—¿Qué pasa?
Preguntó Heriberto al notar que Amelia no dejaba de mirarlo de reojo desde que se habían sentado a desayunar. Sentir la mirada de esa mujer encima lo hace sentirse inquieto y nervioso, y le es difícil mantener su postura seria e indiferente.
—¿Yo te gusto?
Y apenas escuchó la pregunta, se atoró con el té que bebía. Tosió sin control, mirando asustado a Amelia, ¿acaso está sospechando de esos sentimientos que intenta ocultar?
—No... claro que no... ¿De dónde sacas esas ideas?
—No, nada —dijo pensativa, estaba segura de que él quería besarla.
Entonces, si no se acercó a besarla, incluso rozando sus labios, ¿será que quiso hacerle respiración de boca a boca? Eso sería absurdo. Bufó llamando la atención de Heriberto al verla sonreír con cierta ironía.
—¿A cuántas personas ha besado antes? —le preguntó la mujer con mirada maliciosa.
Tensó su rostro, parece sospechar algo.
—Y eso es algo que le importe —le respondió sin mirarla.
—Usted ha sido mi primer beso —agregó y Heriberto estuvo a punto de volver a atorarse, la sonrisa triunfante de Amelia lo desconcertó—. ¿Me enseñaría a besar?
Apenas la escuchó se tiró hacia atrás haciendo que la silla sonara ruidosamente. Esto no detuvo a la mujer que se acercó a él y de la nada se sentó sobre sus piernas. ¿Por qué se está comportando tan atrevida? Pensó desconcertado, sintiendo como los latidos de su corazón son tan fuertes que parecen retumbar en su cabeza. Tragó saliva, nervioso, al sentir la presión sobre sus piernas y ver a Amelia rodeando su cuello con sus brazos.
—Entonces, señor Salazar, ¿me enseña a besar? —susurró acercándose.
No pudo evitar detener su mirada en esos labios de tono rosa que lucen más húmedos de lo habitual, amenazando con apoderarse de los suyos. Entrecerró los ojos, sin oponerse a recibir un beso. Hasta que su teléfono comenzó a sonar y recuperando la cordura se colocó de pie de golpe haciendo que Amelía cayera al suelo.
Al darse cuenta de lo que acababa de hacer se apresuró en levantarla del suelo, pero se detuvo, nervioso, sin saber qué decir y terminó huyendo argumentando que está atrasado para su trabajo.
Y ahí se quedó Amelia, tirada en el suelo, como un trapo viejo, dándose cuenta de que su primer intento de seducir un hombre no le funcionó. Bueno, con eso comprobaba que ella no le gustaba a Heriberto.
—Señora, ¿qué hace en el suelo? —le preguntó el ama de llaves, quien al entrar se asustó de verla en el piso.
—Recojo los trozos de lo que queda de mi dignidad —respondió la joven mujer, lánguidamente.
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—¿Ni siquiera la levantó del piso? —la secretaria al escucharlo alzó ambas cejas—, bueno, si sigue así va a morir casto y puro.
—¿Qué quisiste decirme con eso? —se quejó Heriberto al escuchar y ver su gesto indiferente—. Yo no... bueno, me he dedicado a trabajar, y el resto de esas mujeres que me miran con esos ojos hambrientos solo me provocan rechazo y...
—Pero su esposa no le provocó eso, sino que estuvo a punto de responder el beso —agregó la mujer escribiendo un informe.
—Es primera vez que me siento así —masculló bajando la mirada.
—Qué triste, y bueno, hoy tiene reunión a la hora del almuerzo y firma de contratos a las seis —indicó mientras revisa el informe finalizado.
Heriberto bufó con la cabeza aún apoyada en su escritorio.
—Tu indiferente puede ser hiriente...
—Señor Salazar —dijo la mujer mirándolo con atención—, si le gusta la señora, vaya y dígaselo, bésense, hagan el amor, tengan miles de hijos y envejezcan juntos.
El hombre chasqueó la lengua mirándola de reojo, no hay ninguna burla en el rostro de su asistente, al contrario, luce sería, como siempre.
—Como si fuese tan fácil.
—Usted se complica porque quiere.
—Tú... —pensaba reprenderla, al final solo suspiró—. ¿A qué hora es la reunión?
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Amelia sonrió feliz con el documento de matrícula en sus manos, ya tiene lista su matrícula para el siguiente semestre, ahora puede dedicarse a estudiar para los últimos exámenes y luego podrá disfrutar la vida de mujer casada con un millonario durante los meses de verano.
Hace mucho que no sale a ningún lugar, y quisiera visitar un lago bien al sur del país, uno que hasta ahora solo ha visto por fotografías. Como Heriberto le dio libertad para usar la tarjeta que le dio, se ha abierto muchas posibilidades. Pero no quiere abusar de su ahora buena fortuna.
Salió de la oficina con una sonrisa dibujada en su rostro, encontrándose de frente con su tío, Claudio, el padre de Dánae. Su sonrisa se borró en el momento y se colocó sería.
—Buenos días, tío —dijo con cortesía.
Aunque nunca ha tenido mayor relación con ese hombre, sabe que es el padre de su odiosa prima, por lo que es mejor evitar cualquier excusa que puedan usar en su contra. Pero el hombre sin responder se quedó mirándola con atención.
Estaba seguro de que al verla sonreír hace unos momentos, en sus mejillas se dibujaron los mismos hoyuelos que aparecían en el rostro de su hermana, fallecida, cuando sonreía. Y hasta ahora no había notado que no solo era eso, sino que hasta la forma de mirar era igual a ella. Es extraño que su sobrina se parezca más a su familia de lo que se parece su propia hija.
—¿Señor? —preguntó Amelia confundida ante el silencio del hombre.
—Amelia... —musitó él aún confundido—. ¿Cómo has estado?
—Bien...
—¿Y tu familia?
—No sé, no los he visto desde la boda, pero supongo que están bien —respondió con ligereza. La verdad no tiene intenciones de iniciar una conversación.
—¿No has visitado a tus padres?
Titubeó antes de responder, pero sonrió pese a que sus palabras no concuerda con esa expresión, aparentemente, tranquila.
—No puedo, estoy vetada de su casa. Creo que mi actitud de rebeldía anterior perjudicaron nuestra relación —señaló.