Mi Feliz matrimonio forzado

Capítulo 16

—¡Ya basta! —exclamó Heriberto perdiendo la paciencia y colocando a Amelia contra el colchón debajo de él—. ¡¿Por qué haces tanto escándalo por un simple perro?! ¿No te gusta por qué fui yo quien te lo dio de regalo?

Amelia no contestó, con los ojos bien abiertos se quedó mirándolo sin decir nada. Pero sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. Al ver esto el hombre se asustó y la soltó de inmediato.

—Cuando era niña... mi mamá muchas veces se olvidaba de darme de comer —desvió la mirada al notar la expresión compasiva que se dibujó en el rostro de Heriberto—, ¡no, no es eso! Huía de casa porque siempre he sido una oveja negra, y quise probar la comida que una persona tiró a la basura, porque... era una niña muy mala, y los perros se enojaron. Creo que era su territorio o algo así. Bueno, me mordieron, los vecinos me enviaron al hospital y eso... ahora no puedo ver un perro u oír sus ladridos sin que esos recuerdos vengan a mí. Eso, fui una niña muy traviesa.

Dijo esto último riéndose. Heriberto guardó silencio, no es una risa sincera, es una risa cargada de dolor. De seguro fue una niña descuidada que por hambre quiso comer comida de la basura y fue atacada por los perros. Eso de rebelde y oveja negra, solo lo dice porque no quiere que él sienta por compasión por ella. Pero ha sido lo contrario.

Heriberto sintió dolor en el pecho y sin pensarlo la abrazó con fuerzas ante la sorpresa de la mujer. No entiende qué le pasa, ¿no es el hombre que la despreciaba hasta por usar jabón de mercado?

—Señor Salazar, si quiere consumar el matrimonio eso le va a costar más de mil dólares, la virginidad no es gratis en estos tiempos —le susurró y Heriberto de inmediato se apartó.

—¡¿Qué estás diciendo?! —exclamó desconcertado.

Esta mujer acaba de contarle algo triste de su pasado y de la nada sale diciendo algo como esto. No puede entenderla, ¡¿qué acaso realmente está loca?! Se levantó de la cama masajeando sus sienes.

—Vete a tu habitación —masculló de mal humor.

Amelia se quedó mirándolo mientras entraba al baño, molesto. Sonrió pese a que su rostro luce preocupado. Lo que menos necesita ahora es la compasión de alguien que apenas la conoce. No lo necesita. No ahora cuando ya aprendió a lidiar con sus propios problemas sin ayuda de nadie.

—No soy una mujer frágil que necesita un príncipe azul —masculló con una ligera sonrisa antes de entrar a la habitación oculta.

Mientras Heriberto en el baño se sentó sobre el piso intentando calmar los latidos de su corazón, ¿en verdad ella hubiera consumado el matrimonio si le hubiera dado dinero? De solo recordar la forma como sonrió cuando él al escucharla se apartó de golpe. Esa sonrisa maliciosa y esa mirada que parecía querer seducirlo. No puede dejar de pensar en eso, y casi tuvo que huir cuando su cuerpo comenzó a actuar por sí solo.

—Necesito darme una ducha, pero una ducha bien fría.

Luego de darse un baño frío volvió a la habitación viendo solo él desparrame que dejaron en la cama. Se secó el cabello con calma, observando detenidamente el lugar en donde se encuentra la puerta secreta que da a la habitación de Amelia. Entrecerró los ojos sin saber qué pensar de esa mujer, pero ahora debe solucionar el tema del perro que trajo a casa. Estaba vistiéndose cuando un recuerdo le llegó a la cabeza. ¿Cómo pudo haberlo olvidado?

Se vistió corriendo para salir pronto de su habitación y corrió escaleras abajo hasta encontrarse con Alan. El pelirrojo se divertía acariciando al enorme perro negro, en eso notando la presencia de Heriberto, alzó la cabeza sonriendo.

—Vaya, con que ya todo terminó bien, incluso te diste una ducha, tu pelo aún está mojado —señaló con una sonrisa cómplice.

—¿Qué haces acá? —refunfuñó—. Y además, ¿por qué llegas y entras a mi habitación? Te he dicho miles de veces que no hagas eso.

—Soy tu mejor amigo, tenemos la confianza —le respondió Alan sin borrar su sonrisa.

Heriberto bufó masajeándose las sienes, hoy parece que el día terminara de la peor forma.

—Cuantas veces debo decirte que no eres mi mejor amigo, solo fuimos compañeros en la escuela, donde te pegabas como adhesivo.

—Ah, sí, eras un niño bastante raro, el mejor de la clase, pero cerrado como una almeja. Pero yo me di cuenta de que me mirabas rogando mi amistad y cumplí tu deseo, desde ese entonces me aprecias como tu mejor amigo, aunque digas lo contrario, yo lo sé.

—Tú no sabes nada —bufó de mala gana.

Alan se colocó a su lado, colocando su brazo alrededor de su cuello. Lo que molestó aún más a Heriberto que lo miró de reojo.

—¿Y cuándo ya seré tío? —le preguntó mirándolo de reojo.

—¿De qué hablas? —lo miró sin entenderlo.

—Ella parece ser muy atrevida...

Heriberto arrugó el ceño sin entenderlo, luego uniendo su cabeza el momento en que el pelirrojo abrió la puerta y en la posición en que se encontraba con Amelia, que no lo soltaba por el miedo a los ladridos del perro, pudo concluir lo que el tonto de Alan creyó.

—¡No... no fue lo que pareció! —lo apartó al decirlo—, solo estamos... hablando, sí, hablando.

Alan lo observó sin creerle.

—Desde cuando las parejas hablan uno en la cama y el otro encima, con la ropa desgarrada y gritos y saltos y...

—¡Ya cállate! —lo interrumpió Heriberto apretando ambos puños—. No es tu asunto, ¿no tienes trabajo en la clínica?

—Estoy libre hoy —señaló acariciando el perro.

—¿No tienes otra cosa que hacer que venir a molestarme a mí? —le preguntó cruzando los brazos.

Alan lo contempló con fingida tristeza mientras el perro al cual ahora abraza solloza a su lado como si quisiera ayudarlo para que Heriberto se apiade de él.

—Eres mi mejor amigo —señaló como si estuviera herido.

—Tienes tanto amigos que no sé por qué vienes a molestarme a mí y...

—Me siento tan solo en esa enorme casa desde que mi familia se mudó a otra ciudad

—¿Por qué no te fuiste con ellos si ibas a sentirte tan solo?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.