Mi Feliz matrimonio forzado

Capítulo 18

Tensó su mirada ante la seria mirada del anciano. Heriberto se colocó de pie con los brazos cruzados, caminando de lado a lado. No puede creer lo que ha escuchado.

—Me niego —respondió finalmente ante la molestia de su abuelo.

—No puedes negarte —habló el anciano mirándolo con severidad, incluso golpeando el piso con su bastón—, ya llevan tres meses casados y aún no han tenido su luna de miel, te estoy dando unos días libres para que lleves a Amelia a algún lugar, aprovechando que ella además ha terminado su semestre.

La sola idea de irse de viaje con esa mujer le hace doler la cabeza.

—Abuelo, es importante que este acá porque hay negocios que...

—¡Qué tonterías! —el anciano golpeó su propia silla de ruedas perdiendo la paciencia—, ¿cómo no voy a saber ocuparme de la misma empresa que fundé?

No pudo decir nada contra eso. Cerró la boca y apretando los dientes, su abuelo no cambiará de idea, diga lo que diga.

—Quiero un bisnieto antes de morir —lo señaló con un dedo—, y conociéndote te has dedicado solo a trabajar desde incluso el día después, sin casarte, sin atender a tu esposa.

—¿Y quién le dijo que eso era así? —masculló molesto.

—Amelia vino a quejarse de que no la tocabas ni con la punta de una vara...

Heriberto se atragantó al escucharlo, imaginando a esa mujer entrando a la habitación del cuarto de su abuelo en el hospital, y tal cual pajarito sin sesos llorarle que aún no han consumado su matrimonio, ¿en verdad se atrevió a hacer eso?

Sintió que el calor se subió de repente a su cabeza, ¿o acaso son sus deseos el consumar este matrimonio? Nervioso tropezó con el pilar en donde está colgado el suero casi a punto de botarlo al piso, tomándolo justo a tiempo.

No imaginaba que ella en verdad le interesara que se comportaran como verdaderos esposos. ¿Qué pasará por la cabeza de esa mujer?

Por eso apenas volvió a casa, abrió la puerta, furibundo, espantando a todos los empleados y recorrió cada rincón de la casa con una expresión tan oscura como si quisiera matar a alguien. En algún lugar debe estar escondida, el auto que suele utilizar está estacionado por lo que sí o sí está en la casa.

Finalmente, encontró a Amelia sentada en la pérgola del jardín trasero tomando un té con calma, a su lado tiene un trozo de pastel de piña, y sobre sus piernas un libro. Al sentir la presencia de su marido se atragantó sin poder evitarlo.

Antes de que él hablara se colocó de pie y sonrió a la fuerza. Pero le bastó ver su mirada para saber que se enteró de lo que pasó.

—No fui por eso, solo quería saber si el abuelo podía ayudarme con una recomendación para un trabajo de verano... y no sé cómo terminamos hablando de la luna de miel y los bisnietos. Yo... —juntó los dedos de ambas manos como si no supiera qué decir—... solo le dije que era imposible, ya que tú y yo... nada, y que si no te funciona no es mi culpa... o a lo mejor sí por el tremendo golpe que te di la última vez, puede que te hayas vuelto eunuco o...

—¡¿Y por qué no cierras esa linda y apetitosa boca cuando debes hacerlo?! —exclamó perdiendo la paciencia, tomándola de la barbilla.

Amelia pestañeó confundida, pese a la mirada molesta de su marido en su cabeza, solo quedó dando vuelta una cosa.

—¿linda y apetitosa boca? —preguntó y Heriberto al escucharla se turbó.

Su rostro se colocó rojo como tomate. ¿Es que en verdad dijo eso? Tanto él como la mujer se miraron sin saber qué hacer o decir. Hasta que Amelia se comenzó a reír a carcajadas. Heriberto hizo una mueca al escucharla, reírse así, no sabe si se está burlando de él o no.

—No pienses que por hablarme como un gánster o mafioso de novela tóxica me vas a amedrentar —dicho esto se colocó de pie agarrándolo del cuello de la camisa—, pudiste pensar en una frase más intimidante, algo como 'acabaré con tu vida por hablar demasiado', 'esta noche dormirás con los peces' o '¿Conoces el miedo? ¿No? ¿Ahora lo conocerás?'. Pues bien, señor mafioso, sí, metí las patas, me disculpo, ¿quiere que me arrodille o va a tirarme al mar? ¿Cortará mis extremidades o me hará comer pólvora?

Dicho esto volvió a reírse. Heriberto arrugó el ceño ante la mirada irónica de la mujer que ahora le sostiene la corbata con ambas manos. Heriberto, sin pensarlo, comenzó a perder la paciencia y dejándose llevar por el enojo, la tomó de la nuca atrayéndola hacia él y la besó.

Amelia se quedó con ambos ojos bien abiertos, este no es como el inocente beso de bodas... no, es distinto. Por su falta de experiencia ni sabe cómo calificarlo, lo que sí sabe es que ni siquiera puede respirar y está siendo demasiado invasivo.

Sus latidos se hicieron más fuertes, y el calor se agolpó en su pecho, sensaciones que hasta ahora nunca había sentido, la marean. Colocó sus manos en el pecho del hombre sin hacer el intento de apartarlo, es demasiado bueno para querer hacer eso. Hasta que sintió dolor, y lo alejó de golpe.

¿Acaba de morderla? Se preguntó llevándose la mano a su labio inferior, sintiendo cómo pulsa debido a la mordida que ha recibido. Tensó su mirada y molesta, alzó su mirada al hombre que la observa con superioridad.

—¡Tú...! —no pudo terminar sus palabras, ya que Heriberto colocó un dedo sobre sus labios acallándola.

—Agradece que por ahora solo este será tu castigo, ya pensaré como vas a compensarme la vergüenza que tuve que pasar frente a mi abuelo. Al no saber controlar tu lengua, las consecuencias serán peores —y dicho esto volvió al interior de la casa.

Apenas salió de jardín, juntó el ventanal y sintió que sus piernas flaqueaban. Avanzó con rapidez a su despacho, apoyándose en las paredes del pasillo, y apenas llegó cerró la puerta tras de sí.

¡¿Qué fue lo que acababa de hacer?! ¿La besó? ¿Así como así? Incluso la mordió.

Se llevó la mano a la boca, ¿desde cuándo guarda esos sentimientos indecentes hacia esa mujer? Estaba a punto de querer ir más allá, pero se detuvo a tiempo. Si no se arrepentiría de lo que hubiera hecho. Caminó de lado a lado inquieto, su cuerpo no deja de recordar ese beso, por lo que se vio obligado a ir a su habitación y darse una ducha bien fría.




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