintió—, y en todo caso ¿no es usted el hombre que no le gusta que la gente lo mire mucho?

—¿Desde cuándo yo...?

Heriberto no considera que eso sea cierto, aunque suele quejarse cuando lo miran demasiado porque visualmente es atractivo y llama la atención.

Amelia, aun así, le dio la espalda y siguió su camino, sin importarle lo que quisiera decirle, pero Heriberto, sin pensarlo, se adelantó colocándose frente a la puerta de su dormitorio para impedirle salir. Y la tomó de ambas mejillas, obligándola a que sus ojos al fin se detuvieran en los suyos.

Si entender la actitud casi infantil del hombre que ante todos es su marido, Amelia solo abrió sus ojos de par en par, deteniéndose en la mirada de ese hombre.

Heriberto, luego de hacer eso, se quedó en silencio, solo actuó sin pensar. Pero... nunca había notado las enormes pestañas negras de la joven mujer, y sus ojos parecen dos oscuras perlas pulidas. Su boca se ve húmeda, de tono rosa, y sus pequeños dientes se asoman con timidez. Es primera vez que se siente embelesado por un rostro que no es el suyo propio. ¿Cómo hasta ahora no se había dado cuenta de que su esposa era así?

—Señor Salazar, me están doliendo las mejillas —habló apenas, ya que aquel hombre sigue apretándola de las mejillas sin decirle nada.

La soltó en el acto sintiendo el calor subírsele a la cabeza, la imagen que vio de esa mujer sigue dando vueltas en su cabeza. Debe haber perdido un tornillo de haber visto en ella una belleza que lo dejó atónito. Se llevó sus manos al rostro, ¿qué clase de maleficio ha usado esa mujer contra él?

La miró de reojo, Amelia solo le sonrió incómoda. No entiende qué le pasa, incluso ahora se ha puesto de rodillas.

—¿Qué brujería usaste contra mí? —exclamó Heriberto y al escucharlo Amelia abrió la boca sin creerlo de lo que acaba de acusarla.

—¡¿De qué habla?! ¿Ahora me acusa de bruja? —reclamó apretando ambos puños.

—Te... daré tus mil dólares, pero detén esto —sintió que su corazón se agitaba, que se inundaba de deseos desconocidos.

Amelia lo miró con una mueca, ¿será que bebió alcohol? ¿O la familia Salazar tiene problemas mentales? ¡Ahí está la razón por la cual un hombre tan atractivo como este tuvieron que buscarle esposa!

—Legalmente, podría pedir el divorcio si me he casado con alguien así —dijo pensando en voz alta.

Heriberto la miró de reojo, dándose cuenta de que se está comportando como un loco y se enderezó con todo orgullo, carraspeando como si nada hubiera pasado.

—Ve a comer algo, que tu cuerpo tan esquelético no es atractivo para nadie —habló en tono de desprecio. En verdad, si lo piensa bien, es imposible que la primera vez que le guste una mujer sea precisamente la más rara y fea, en su perspectiva, no quiere reconocer que Amelia es una mujer bonita.

La mujer de inmediato miró su propia cintura y palpó sus pechos, con expresión confundida.

—Sí, estoy algo huesuda, no he tenido una buena alimentación porque el dinero no me alcanzaba —se rio.

—¿Y por qué te ríes de eso? —le preguntó desconcertado.

—¿Y qué quiere que llore?

Heriberto no dijo nada, calló, la miró de reojo. Su risa no es sincera, se ríe, pero ve un dolor que intenta ocultar. No quiere reconocer que comienza a admirar la fuerza de esa mujer. Ella es tan distinta a todas las creídas, petulantes, superficiales, y todas esas mujeres que lo han perseguido desde que era muy joven. Amelia es como si irradia una luz distinta a todo lo que ha visto hasta ahora.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.