Mi Feliz matrimonio forzado

Capítulo 19

—¡Enséñame como hacerlo! —exclamó Heriberto golpeando el escritorio del joven doctor. Alan escupió su café al escucharlo decir esto.

Había venido a su consulta para pedirle consejos de como un hombre puede tener relaciones. Fue tan raro que un adulto le viniera a preguntar eso que ni siquiera supo que responder cuando Heriberto se exaltó de esa forma y le dijo aquello.

—Soy hetero. Te quiero como un amigo, pero nunca tanto para eso...—musitó avergonzado. No va a entregar su parte posterior, intocable y pura, a nadie, ni siquiera a su mejor amigo.

Héctor al escucharlo hizo una mueca de asco. ¿Qué tonterías está pensando?

—No, idiota, es para hacerlo con Amelia, no contigo... —desvió la mirada mordiéndose los labios con vergüenza.

Alan se echó a reír creyendo que se está burlando de él, pero ante la fría mirada que le dirigió, se quedó callado, con expresión incrédula.

—No me digas que tú... ¿Nunca lo has hecho? —le preguntó incluso colocándose de pie—. Pero, si en la escuela todas las chicas te seguían, recibías más cartas de amor que todos cada semana, eres uno de los hombres más atractivos, ricos y apetecibles que he conocido. ¿Y dices que nunca has pasado la noche con nadie?

Heriberto bufó.
—¿Y? Esas mujeres me miraban como si estuvieran a punto de devorarme, de solo recordarlo me da escalofríos. Además, ¿cuál es el problema de que haya querido esperar a una persona especial?

Alan sonrió y se acercó palmoteando con fuerzas la espalda de Heriberto, quien lo miró furibundo ante su efusividad.

—Entonces Amelia es la chica especial que has esperado toda la vida —dijo sonriendo con sincera felicidad.

—... ¿Qué? ¡No!

—Lo acabas de decir, galán, me alegro por ti —levantó sus dos dedos pulgares hacia arriba.

¿Galán? Heriberto maldijo entre dientes. Amelia no es su persona especial... ¿O lo es? Se quedó pensativo imaginándola sobre la cama, sonriéndole con maldad, y diciéndole "Ven, mi macho alfa, te estoy esperando".

Sintió que el calor se le subió a la cabeza y explotó. Alan volvió a su asiento.

—No es difícil, no te preocupes, ya verás que no necesitas ninguna guía, ve a darle duro contra el muro, detónala, dale como cajón que no cierra —agregó con una enorme sonrisa.

—¿Qué estás hablando? No entiendo nada de lo que dices... —masculló de mal humor sintiendo que se está burlando y por eso arruga el ceño.

Alan volvió de un salto a su lado para susurrarle, algo que hizo a Heriberto sonrojarse. Lo empujó en el acto apartándose de él. ¿Qué clase de vulgaridades le dijo? Si se atreviera a hacer eso, esta vez sí que Amelia terminaría por romper sus atesoradas joyas familiares.

—A las mujeres les gusta —aseguró el doctor con una semi sonrisa maliciosa.

Heriberto solo lo miró con molestia, y sin decir más salió sin despedirse.

—¡Seré tío! —dijo Alan con alegría—. Tengo que contárselo a 'Mini Heri'. Refiriéndose al enorme perro terranova, que su 'mejor amigo' le regaló.

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—¡No, no quiero! —gritó aferrada a uno de los pilares de la casa mientras el ama de casa y otras empleadas intentan sacarla de ahí—. ¡Ese hombre malo y sin corazón me va a embarazar!

—¡Señora, por Dios, ¿cómo puede decir esas cosas frente a todo el mundo?! —señaló la anciana avergonzada.

Amelia sollozó abrazándose a la mujer.
—¿Es que no escuchó sus amenazas? Dijo que quiere un hijo, y usted sabe como se hacen los bebés, eso de las abejas y las flores y...

—¡Lo sé! —la interrumpió sofocada—. Mire, señora, es seguro que el joven señor solo lo dijo por estar molesto por su imprudencia. ¿Cómo se le ocurre ir donde el señor mayor a decirle esa cantidad de tonterías? Yo la hubiera castigado a la antigua, a palos y arrodillada bajo la lluvia. Debió pensarlo antes, asuma sus consecuencias.

—Con la lluvia hubiera sido un problema porque estamos en diciembre. Pero puedo ir a hablar de nuevo con el abuelito, de seguro puedo resolver esto...

—Estoy segura de que solo lo empeorara más —la anciana se llevó la mano a la cabeza intentando tener paciencia.

El auto de Heriberto se detuvo frente a la casa, y ambas mujeres lo vieron bajar con una expresión poco amigable, había salido temprano sin decir a donde iba.
Con una mirada penetrante y expresión fría se acercó sin decir palabras.

Amelia se le quedó mirando, embobada, de verdad que su marido es un hombre atractivo, tanto como esos galanes de televisión.

—Sécate la saliva y deja de hacer escándalo —dijo Heriberto limpiándola con su pañuelo—, sube al auto, ya tenemos que ir al aeropuerto.

La joven mujer pestañeó, reaccionando, y se abrazó al ama de llaves.

—¡No quiero que me embaraces, no quiero!

Heriberto la miró como si no entendiera, luego recordó sus propias palabras de la noche anterior. Es cierto que le dijo eso, pero fue solo para asustarla, él tampoco se siente listo para ser padre en este momento.

Pero en vez de aclararlo, solo bufó de mala gana, se merece asustarse para que aprenda a controlar esa inquieta lengua y piense primero antes de hablar.

—Sube al auto, Amelia, antes de que pierda la paciencia —señaló masajeándose las sienes como si le doliera la cabeza.

Amelia se secó sus lágrimas falsas y se subió al auto arrastrando las piernas, como un condenado a la hoguera. Le dirigió una última mirada a la anciana ama de casa antes de dejarse caer en el asiento trasero del vehículo.

Heriberto no puede creer que exagere tanto, ¿cree en verdad que él sería capaz de obligar a una mujer a embarazarse? ¿A alguien como ella?

—Joven señor, tenga paciencia, con todo respeto, sé que a su esposa le faltan varios tornillos, medio cerebro, o se golpeó muy fuerte la cabeza cuando niña; pero no es una mala mujer, solo habla sin filtro y por eso se comporta así —le dijo el ama de llaves cuando lo vio con intenciones de subir al auto.




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